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El caricaturista contra el rey, por Juan Gabriel Vásquez

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El 28 de diciembre, el caricaturista Xavier Bonilla, Bonil, cuyos dibujos aparecen todos los días en el periódico El Universo, dibujó a un grupo de policías allanando la casa de Fernando Villavicencio, opositor y asesor legislativo investigado (a petición del presidente Correa) por haber penetrado los correos de varios altos funcionarios. El texto dice: “Policía y Fiscalía allanan domicilio de Fernando Villavicencio y se llevan documentación de denuncias de corrupción”. Las palabras llevaron a Correa, cuya elección democrática no le impide comportarse rutinariamente como un dictadorzuelo, a llamar al caricaturista “sicario de tinta y enfermo”, entre otras lindezas, y a amenazar con demandar a El Universo. No tuvo tiempo de hacerlo: sus enviados en la Superintendencia de Información y Comunicación se le adelantaron. Acusaron a Bonil de “deslegitimar la acción de la autoridad y apoyar la agitación social”, lo obligaron a retractarse y multaron a El Universo con el dos por ciento de su facturación en el último trimestre.

Es obsceno, pero además absurdo. Deslegitimar la acción de la autoridad y apoyar la agitación social forman parte de lo que todo caricaturista valioso ha hecho durante toda la historia de la caricatura. Porque eso precisamente es la caricatura: el humor es por naturaleza subversivo, sin importar quién dibuja. Puede tratarse de Daumier, pongamos por caso, que dibujaba al rey Louis-Philippe como una gran pera con patas, o de James Gillray, cuyas aguafuertes del rey Jorge III convertido en granjero iracundo eran todo menos respetuosas. Si un caricaturista no deslegitima a la autoridad, ha perdido el tiempo. Apoyar la agitación social tampoco es raro: en 1791, cuando la familia real francesa trató de huir del país, un anónimo dibujó una bestia de dos cabezas que le dio la vuelta al país: una cabeza era la de Luis XVI; la otra, de María Antonieta. Daumier solía ridiculizar a los congresistas monárquicos en la época misma en que la monarquía de Julio había impuesto las leyes de censura de prensa más fuertes desde la Revolución. Pero si viviera hoy, en Ecuador y bajo Rafael Correa, se pasaría la vida retractándose.

Bonil, por supuesto, se retractó. El pasado 5 de febrero publicó una caricatura que más bien era una pequeña tira cómica. La Policía y la Fiscalía, un grupo de personitas bien educadas y sonrientes, timbran a la puerta de Fernando Villavicencio (en lugar de echar la puerta a patadas, como en la caricatura anterior) y le dicen con modales impecables que se van a llevar todos sus aparatos. “Son la autoridad legítima”, les dice un Villavicencio igual de calmado y sonriente. “Llévense nomás todos los equipos que necesiten”. El policía le dice que llame a su abogado y le ofrece hacer una lista de todo lo que se llevan. “Pierda cuidado”, le dice Villavicencio. “Sé que en sus manos habrá total independencia”. Y uno tiene que preguntarse si Correa se habrá dado cuenta: la rectificación es más satírica y más subversiva que el dibujo original. Me hizo pensar en el dibujo que Bonil hizo para el pasado 6 de enero: la figura sin cara de un rey con la camisa típica de Correa. “Hoy día de Reyes”, le dice el texto al lector, “¿se animaría a dibujar a alguno?”.