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La paz, desde México; por Santiago Gamboa

Invitado a la Feria del Libro del zócalo, en México DF, me dispongo con mi amigo el escritor Mario Mendoza a visitar el taller del pintor Joaquín Clausell, en el Palacio de los Condes, uno de los museos nacionales de esta asombrosa ciudad, pero al llegar el guardia nos informa que el museo está cerrado esa mañana, pues en el patio central se celebrará el Encuentro Continental por la Paz en el País Vasco.

Caramba, pienso, ¿la paz en el País Vasco? Presa de la curiosidad miro el programa y veo en la lista de oradores a la senadora Piedad Córdoba. La reunión está por empezar.

El encuentro se centra en la Declaración de Aiete (que posibilitó un acuerdo entre España y Eta en 2011), la cual contiene una serie de puntos que, vistos desde la perspectiva de Colombia, son reveladores. Tal vez el más importante es el que señala que para una verdadera reconciliación es necesario el reconocimiento a todas las víctimas, su asistencia y compensación o reparación, como un modo de “reconocer el dolor causado y ayudar a sanar las heridas personales y sociales”, y esto “con consulta a la ciudadanía”. Entre los firmantes están Kofi Annan y personalidades como Gerry Adams, del Sinn Fein, o Pierre Joxe, exministro de Interior de Francia, pero al iniciar, uno de los convocantes informa de recientes adhesiones: 19 presidentes latinoamericanos, entre los que están Belisario Betancur, César Gaviria y Ernesto Samper, además de José Mujica, de Uruguay, Ricardo Lagos, de Chile, Óscar Arias, y un largo etcétera.

El politólogo uruguayo Alberto Spectorowski, del Grupo Internacional de Contacto, explicó que desde el punto de vista político la guerra es mucho más rediticia y atractiva de cara a las masas, pues permite crear unidad nacional, mientras que la paz es algo delicado y contradictorio, que toca fibras de odio y resentimiento. “La paz es de los valientes”, dijo, “se necesita mucho coraje para hacerla, pues su costo político es muy grande”. Inevitable pensar en Colombia y en sus calculadores enemigos. La venganza y el odio dan más rédito, eso es claro. Uribe y Pachito Santos lo saben, por eso prometen sangre y bala en sus encendidos discursos. Mejor otra década de guerra si ese es el precio de volver al poder.

Piedad Córdoba agradeció a Uruguay por haberse propuesto como espacio para las conversaciones entre gobierno colombiano y Eln. También habló de la necesidad de un desarrollo en temas como el racismo, las minorías sexuales y el respeto a las mujeres. “La paz es una construcción de todos”, dijo, “se hace para la población y no exclusivamente para quienes están sentados en la mesa y firman”. Lucía Topolansky, senadora uruguaya y esposa del presidente Pepe Mujica, se refirió a la reinserción de los presos: “Creemos en la paz y en la reinserción”, dijo. “En Uruguay, gracias a esto, alguien que luchó con armas contra la dictadura y que estuvo en la cárcel, hoy ha podido ser presidente de la República”.

Y al final, de nuevo la idea de una utópica Colombia pacificada versus la locura e irresponsabilidad de los enemigos del proceso, de lado y lado. Pero hay que seguir creyendo. La foto del equipo negociador de las Farc con las camisetas de la selección de fútbol de Colombia es una línea más de luz en esa tupida selva de símbolos.