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Ser y no ser, por Martín Caparrós

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Ya pasó todo y no pasó gran cosa. Las Paso habían dicho casi todo lo que debía decirse: ayer lo repetimos. Por eso fue una noche de sufrimiento para muchos, incluidos dos sectores que no suelen sufrir al mismo tiempo.

Por un lado los popes kirchneristas, porque tenían que simular que seguían diciendo lo mismo de siempre: lo que decían cuando sus victorias no eran derrotas contundentes. Así que tuvieron que aparentar euforia y, para eso, quién mejor que el eufórico titulado en la Ucedé. Anoche, por fin, lo dejaron aparecer a Boudou para que se quemara más aún: para hablar de la derrota diciendo que era una victoria, porque su partido se llama Frente para la Victoria –y, según eso, si no ganan no tienen para qué. Es difícil vivir sin para qué. Peor es gobernar sin para qué. Con o sin Jessica Cirio.

Por otro lado –y simultáneamente– sufrían los comentaristas políticos habituales, porque tenían que simular que decían cosas nuevas cuando casi nada de lo que pasó difiere mucho de lo que ya pasó en agosto: tras el ensayo general, el estreno sucedió sin grandes novedades. Pero algunas:

–la apoteosis de Massa: mi intendente ya empieza a decir esas cosas que dicen esas personas: “El que tiene el 2015 en la cabeza es que no tiene nada en la cabeza. Hablar del 2015 es faltarle el respeto a la gente”, dijo solemne anoche, mientras todos sabían que estaba pensando en 2015. Ahora –supongo– vuela por los aires y camina por las paredes, todo al mismo tiempo. Ganó con más distancia que la que nunca podía haber imaginado cuando deshojaba el alcaucil; tiene por delante dos años de masticar clavos tornillos bujías cojinetes. Enjaulado con un animal herido, si llega más o menos vivo a 2015 hasta habría que votarlo por el mérito de sobrevivir. Yo no, por supuesto, pero hay gente a la que le gusta mirar Animal Planet. Y esa gran masa de argentinos amantes de la legalidad y el orden –siempre que puedan evadir impuestos y la policía tire a matar si le parece.

–la gorilización de Macri: llevaba años (in)definiéndose como una especie de peronista que nunca fue peronista, siempre a punto de aliarse con algunos de ellos para armar el grupete que por fin le dé el poder que tanto se merece, y anoche dijo que ese grupete no incluiría a ningún ex-ministro o sea: a ninguno de esos peronistas. Es un dato que aclara y oscurece -y lo deja rezando a la división de todos los demás para ganar en la carrera presidencial que acaba de lanzar: si dos o más se juntan, él se queda sin chances.

–la derrota de Filmus: no es fácil haber sido vencido tantas veces, de tantas formas diferentes, por tantos contricantes tan diversos, y seguir siendo capaz de sonreír. El secretario de Educación de Grosso es un prodigio de educación y buenos modos; lástima que, para mostrarlo, tenga que hacer perder elecciones a su partido con tal frecuencia y regularidad. Mi amigo Pino, agradecido y senador de la Nación. Salud!

–la santidad de Buenos Aires: tan laica que se dice, tan progre, tan moderna, ayer dos tercios de los porteños votaron a un rabino y una beata; cualquier relación con la papización de la sociedad argentina D.F. –después de Francisco– no debe ser mera coincidencia. A menos que se lea: ayer dos tercios de los porteños votaron a dos representantes de la centroderecha más clásico, más conservador –y otro quinto a un patoterito hijo de que mandó a echar a la chica que le hizo la boleta. En total: 88 por ciento de votos por esas tres opciones, ante las que el señor Páez quizá tendría algo que decir.

–la trosquidad de Salta: tan conserva que se dice, tan cristiana, tan tradicionalista, ayer un tercio de los salteños votó al Partido Obrero. Si no fuera sorprendente sería sorprendente. Pero es el punto más alto de una tendencia nacional, con votaciones del diez por ciento en varias provincias, con tres diputados, con un diputado menos en la ciudad de Buenos Aires porque -troscos al fin y al cabo- no pudieron arreglar con Zamora para que se subiera a su bote y no dividiera las aguas. Cualquiera diría que, ahora que el discurso de izquierda del kircherismo se hace más y más increíble –muchachos, ¿cómo tardaron tanto?–, más votos de izquierda van a la izquierda.

–la victoria de pocos: el domingo a la noche había festejos en los búnkers –qué buena la palabra “búnker”–: globos, cumbias, congas, queen y varios kings. Pero no hubo marchas ni fiestas en las calles y a medianoche la nota más leída en clarin.com, el periódico online más leído, era la muerte de Lou Reed: un grande que siempre te mandaba a dar una vuelta por el lado salvaje. Aquí no hubo vueltas por el lado salvaje: miradas educadas a los televisores. Alguien diría que también eso muestra que la relación entre los argentinos y sus políticos está más destruida de lo que puede parecer. Que, anoche, millones votaron contra los que detestaban y, para eso, votaron por los que no detestaban votar; no mucho más que eso.

–la derrota de los amigos de Filmus: ya dijimos, ganaron. O, más bien, ya lo dijeron ellos. Ahora tienen dos años para demostrarlo. Tienen, a favor, el hecho de que unas elecciones donde perdieron por goleada –7 a 3– no cambian la relación de fuerzas en las instituciones que manejan y, sobre todo, en el Congreso. Son los pequeñas delicias de la delegación democrática, que hace que un partido mayoritariamente rechazado por los electores mantenga la representación mayoritaria de esos electores. Y la van a usar, estos dos años: sería lindo de ver, si hubiera forma de evitar salpicaduras. No hay, porque somos el barro.

Y, en definitiva: la sensación de que ya se acabó algo que deberá durar por lo menos dos años todavía. Que después nadie diga que no se la veía venir: la mezcla entre ser y no ser es inflamable.

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