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La Palabra, el Logos y el Verbo; por Fernando Mires

En el principio era el Verbo (La Palabra, la Lógica)
y el Verbo era con Dios
y el Verbo era Dios (Juan, 1)

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No vamos a descubrir recién ahora que las primeras frases del Cuarto Evangelio, el de San Juan, son de una increíble belleza poética, incluso musical. O de que su intensidad teológica bordea las aguas del más insondable de todos los misterios. También estamos informados de su polisemia, o significación múltiple de sus versos, así como de su entrecruce judío y griego de donde nació la religión de los cristianos en toda su abundante flora y fauna. Mas, pienso yo, no hemos extraído todavía de esa fuente todas las conclusiones filosóficas que ella nos obsequia. Quizás habría que comenzar a intentarlo. Poco a poco. Primero gracias a la Palabra para acceder al Logos conducido por el Verbo.

Que en unos textos bíblicos aparezca la Palabra dando sentido al origen de todos los orígenes, en otros el Logos, en muchos el Verbo, no es casualidad. Tampoco tiene que ver con el humor de los traductores de la Septuaginta. De alguna manera la opción semántica está relacionada con ese momento que induce tomar en nuestras manos la Biblia y buscar en ella lo que hemos buscado desde que levantamos la cabeza y vimos que la vida no comenzaba ni terminaba en nosotros.

Para usar un ejemplo personal, a veces prefiero usar la palabra Palabra, otras la palabra Logos, otras la palabra Verbo. La preferencia depende de cual es la relación a establecer entre el presente que me rodea con el infinito que hace de mí, solo la billonésima fracción de un segundo en el espacio de una vida eterna que no es la mía y al mismo tiempo sí, también lo es.

Sin duda prefiero la palabra Palabra cuando trato de leer el texto en su contexto histórico. A ese Juan que revive el Génesis para comenzar a hablar del Hijo de Dios. “La palabra era con Dios y la Palabra era Dios” es una frase que nos dice que estamos frente a una revelación, una que solo se puede expresar con palabras a través del libro de un pueblo. Mas, cuando quiero acceder al sentido polisémico de la palabra no puedo evitar la recurrencia al Logos griego, sobre todo al platónico. Ese era el Logos de Juan.

¿Y antes de la palabra no había Dios?, preguntará el Logos. No había Dios para nosotros, responde el Logos. Luego Dios es el conocimiento de la lógica de Dios a través de la Palabra dicha antes de la Palabra. Sí, porque antes de la Palabra, según el Logos, había la palabra de Dios pero como Dios está en todos los tiempos, el antes de Dios no puede existir y luego la Palabra era (solo) Dios. Pero era una palabra todavía no dada a conocer, o sea, era una palabra no dicha, una des-dicha. Ese es por lo demás el principio de toda filosofía: No hay Ser sin el conocimiento del Ser. También es el sentido íntimo del Logos griego según Juan. La palabra era de Dios, pero el Logos de la Palabra, en cambio, es la palabra de Dios dicha en, por y en nosotros. Dios a escala humana. Según Juan, Jesús. “El Verbo hecho Carne” (Juan 1,14)

A través del Génesis del libro judío accedemos al Logos griego. Al Ser del Saber, pero no al Ser en sí ─ese será siempre inaccesible para judíos y griegos─ sino al Ser en el Tiempo, al ser que somos siendo en relación con la eternidad. Ese Ser-Tiempo, es decir, ese ser que nos es revelado a través de un “siendo”, es un ser en movimiento que convierte a la Palabra de Dios en un Verbo.

La Palabra es la revelación, el Logos es el conocimiento de la revelación y el Verbo es el tiempo de la revelación.

La Palabra no es el nombre de una cosa en sí, es una que va más allá de las cosas, es una palabra verbal, es decir, de las cosas que están siendo. Permítanme decirlo entonces así: el texto judío nos dio la Palabra, su conocimiento griego nos dio el Logos, y la unión de la Palabra y el Logos a través de Juan nos dio el Verbo. ¿No es esta también una versión del Misterio de la Santísima Trinidad? Así parece. El Padre (La Palabra) el Hijo (el Logos) y el Espíritu Santo (El Verbo) y un solo Ser, nada más. El Ser que Es, el Ser que desciende hacia y en nosotros y el Ser que solo Es, siendo.

“Yo soy el que soy” dijo el Dios de Moisés a través de la palabra, apuntando ya a la conjugación del verbo ser. “Nadie puede verme y seguir viviendo” (Éxodo, 6:2-3) La Buena Nueva de Juan -en cierto modo la alteración que introduce Cristo en el legado de Moisés- es que a ese Ser lo podemos ver y seguir viviendo, lo podemos ver en la vida, en el pan de cada día, en el vino de su sangre (Paulo), en nosotros mismos, en ti cuando te amo y, sobre todo, en el nacimiento, pasión y muerte de Jesús.

Lo que nos quiere decir en fin la maravillosa obertura del Cuarto Evangelio es que a través de Jesús ha nacido otro tiempo del Ser. Ese nuevo tiempo es la palabra de Jesús no solo inscrita en el libro sino viviendo en el Logos de cada ser, en el diá-logo de Jesús, en su propio Verbo. Esa es, al fin, la palabra de la lógica del Verbo Divino.

A través del Logos de la palabra griega, podemos, a diferencia de Moisés, conocer a Dios sin necesidad de que se anuncie en una zarza ardiendo, solo a través de su lógica, gracias a nuestro pensamiento. Así sabemos que no hay nada más falso en este mundo que la contradicción entre lógica y fe. Como nunca se cansó de escribir Benedicto XVl, Dios no es ilógico, Dios no es irracional. Pensar en Dios, por lo tanto, no solo es posible. Además, no se puede creer en Dios sin pensar en Dios. Dios es el pensamiento de Dios. La palabra comunicada. La comunión de las almas. “El pensamiento humano llevado a su más alto grado de abstracción” (Durkheim).

Al comienzo fue la palabra, la palabra era el Logos y el Logos es el Ser de Dios en el tiempo. Luego, en clave lógica, la palabra como palabra nació antes de que fuera palabra sin dejar de ser palabra. Los semiólogos nos muestran en ese sentido un largo recorrido que va desde la palabra hacia la sílaba, desde la sílaba hacia el fonema, desde el fonema hasta la más insignificante de sus inaudibles partículas elementales.

Sin embargo, en su expresión literal en cada uno de nosotros la palabra de Dios no se anuncia a través de su palabra sino a través de un grito. Cada bebé, por ejemplo, estalla a la vida con un grito espantoso, uno que parece partir al mundo en dos pedazos. Jesús también nació gritando. Y Jesús murió gritando, nos recuerda Benedicto XVl, en su profunda “Escatología”. El Logos del grito de Jesús nos dice entre otras cosas que el Hijo del Hombre amaba a la vida.

Es por eso que cuando sentimos un dolor o una dicha impronunciable, no hablamos: gritamos. El grito está en los orígenes de cada ser y de cada palabra. Para los humanos, no para Dios, el comienzo fue el propio grito. Por lo mismo, cuando gritamos regresamos al principio de la palabra. Sin ese grito nunca habría aparecido la palabra humana. La transformación del grito en palabra, de la palabra en pensamiento y del pensamiento en verbo, son partes de un largo proceso. Dios se nos da a conocer –para decirlo así- en cuotas.

El camino de la lógica es muy largo, nunca terminamos de recorrerlo, porque si el Logos es Dios, el Logos no tiene fin. La fe, en ese contexto, es la parte del camino que no alcanzamos a pensar durante nuestra breve existencia, sabiendo de modo lógico que el camino es mucho más largo que el breve curso del pensamiento humano. Esa falta de camino en lo humano es, en sentido estricto, el pecado original: Lo que falta: No ser más de lo que somos o de lo que hemos llegado a ser. Muy poco, en comparación con todo lo que nos resta para ser lo que deberíamos haber sido si no fuéramos como somos. Eso es.

Habiendo terminado de escribir estas líneas encendí el televisor. En ese instante un programa transmitía un reportaje sobre el vuelo de los pelícanos. Miles de pelícanos volaban a lo largo del espacio sin tocarse entre ellos, en estricta formación, enfilando rumbo hacia un destino señalado desde hace ya miles, millones de años.

Cada pelícano era en cierto modo una palabra de Dios. El conjunto era la exacta construcción de un Logos. El vuelo era el Verbo. Todo eso que hacían los pelícanos estaba pensado antes de que ocurriera, mientras ocurría y después de que ocurrió ¿Como acceder al pleno sentido del vuelo de los pelícanos? Mediante la lógica de la fe, no queda otra alternativa.

La fe no significa la negación de la lógica sino simplemente imaginar de modo lógico que nuestra lógica no termina en nuestra lógica aunque esta se haya convertido en verbo. Aunque ese verbo sea el simple vuelo de los pelícanos. Ese vuelo metafísico es, después de todo y cuando más, solo un signo del Logos.

Quizás será necesario recordar al llegar a este punto que Juan no llamó a los milagros de Jesús, milagros. Los llamó señales (signos). Y que la vida está poblada de signos, nadie lo puede negar. Para descifrar esos signos necesitamos por supuesto de la Palabra, del Logos y del Verbo. Más no podemos pedir. Eso es incluso demasiado para nosotros. Al fin y al cabo no somos más que simples mortales.