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Los megáfonos de Puerto Asís, por Alberto Salcedo Ramos

La mañana en Puerto Asís amaneció envuelta en una densa capa de neblina que luego se precipitó en un aguacero. Apenas la lluvia amainó, empezaron a oírse, nítidos, varios pregones amplificados por megáfonos.

—Llevo la cachama fresquita, recién sacada del río Putumayo.

—Cebolla en rama, garbanzo.

En Puerto Asís los mensajes que no se difunden por un megáfono difícilmente se vuelven masivos. A través del megáfono se mercadean los productos agrícolas de la temporada, se venden los tamales del desayuno o se anuncian las promociones en los almacenes.

Hay payasos a las afueras de ciertos restaurantes, contándoles a los transeúntes —megáfono en mano— cuál es el menú del día. Megáfonos llevan, también, algunos ciclistas y algunos peatones, y un anciano que anda a caballo. Todos promocionan algo: aguacates, ropa interior, rifas.

Muchos de los 90 mil habitantes de esta pequeña ciudad perteneciente al departamento del Putumayo, en el sur de Colombia, se ganan la vida en actividades comerciales y han hecho del megáfono su principal herramienta de difusión. Los pregones que manejan son directos: el tomate vale tanto y se consigue en tal parte. Y así.

—Aquí hablamos claro, dice Floralba Rodríguez, madre de familia que esta mañana de sábado, bajo la llovizna persistente, ha acudido a la Institución Educativa Santa Teresa.

Felipe Nery, rector del colegio, quien está sentado al lado de Floralba, coincide con ella en que los mensajes que difunden los pregoneros son elementales. Él ve sabiduría en esa simpleza: la gente en su tierra utiliza las palabras para comunicar lo esencial.

Lo esencial en este momento, según Nery, es que los jóvenes construyan alternativas lícitas ventajosas para que no cedan a ciertas tentaciones del entorno, producto de problemas como la violencia y el desempleo. Tales alternativas lícitas, advierte, pasan por el estudio. Nadie tiene más oportunidades que una persona que se capacita.

A pesar de la lluvia, muchos habitantes han venido hasta la sede de la Institución Educativa Santa Teresa, donde los niños están presentando danzas y conciertos.

Felipe Nery señala que, tras la Segunda Guerra Mundial, los alemanes decidieron que había que reconstruir el país, y para hacerlo recorrieron sus escuelas preguntándoles a los alumnos cómo querían ver a Alemania cuando fueran adultos.

—Nosotros también queremos saber cómo esperan ver a Puerto Asís nuestros muchachos.

Al preguntarle si el futuro será más promisorio en la medida en que haya menos megáfonos que tecnología moderna, sonríe. Él piensa distinto: por mucho que los seres humanos se modernicen, siempre necesitarán el megáfono o alguna herramienta similar para comunicarse con las masas.

Estas danzas de su colegio son como amplificar el valor de la educación.

—Ninguno de esos muchachitos se irá para la guerra, exclama.

Al preguntarle si tanta seguridad no le parece ingenua, responde que quizá, pero que se necesita creer. Apostarle al estudio es empezar a mejorar el país.

—¿Y por qué no lo dice por megáfono?

—Se lo estoy diciendo a usted. No hay mejor megáfono que un periodista