Ciencia y tecnología

Plan de escape, por Alberto Salcedo Ramos

Por Alberto Salcedo Ramos | 23 de diciembre, 2013

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Una vez viajé en avión con uno de esos seres híper conectados de hoy. El tipo usaba al mismo tiempo su computador portátil y su teléfono móvil. Íbamos sentados en la fila de dos puestos.

Al otro lado del pasillo se encontraban tres subalternas suyas. El ejecutivo les impartía órdenes, les solicitaba documentos. Mientras revisaba cada diagrama que le pasaban, seguía enchufado a sus aparatos tecnológicos como el moribundo a su tanque de oxígeno: regañaba a un interlocutor por el teléfono celular, continuaba tecleando en su laptop.

Todos conocemos a esos adictos a la tecnología que pululan en la fauna humana contemporánea. Indiferentes al entorno, andan siempre conectados a algún cachivache, y convierten cada espacio por el que transitan en una simple prolongación de sus oficinas.

Para estos individuos dispersos no es ningún problema realizar simultáneamente las más variadas actividades: oyen música en su iPod, chatean por Whatsapp, montan fotos en Instagram, escriben frases en Twitter, ven videos en Youtube, y todo eso mientras preparan informes de trabajo.

Además de dedicarse a tantas cosas al tiempo, son temerarios: cierran los ojos dentro de los buses ─con lo peligroso que es hacer eso en Colombia─ para disfrutar mejor las canciones de su aparato tecnológico; suben las escaleras eléctricas con la vista enterrada en su teléfono móvil, o en su equipo de juegos. La adicción y la sensatez, ya lo sabemos, no suelen ir de la mano.

El fotógrafo Camilo Rozo me contó que vio a una pareja en un restaurante elegante de Bogotá. En la mesa había velas, flores rojas, viandas exquisitas. Sin embargo, ninguno de los novios parecía interesado en la atmósfera romántica que los envolvía: ambos tecleaban de manera compulsiva en sus respectivos BlackBerrys.

Abochornado por la escena, Rozo consideró su deber elevar una plegaria urgente por los dos enamorados:

─ Ay, Dios mío ─suspiró─:¡ojalá que por lo menos estén chateando entre ellos…

El nombre del software que nos comanda no es gratuito: Windows. Encender el computador, en efecto, es abrir las ventanas para que entre aire fresco, es iluminar lo que parece oscuro. Puede que este aparato sea útil para escribir una novela o para elaborar un informe financiero, pero no nos engañemos: el computador nos sirve, sobre todo, para fugarnos de las tareas pendientes, de los problemas cotidianos.

A estas alturas Windows ya no es un simple programa informático sino un plan de vida. Consiste en suponer que para zafarnos de la rutina basta con dar click y abrir una ventana.

Todos los artefactos que hemos ido acumulando en nuestra fiebre tecnológica, desde el teléfono iPhone hasta el disco duro externo, responden a ese criterio escapista. Nos abruma el universo real con sus criaturas trilladas, nos desespera este presente tan previsible. Entonces fisgoneamos la mansión de Michael Jackson para desertar de nuestra propia casa. O le subimos el volumen al iPod para que se oiga más aquel viejo bolero y menos la voz carrasposa de nuestro vecino, que insiste en hablarnos de sus deudas.

Alberto Salcedo Ramos 

Comentarios (4)

Emi
24 de diciembre, 2013

Muy cierto, yo soy de esas personas que estan constantemente queriendo mas y mas de esos artefactos, he quedado “ciega” por asi decirlo, sin ver lo que realmente necesitaba. Gastaba en telefonos celulares, computadoras, etc, mientras necesitaba comprar otras cosas utiles, mientras mucha gente muere de hambre. Hoy en dia he recapacitado, pero aun asi, no puedo dejar de sentirme atraida hacia esos objetos

richard
27 de diciembre, 2013

Es el hombre neofuturista en busca de un.aliciente que Lo saqué de la realidad presente que lo abruma y convierte en una materia inerte e incapaz de reacción ante lo real …

jaime muñoz
16 de enero, 2014

Terrible. Todos, unos más otros menos, somos víctimas de esta “modernización” tecnológica de la vida. ¿Cómo zafarnos? Intentemos, al menos, prohibir -en reuniones de amigos- el uso irrespetuoso de estos aparatos

Celeste Bahov
26 de marzo, 2014

Me permito disentir de la conclusión que parece desprenderse del artículo que no es otra de que las personas que pasamos mucho tiempo (no todo el tiempo) pegados a Windows, IOS, Android o cualquier otro sistema operativo que a través de sus aplicaciones, producto de avances tecnológicos alienantes, nos conectan y brindan herramientas de trabajo, lo hacemos para escaparnos de la realidad. No, definitivamente no estoy de acuerdo. Si es cierto que personas hay que así lo hacen, como también otros escapan con la televisión porque lamentablemente no cuentan con esos dispositivos modernos, la ventaja o desventaja según se mire, es que los unos lo pueden hacer en cualquier lugar y momento y los otros necesitan instalarse frente a una de esas cajas tontas, como las llamaban algunos. Encerrarse en un cuarto durante días para no hacer otra cosa que leer la obra completa de Víctor Hugo o de Ryoki Inoue al tiempo que se escucha la voz de Ella Fitzgerald que sale de un viejo tocadiscos que nos obliga a levantarnos a voltear el acetato cada vez que la aguja alcanza el centro, es cierto que puede ser una forma de escaparse de la realidad pero si esos libros los tenemos en forma digital guardados en una tableta y en el mismo dispositivo u otro aparte tenemos toda la producción discográfica de Lady Ella y decidimos que mientras vamos a una reunión de trabajo a dos horas de tráfico en transporte público razonablemente seguro, continuar la lectura de la noche anterior aceptando que la misma puede ser interrumpida por un mensaje del hijo que estudia en la capital o incluso al finalizar un capitulo abrir facebook para ver aquellas fotos de su ultimo cumpleaños que teníamos pendientes o recibimos una llamada urgente para decirnos que la reunión a la que nos dirigíamos se cancela porque el gobierno en su estrategia represiva para detener las protestas acaba de detener al alcalde y por lo tanto su secretario de finanzas no nos podrá atender no es necesariamente usar la tecnología para escapar de la realidad porque no se le prestó atención al señor que a su lado quería aliviar su frustración por las malas condiciones de vida en su barrio. Pero lo que el señor no sabe es que justamente el objeto de su viaje era presentar ante las autoridades los resultados de un estudio realizado en el estado y del que se desprendió un proyecto para el financiamiento de la auto-gestión en las mejoras de los barrios a través de la alcaldía. Lo anterior es un ejmplo burdo halado por los pelos, pero alguien que va en transporte público, privado o simplemente por las calles con un maletín con un laptop, una tableta y un celular que reproduce música y brinda acceso a redes sociales, noticias o la página de prodavinci.com (por cierto que buena falta hace una aplicación que directamente nos lleve su contenido sin pasar por un browser desde dispositivos móviles), podría parecer a simple vista un caso más de escape de la realidad pero también no podría serlo. No todos los que pasamos mucho tiempo mirando píxeles hechos formas en una pantalla, lo hacemos siempre para escapar, aunque reconozco que algunas veces si lo hago tratando siempre de no descuidar mis deberes e integridad física y evitando revisar esas fotos de mi hijo justamente en el momento en que tengo enfrente unas flores, un vino y el podría ser podría ser el hombre de mi vida. El problema no está en la tecnología, si fuese ese el problema tendríamos que comenzar por criticar una de las tecnologías primarias, esa invención perniciosa del hombre que fue la de codificar los sonidos para convertirlos en jeroglíficos.

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