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Los Sinvergüenzas y las hermanas Dávila en Petare, por Willy McKey #CaracasEnContratiempo

Por Willy McKey | 29 de julio, 2013

1. Contratiempo. El nombre de este Festival es un juguete del sentido. Cuando el tiempo que tiene que durar una nota se extiende a dos tiempos del compás, en vez de comprender sólo una parte del primero. Para los músicos, ir a contratiempo es escurrirse entre los tiempos fuertes, desobedecer lo predecible de la métrica a favor del goce, sacar de quicio al metrónomo que se queda encima del piano envidiando la capacidad de salirse y volver al ritmo escrito en las leyes de la música. Lucirse.

Sonar en contratiempo es desobedecer en nombre del placer de descubrirse bailando más allá de lo que está escrito. Y eso es lo que traman Los Sinvergüenzas y las hermanas Prisca y Marieva Dávila en el calor de los camerinos del Teatro César Rengifo de Petare, dos pisos por debajo de la recuperada tarima y en la segunda fecha de esta primera edición de “Caracas en Contratiempo”.

2. Camerinos. El camerino de Marieva y Prisca Dávila está más cerca de las escaleras y más alejado del calor que el de Los Sinvergüenzas. Han logrado concentrar la esencia del proyecto Un piano. Dos hermanas y traerlo puesto para la tarde de hoy. Lucen emocionadas con poder compartirlo hoy. Marieva dice que parte de lo que hace que un artista quiera participar en una programación como ésta es que “si existe un movimiento es porque también existe la posibilidad de un intercambio. Porque si algo no debe permitirse un movimiento es quedarse estático”. Y Prisca completa: “El movimiento está y, afortunadamente, un grupo de artistas ha sabido ver que las condiciones están dadas para hacer algo así. Ahora, como decía Aquiles [Báez], hay que generar los vínculos con la gente para que lo haga suyo. Por eso este festival es tan importante”. La idea de una consigue el complemento en la de la otra y cada frase que resulta es asentida desde una esquina sin espejos por Eduardo Dávila, el padre de las criaturas, articulando entre sí las piezas de su flauta.

“Todos Los Sinvergüenzas vienen de Mérida”. El grupo conformado por Héctor Molina, Edwin Arellano, Raimundo Pineda y Heriberto Rojas es una cordillera sonora. “Están pasando muchas cosas musicalmente en el país, ¡y hay tantos venezolanos que se las están perdiendo por falta de espacios!”. Cuando a Molina se le pregunta si cree que este festival puede hacer algo para solucionar eso, coincide con que los espacios no son sólo físicos —teatros, bares, locales–, sino también un lugar en el tiempo de la gente. “Y eso es lo que hacen los festivales: conseguir un espacio en el año y, con eso, conseguir espacios en los medios de comunicación y en la gente. Porque sin el público esto no tendría sentido”. Los llaman: les toca salir a ganarse ese espacio.

3. La sinvergüenzura. La manera más honesta de conocer al otro en dejándolo contarse. El arranque de Los Sinvergüenzas es el tema “Afíname ese pote” y permitió generar el clima apropiado y demostrar el acierto de la locación elegida. Durante todo el concierto, cada uno de los temas era presentado y acompañado por algún secreto de su historia mínima. La cita servía para ordenar la historia del grupo. Incluso sus versátiles influencias: el segundo tema fue “El silencio de las sirenas”, homónimo del relato de Kafka que lo inspiró, donde el Ulises de La Odisea se convierte en una víctima del silencio y no en un sobreviviente de la música fatal de las cantantes mitológicas. El siguiente tema fue “Amalgamados”, completando eficazmente la alegoría del silencio roto. Además, en clave de onda nueva, se sumaba a esta sinvergüenzura Manuel Rangel y las mismas maracas que, el día anterior, desataron aplausos en el Concierto en Tiuna El Fuerte.

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La distancia entre el escenario y el público del Teatro César Rengifo es casi invisible por una mezcla de arquitectura, sencillez y ánimo. Luego de que Edwin Arellano agradeceria el esfuerzo de los compositores, mencionando a Aquiles Báez y su invalorable “La casa azul”, sonó “La casona de la abuela” y —cosas del azar— terminó con la inesperada percusión de unos cohetones que en la plaza cercana estallaban quienes, ajenos a estas cuerdas, nos ayudaban a celebrar.

El estruendo fue ideal para “Sin embargo, joropo”, la pieza que vino a encender finalmente el ambiente, dejando a Héctor Molina inquieto y ensimismado. Percutía sus muslos con las palmas de las manos mientras hacía un repaso en complicidad con el flautista, Raimundo Pineda. Pineda no es el único flautista que ha tenido Los Sinvergüenzas. Sergio Torres estuvo en la formación inicial y luego se mudó a Legazpi, en Madrid. Molina compuso este tema y estando aún sin título se lo envió a su bróder trasatlántico dando las coordenadas Caracas-Madrid. Luego Edwin compuso un intro para el tema dedicado a su sobrina, quien trocó todo convirtiendo “De Cotiza a Legazpi” en “María Isabella, de Cotiza a Legazpi”.

La última pieza de Los Sinvergüenzas fue la gaita de tambora “Caramelito Papelón”. Héctor Molina repasó una vez más el origen merideño de esta tropa y contó que este género tradicional se cultiva mucho en Palmarito, un pueblo que, aunque esté al sur del Lago de Maracaibo, pertenece al estado Mérida. Plantada su bandera y secuestrando la gaita de tambora durante cinco minutos y algo más, tocaron un tema que metió a todos en cadencia y contratiempo. Otra docena de cohetes pudo traducir esta amable sinvergüenzura.

4. Aquiles Báez y el dulce intermedio. En el intermedio que preparaba todo para las Dávila, Aquiles Báez se asomó por el telón principal y, siguiendo quizás el tono confesional que ya tenía el concierto, saludó a la gente de Petare y compartió con todos un recuerdo convertido en música apetito. Luego de decir que volverse a encontrar con la familia Dávila lo devolvía a sus primeros años en la música, tocando con don Eduardo, confesó un asunto más cercano a todos… literalmente: “Pasé mucho tiempo de mi adolescencia por aquí así que les digo que en Petare hay muchas cosas buenas, entre ellas los mejores golfiaos de Caracas, que están apenas unas casas más allá”. Así toma cuerpo esa vieja verdad que dice que un evento cultural debe rebosarse a sí mismo y transformarse en experiencia. “Caracas en Contratiempo” no se trata tan sólo de ir hasta un lugar y coincidir allí durante el tiempo que dure la música, para devolverse a casa en silencio. Cada comentario de uno de los músicos, cada bailadita provocada en un espectador, cada memoria compartida. Todo suena y percute. Todo transforma y vincula. Esta tarde el placer ya era una mezcla de música y apetito.

5. Duende y Piquirillo. Cuando se abrió el telón, las teclas ya están ocupadas por las dos mujeres. Se miraban. Se sonreían. Se conocen demasiado. Tanto que a veces cuesta creer que alguna de las cuatro manos tenga sólo una dueña. Se adivinan las notas del polo margariteño eterno debajo de la componenda de las hermanas, quienes empiezan su presentación asombrando y conmoviendo a la vez. Terminan la primera pieza y, con el aplauso, Prisca se retira y nos deja con la hermana menor quien presenta a Heriberto Rojas en el bajo y a ese grande de la batería que es Miguel Hernández. Tocaron un tanguillo brioso, que no soltó a quienes atendían expectantes la llegada del duende a escena, trepándose por las piernas de quienes danzaban en sus asientos. El equipo se completó con la llegada de Eduardo Dávila en la flauta para acompañar a la benjamina en “Destino”. Con el aplauso, Prisca volvió a escena con el ritmo escondido debajo de una mezcla que, en otras manos, parecería imposible: su pieza “Lydiando merengue”.

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Sólo desde Petare el “Caracas en contratiempo” podía haber lanzado la versión de “Desilusión” —del maestro Juan Vicente Torrealba— convertida en ese golpe tuyero que Prisca afincó mientras Marieva se ausentaba de la escena para, minutos después, aparecer bailando y sonando la madera con sus tacones brujos para cambiar de verbo: con “Frigiando merengue” los presentes pudieron ver cómo un merengue se iba mudando de las teclas a los hombros de Prisca, transformándose en el aire en un juego frigio, aflamencado y dispuesto para las palmas y la falda de Marieva, ahora también asincopadas.

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Siguió la pieza en warao “Setoconao”, pero esta vez pudo ser transformada en otra cosa. El maestro Miguel Hernández consiguió dentro de su batería la posibilidad de conjurar desde Petare todos los sones posibles de las costas más cercanas, poniendo a corear al teatro entero el “Hay gente, hay gente,/ debajo e’ la cama hay gente” que fue mutando hasta convertirse en una visita guiada por tambores que no estaban en el escenario sino curándose adentro de cada uno de los asistentes. Y, ya sembrados allí, le tocó al “Piquirillo” compuesto por la mayor de las Dávila convertirse en el cierre de una fiesta que cada minuto iba sumando más y más gente en esta segunda fecha del festival.

Prisca se levantó a bailar con su hermana, con una inquietud cómplice que parece haber sido su excusa de siempre. La suerte era que en esta ocasión el Festival “Caracas en Contratiempo” también nos había convocado a nosotros.

 

 

6. Caracas-Petare. El primer camino de los asistentes que salían de la sala iba hacia los folletos con la programación y los puntos donde estaban a la venta los discos de quienes acababan de sonar para ellos. La gente quería más música y saber dónde podía convertirla en suya. El segundo de los caminos obedecía a Aquiles Báez e iba transformándose en una pequeña fila que convertiría un golfiao con queso en su merienda. Una voz sale desde el horno del leña que cocina los golfiaos de más tarde y cuenta la historia de ese espiral de masa dulce.

Hoy, en apenas la segunda fecha del festival, no sólo se habían generado vínculos con la música sino también con una ciudad que hasta hace un par de hora era mucho más pequeña. Ahora Caracas también cuenta con ese nuevo espacio adentro de quienes se dejaron musicalizar y endulzar sus contratiempos.

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Puede leer acá el resto de la programación del Primer Festival de Música Contemporánea
Caracas en Contratiempo

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Willy McKey  Parte del equipo editorial de Prodavinci. Poeta, escritor, docente y editor de no-ficción y nuevo periodismo. Especialista en semiología política y conceptualización creativa. Puedes leer más textos de Willy McKey en Prodavinci aquí y seguirlo en twitter en @willymckey Haga click acá para visitar su web personal.

Comentarios (4)

Pepe Real
29 de julio, 2013

Bravo eso es lo que llamamos y queremos: “PATRIA”

Alexandre Daniel Buvat
29 de julio, 2013

excelente la crónica y aún mejor el esfuerzo y el sentido estratégico de integrar comunidades en un solo espírtu: la creación y el disfrute de la música

Zobeida Ortega
29 de julio, 2013

Gracias Willy por esta crónica tan experiencial. Yo también estuve en el concierto y estoy siguiendo el trabajo creciente de los merideños y de las hermanas Dávila, en este gran movimiento de juventud y de ontratiempos sonoros, decididos a darse a conocer universalmente de nuestra música. Son estos nuevos creadores, exponentes, productores y por supuesto nuevos melómanos, de este grandioso festival, que estoy segura será una nueva marca de encuentros para nuestra ciudad y seguramente otros lugares de nuestra geografía, el cielo es el límite para tanto talento.

Gracias a todos los que están en este movimiento.

Hernani
29 de julio, 2013

Estimado Willy, aunque repetida la expresión en éste momento no tengo más que decirte ¡BRAVO!

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