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Caro pero malo, por Martín Caparrós

Por Martín Caparrós | 19 de diciembre, 2013

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Hoy es 19, mañana será 20 de diciembre: fechas que se inscribieron con una potencia rara en la Argentina actual, fechas paquilombo. Y llegan en medio de uno grande: la sensación de descontrol que ofrece un estado –un gobierno– que no consigue garantizar algunas de esas cosas que nos acostumbramos a suponer garantizadas. Y llegan en medio de un desconcierto general, creciente: la sensación de que nadie sabe adónde vamos.

Hay ecuaciones que no cierran. Sabemos que las policías, gracias a su chantaje, a su demostración de que la Argentina no puede vivir ni un día sin su represión –a su demostración de que son indispensables para completar el modelo excluyente–, consiguieron aumentos de sueldo extraordinarios. Sabemos que al gobierno nacional y a los gobiernos provinciales les va a resultar difícil convencer al resto de sus empleados –maestros médicos enfermeros oficinistas barrenderos– de que no pueden aspirar al mismo trato que los canas: no pueden explicarles que su modelo puede sobrevivir sin educación o sin salud o sin administración pero no sin policía; queda feo. Y sabemos que a los empresarios también les va a resultar complicado negar aumentos parecidos a la inflación real –sobre todo si no pueden contar con el apoyo del gobierno, que pensaba ayudarlos a frenar esos aumentos hasta que se transformó en el mayor aumentador.

Sabemos, también, que las cuentas no dan: que el gobierno nacional y los gobiernos provinciales ya tienen un nivel de déficit que no pueden soportar, el que está produciendo cada vez más inflación –porque tienen que emitir moneda para cubrir sus deudas–, el que está pudriendo la economía cotidiana y las ideas de futuro. Y sabemos que los aumentos que todos empiezan a pedir llevarían esta situación a un punto todavía más crítico.

Sabemos –más o menos sabemos– todo esto. Lo que no sabemos es qué va a tratar de hacer el gobierno nacional –y, por obligada mímesis, los gobiernos provinciales– para conseguir que la situación no se les escape del todo de las manos.

No tienen muchas opciones: ni los gremios ni los trabajadores van a aceptar la negativa desnuda. Pero tampoco hay nada que puedan ofrecer para vestirla: ni promesas de un futuro venturoso, ni místicas de un proyecto común, ni puestos donde cobrar prebendas. Y si no pueden negociar –si no tienen qué negociar– solo les quedan dos opciones.

La primera es la que vienen practicando con sus policías: dar y autorizar esos aumentos que no tienen cómo pagar. Querrían seguir haciendo con las cuentas públicas lo mismo que hicieron con la energía –dejar para mañana, suponer que algo va a pasar, imaginar que ese momento no va a llegar en serio–: lo mismo que hace que la luz no alcance y se nos corte. El problema es que hasta ellos, procrastinadores seriales, se dan cuenta de que los plazos alguna vez se cumplen y que seguir endeudándose los pone en un aprieto que podría terminar de cargarse su proyecto: el kirchnerismo se juega todo a la apuesta de ir pateando la crisis hasta después de 2015 para que le explote a su sucesor y ellos puedan, en su imaginación calenturienta, guardar la chance de un retorno.

La otra es reprimir. No les gustaba: lo hicieron, lo disimularon, lo bailaron –y trataban de que no se notara. Por suerte la represión, en la Argentina actual, sigue teniendo algún costo político –y este gobierno no querría pagarlo. Pero da la impresión de que es la que están eligiendo. Por lo menos, para eso parecen prepararse cuando dan aumentos a la botonería, cuando tratan de recuperar la buena voluntad del ejército escupiendo sobre sus supuestos principios de memoria y justicia, revoleando de una vez por todas el viejo verso que tanto les sirvió –nombrando teniente general a un señor que debería estar procesado.

Es casi un hito. El ascenso de su compañero Milani terminó de romper la careta DD.HH. del kirchnerismo –y va a provocar unas pocas rupturas entre sus seguidores. Se diría que cada una de sus medidas, de ahora en más, va a tener ese efecto: que ese rejunte improbable de progreso y caciques y oportunistas y empresarios va a seguir deshojándose como una margarita perimida. Es lo que estamos viendo en estos días: el show, es cierto, nos cuesta carísimo, y ni siquiera es tan tan bueno.

Martín Caparrós 

Comentarios (1)

jason criollo
19 de diciembre, 2013

Haciendo un inútil paralelismo en la Venezuela chavista-cubanista-socialista21 ocurre lo mismo, pero en lugar de las policías sustituyase con las FFAA. El caótico desorden (pleonasmo obligatorio)es el mismo, la inflación peor, la fábrica de moneda sin respaldo idéntica, el despilfarro similar. Con algunas diferencias:a) a)compra del lumpen con las misiones = 40% de la población: “misioneros”, lo que equivale a cobrar limosnas por asistir a cualquier acto oficial y aplaudir al charlatán gobiernero de turno y/o a presentarse violentar cualquier reunión o actividad pública de la oposición y b) destrucción sistemática y “científica” de las costumbres (moral)de la clase media y de la poca productividad industrial que hubo en el pasado reciente. Mirando al prado vecino puedo decir que en Argentina “por ahora” están mejor.

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