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El reinado del doping, por Alberto Salcedo Ramos

Por Alberto Salcedo Ramos | 7 de agosto, 2013

Alex Rodriguez texto

En estos tiempos no pasa un solo día sin que haya una noticia sobre dopaje.

He aquí, a vuelo de pájaro, las más recientes:

La Federación Portuguesa de Ciclismo suspendió por doce años a Sergio Ribeiro, y lo despojó de todos sus títulos; el presidente de la Federación Turca de Atletismo, Mehmet Terzi, renunció a su cargo “debido a varios escándalos de dopaje que han empañado la candidatura de Estambul como organizadora de los Juegos Olímpicos de 2020”.

Ayer se reportó que, en los años 70, la República Federal Alemana tenía en todas las disciplinas deportivas un plan de dopaje sistemático y organizado, que contaba con el apoyo de políticos importantes.

El mayor escándalo del momento es el del béisbol de grandes ligas: en las próximas horas serán anunciadas medidas drásticas contra varios de los peloteros tramposos que en los últimos años convirtieron ese deporte en una cloaca.

Ryan Braun, jugador más valioso de la Liga Nacional en 2011, ya fue castigado: estará fuera de actividad durante 65 partidos.

Ahora se espera una sanción más contundente contra Alex Rodríguez, el beisbolista mejor pagado del mundo: se prevé que será suspendido de por vida.

¿Cómo llegamos a esta situación?

El ensayista danés Verner Moller, quien ha publicado varios libros sobre el tema, advierte que el uso de sustancias para mejorar el rendimiento está prácticamente ligado a los orígenes mismos del deporte. Según él, los atletas que competían en los juegos olímpicos de la antigüedad se vigorizaban con mezclas de vinos, hongos y plantas que provocaban estados mentales de euforia.

Moller agrega que en 1850 los ciclistas franceses ingerían un brebaje creado por el químico Angelo Mariani, una mezcla de coca con vino. Que en 1860 los nadadores hacían una pócima con algas. Que en la clásica ciclística Burdeos-París de 1896 murió el inglés Arthur Linton, a quien su entrenador había suministrado “un bebedizo de cafeína con cocaína”.

En parte por la tiranía de las empresas patrocinadoras, siempre sedientas de nuevos récords para que haya más público y más ingresos, fuimos pasando de los mejunjes caseros a los arriesgados medicamentos de laboratorio.

Y todo eso mientras las autoridades deportivas y los aficionados miraban para otro lado.

Como el problema es antiquísimo y seguramente insoluble —concluye Moller— quizá va siendo hora de autorizar el dopaje.

Su tesis es que al legalizar la trampa, desaparece la trampa.

De aprobarse su propuesta, lo justo sería concederles las medallas a los farmaceutas que propician el alto rendimiento de mentiras y no a los deportistas que simplemente actúan como sus marionetas.

Me pregunto, además, cómo poner a competir la mazamorra de plátano que consumen los atletas de los países atrasados con los esteroides que ingieren los de los países desarrollados.

¿Quién determinaría, entonces, qué tanto de las hazañas se debería al talento y qué tanto a los fármacos?

Por ahora, tendremos que seguir en nuestro dilema retorcido: no les creemos a estos deportistas inflados que destrozan marcas semana tras semana, pero vivimos aplaudiéndolos como si les creyéramos.

Alberto Salcedo Ramos 

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