Artes

Imagen de Guillermo Sucre, por Víctor Carreño

Por Víctor Carreño | 8 de junio, 2013

Guillermo Sucre texto

En los ochenta años de Guillermo Sucre, han aparecido varios escritos en homenaje al ensayista, poeta, crítico y maestro, hecho por quienes han sido sus amigos, estudiantes, estudiosos y admiradores, como un acto que ha sido a la vez un reconocimiento y una gratitud, por todo lo que nos ha dejado. Con este escrito quisiera unirme también a esta celebración, pero intento también dar una aproximación sobre cómo se lee a Sucre fuera de Venezuela, cuáles de sus producciones son las más revisitadas, y qué sentido arroja sobre su obra y su permanencia en el tiempo. Lo que planteo es solo un esbozo, inevitablemente tocado por mi experiencia como estudiante en varios de sus cursos en la Escuela de Letras de la UCV en la década de 1990 (una de las décadas más angustiadas y desorientadas en la historia contemporánea de Venezuela), un estudiante que se siente agradecido y dichoso de ese tiempo en que crecimos junto a él. Pero no me limitaré a la emoción, y citaré varias fuentes y contextos que pueden anclar en una realidad lo que intento explicar y pueden ayudar para un futuro estudio que considero aún no se ha hecho y está por hacerse. Por último, me detendré brevemente en algunos de sus libros de poesía, que a mi modo de ver arrojan la luz más reveladora sobre su vida y obra, como ya en parte lo ha expuesto en un ensayo José Balza, que lleva el significativo título de “Guillermo Sucre: La felicidad y el árbol de la tormenta”.

Quiero comenzar con una observación muy sencilla y profunda que hizo uno de sus estudiantes, el poeta y narrador Gustavo Valle: “Poeta, ensayista, maestro. Tres vocaciones fundidas en una” (en “Guillermo Sucre: la libertad y la cordura”, El Nacional, Papel Literario, 13 de junio de 2009). Con otras palabras lo ha confirmado también Rodolfo Izaguirre en su evocación  “Él me enseñó a imaginarme” (El Nacional, Papel Literario, 2 de junio de 2013). En esta narra cómo al encontrarse presos durante la dictadura de Marcos Pérez Jiménez en los 50 (Sucre participó entonces en una protesta estudiantil contra los intentos del dictador de prolongar su estadía en el poder a través de un plebiscito que violaba la Constitución), Sucre no se desanimaba, sino que hacía del encierro oscuro de la cárcel un espacio para reinventarse en otro espacio, libre y venturoso, en este caso un París que Izaguirre y Sucre habían conocido y disfrutado con gran placer. Como un Sócrates del trópico, sigo viendo en el recuerdo al maestro, pues antes de las clases del Taller de Ensayo los viernes en la tarde hacíamos un recorrido por todo el espacio que va de la Facultad de Arquitectura hasta el pasillo que da a la Biblioteca Central, y esa caminata se convertía en un recorrido por pasajes de lecturas y países, enseñando sin pretender hacerlo, es decir, simplemente conversando. Como una especie de Don Quijote intelectual, trabajado por un rigor ascético de muchas lecturas e insomnios, con un amor a la verdad y espíritu generoso, me lo imaginaba luego en sus clases, donde delgado y espigado, erguido con impecable elegancia, alternaba su exposición desde el escritorio o caminando alrededor del salón con un cigarrillo en la mano, mientras nos decía que aunque Cervantes no hubiera sido un poeta (lo que siempre quiso ser) nos entregó una magnífica creación poética que es Don Quijote, y que tiene mucho de Cervantes, el hombre. Y allí estaba también Sucre: reinventando a Cervantes y reinventándose a sí mismo, entregándonos una imagen al hablar y existir en el tiempo. Otro de sus mejores estudiantes, Agustín Silva, lo ha resumido en un texto leído en la otorgación del Doctorado Honoris Causa por la UCV, titulado “Del profesor como artista”.

Quien se adentra en la lectura de sus textos, encontrará “la recurrencia de una sola imagen”, como titula María Fernanda Palacios, a partir de uno de sus versos, un apartado de un ensayo sobre su poesía (“Guillermo Sucre: la palabra, la pasión, el esplendor”). Entre sus ensayos y sus poemas hay vasos comunicantes, un lenguaje muy similar, elegante, trasparente, pero más que esto, en ambas se muestra una similar preocupación por el lenguaje. Francisco Rivera, en “Guillermo Sucre y la poesía latinoamericana” (un  análisis sobre La máscara, la transparencia, que es junto a Borges, el poeta, uno de sus ensayos centrales, donde desarrolló su crítica y teoría de la poesía hispanoamericana del siglo XX), extrae pasajes muy reveladores al respecto. “Toda poesía adquiere sentido a partir de su lenguaje y de la conciencia que el poeta tenga de él”. Sucre marcaba así distancia frente a una poesía e incluso a una crítica hispanoamericanas que se explayaban con autosuficiencia en lo telúrico. Para Sucre el reto es estudiar los poemas como una “experiencia imaginaria”. Después de todo, el lenguaje es capaz de generar infinitas oraciones, infinitas invenciones verbales, como una prueba de su potencial creativo que trasciende toda pretensión de reducir las creaciones lingüísticas a meros reflejos de la conducta, como advertía Chomsky. Pero con esto, advertía Rivera, se exponía a las críticas de “formalista” o “estructuralista”. El libro se publicó por primera vez en 1975 por Monte Ávila y luego se reeditó (ampliado) en 1985 por el Fondo de Cultura Económica. Es decir, salió un poco antes del auge de los cultural studies o estudios culturales en la Academia de los Estados Unidos en los 90, auge no se sabe qué tanto ha sido para bien, qué tanto para mal. El tiempo lo dirá.  Entre ser tachado de “formalista” o “estructuralista” y elitesco o burgués no hay sino un paso, cuando entramos en las corrientes más radicales de los estudios culturales. Rivera acierta de nuevo al citar a Sucre: “Si lo que se busca es lo humano, ¿qué otra cosa podría encarnarlo mejor que el lenguaje?”. Pero desde luego, el debate no se detiene ni se detendrá acá.

La máscara, la transparencia no ha sido reeditado, hasta donde yo sepa. En mis estudios de doctorado en Columbia University conocí a profesores que admiraban o respetaban a Sucre (Gonzalo Sobejano, Philip Silver, Gustavo Pérez-Firmat). Recuerdo haber visto en 1999 un curso sobre Poesía Hispanoamericana después del Modernismo, dictado por un profesor invitado de cuyo nombre no puedo acordarme, en cuya bibliografía no aparecían los ensayos de Sucre. Creo que se debía en parte a un esnobismo académico. Borges dijo una vez, luego de su experiencia como profesor en universidades de Estados Unidos, que estas prefieren la bibliografía a la lectura de los libros. Y bibliografía “vieja”, sobre todo cuando se trata de crítica, se cree que no es útil (craso error). Pero acaso sea también ilustrativa una referencia que me sorprendió de Sucre en el libro Acto de presencia, de Silvia Molloy, profesora de NYU, obra fundamental para el estudio de las autobiografías hispanoamericanas. En un ensayo sobre los textos autobiográficos de Picón Salas, dice Molloy que Sucre lo compara con “excesiva generosidad con Alfonso Reyes”, sin detenerse en los análisis de Sucre. Posteriormente, Molloy expresa sin ambages lo que no le gusta de Picón Salas, al describir el comienzo de Regreso de tres mundos: “El tímido señorito se ha convertido ahora en dandy provinciano que hace alarde de una condescendencia poco atractiva”. A continuación viene una cita donde el narrador evoca un encuentro sexual con una campesina, que puede interpretarse de varias maneras, pero que Molloy rehúye analizar, acaso por pensar que su contenido es evidentemente patriarcal (un poco antes afirma que la prosa autobiográfica de Picón Salas es un índice, como otras de Hispanoamérica en su tiempo, de un “paternalismo rural”). Sin negar del todo estas observaciones, estos pasajes pesan mucho en Molloy a la hora de enjuiciar una obra vasta y compleja. “Los textos de Picón Salas son tanto proclama ideológica como relato de niñez”, dice Molloy. ¿Se habrá planteado la crítica y escritora si esta afirmación podría aplicarse a su propio texto, proclama y relato indirecto de sus convicciones? La censura en la academia norteamericana es sutil, oblicua pero contundente.

 No me opongo a la vindicación que hacen los estudios culturales (o sus ámbitos cercanos) de las culturas de personas marginadas en un momento en alguna sociedad, pero sin olvidar que “marginado” es una condición variable, no dependiente de una sola categoría de clase, etnia, género sexual, ideología, profesión o religión. Los marginados de ayer pueden ser los encumbrados de mañana. Lo inquietante es cuando las banderas de la corrección política en la academia culturalista se confunden con las de una nueva intolerancia en el rescate supuestamente desinteresado de los marginados, y recibe además buenos dividendos de instituciones académicas o de otra índole, y no precisamente marginadas.

No quiero sin embargo convertirme en otro nuevo censor ni encumbrar a nuevos ídolos. Es riesgoso tanto considerar que los estudios culturales son la única vía para aproximarse a la literatura y la cultura, como execrarlos a priori, sin leer sus textos, sin asimilarlos (yo mismo he intentado utilizar lo que he podido de ellos). Solo intentaba dar una explicación de por qué los ensayos de Guillermo Sucre son poco citados en Estados Unidos, discusión que sigue abierta pero que es pertinente si pensamos que las reflexiones teóricas de este país tienen mucho peso en la orientación de los estudios latinoamericanos. Y los países latinoamericanos no somos ajenos a esta influencia.

Lo que sí ha tenido una mayor circulación ha sido la poesía de Sucre. Menciono tres antologías que recogen una selección de sus poemas: The Borsoy Anthology of Latin American Literature, a cargo de Emir Rodríguez Monegal y Thomas Colchie, cuya primera edición aparece en New York: Knopf, 1977, y la última en 1992; Las Ínsulas extrañas, compilada por Eduardo Milán, Andrés Sánchez Robayna, José Ángel Valente y Blanca Varela (Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2002); y Conversaciones con la intemperie, realizada por Gustavo Guerrero (Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2008). Quizá haya otras que se me escapan. Si Sucre fue conocido al principio fundamentalmente por sus ensayos y su labor como crítico, tiende a ser leído más por su poesía. Recuerdo haberle oído decir en una de sus clases: “El crítico está condenado a desaparecer, pero gracias a él existe la literatura”. ¿Conciencia irónica de sí mismo? “El poeta se hace invisible, ¿por máscara, por transparencia?”, dice Lezama Lima, a quien acude Sucre para el título de su libro.

Si se analiza el vocabulario de sus ensayos y de su poesía encontraremos palabras o analogías recurrentes, que son puntos de partida en la articulación de un mundo complejo: transparencia, esplendor, imagen, pasión. Su estilo mismo tiene una impronta inconfundible que da un tono dubitativo, a veces hablado y distante del tono académico, a su escritura. Como ha observado Miguel Gomes en Poéticas del ensayo venezolano del siglo XX: “la prosa de Sucre –tan hondo ha sido su impacto– ha generado manierismos”, que deshacen la función original que tenía originalmente su estilo (dar otro ritmo y matiz al discurso). Y precisa luego: “Un buen ejemplo serían los juegos parentéticos: recursos neoconcretistas, posestructuralistas, o pacianos como “mira(da)”, “(re)lectura”, “(in)condicionado”. También las interrogaciones que parecen retóricas, pero no siempre lo son: “Todo lo fundamental que ha hecho el hombre, ¿no lo ha hecho en función de una imagen?”, dice Sucre en La máscara, la transparencia, en el capítulo sobre Lezama Lima. Ya dije antes que esta concepción puede resumirse como “formalista”. Sin embargo, Sucre no busca una lectura descontextualizada de la poesía. Si hay un referente, una realidad o una identidad cultural, estos deberán ser revelados posteriormente a las creaciones verbales y no antes, como si hubiera una constante cultural predeterminada. “El arte actual no aspira tanto a encarnar valores ya dados como a “desencarnarlos”: es un arte crítico e, igualmente, marginal y excéntrico”. Sucre escribe a finales del siglo XX, recoge la herencia de las vanguardias desengañadas que ya se anunciaban en esta declaración de Breton que Sucre toma de Prolegómenos a un tercer Manifiesto surrealista o no (1942): “Quizá el hombre no es el centro, el punto de mira del universo”. Después de citarlo, añade Sucre: “Apenas podría encontrarse algún aspecto del pensamiento contemporáneo –poético, filosófico o científico– que no coincida, en lo esencial, con esa misma idea y que, a su vez, no haya sido modificado por ella”. Si tuviera que resumir la visión que ofrece Sucre en La máscara, la transparencia, diría que intenta poner de relieve la experiencia entre apasionada y escéptica de la contemporaneidad hispanoamericana, con sus altos y sus bajos, la “trampa de la historia”, pero también la verdad del instante y del cuerpo, tal como lo han escrito sus poetas en diversos registros, no exentos por lo demás de las contradicciones de nuestra propia historia.

¿Pero tal registro no está también presente en la poesía de Sucre? Francisco Rivera ha dicho con razón que los ensayos de La máscara, la transparencia revelan una “lectura personalísima” de la poesía hispanoamericana. Y si Sucre ha logrado poner de relieve lo que une el discurso de nuestra modernidad poética hispanoamericana desde Rubén Darío, Huidobro, Vallejo, Borges, Lezama Lima hasta Octavio Paz y poetas de generaciones más cercanas, no es menos cierto que esta perspectiva se elabora desde la propia poética de Sucre, afín a los poetas que selecciona. Este ensayo enuncia la visión de un “crítico-poeta”, como acierta Rivera, y debemos recordar que el carácter de ensayo está subrayado en el subtítulo del libro: Ensayos sobre poesía hispanoamericana. Como ensayo tiene plena libertad creativa e interpretativa. Y también sus limitaciones. La ausencia de Pablo Neruda fue justificada en la primera y segunda edición como algo temporal. Sucre negó que fuera una “exclusión” y  prometió incluir al poeta en un capítulo específico en el futuro, pero esto no se cumplió y esta ausencia confirma la exclusión. Desde luego, hay numerosas alusiones a Neruda, pero para emparentarlo con una tendencia de la poesía hispanoamericana que Sucre llama “adánica”, apasionada por nombrar y fundar de nuevo las cosas (la historia) en nuestro continente, que pretende “inventariar” más que “inventar” la realidad, y que con Neruda se reforzó en Latinoamérica, sobre todo a partir de su Canto general. Pero eso no le quita a Neruda su figuración muy activa en las vanguardias hispanoamericanas. Su obra dialoga también desde sus innovaciones vanguardistas con las corrientes más avanzadas de los otros poetas de su tiempo, esos que analiza Sucre.

Si Sucre es un “crítico-poeta”, ¿cuál es el tono que caracteriza su poesía? He intentado insinuarlo antes, cuando recordaba aquella frase de Breton, citado por Sucre, que subrayaba que el hombre ya no era el centro del universo. La poesía de Sucre tiene un profundo sustrato existencialista. La cita de Breton, recordemos, se inscribe en el contexto de la Segunda Guerra Mundial, cuyos desastres serían terreno fértil para la influencia del existencialismo en Francia. El absurdo y el sinsentido de la vida son ideas que resuenan por ese entonces en Camus y Sartre, aunque Sucre se inclina más al primero por defender la primacía de una condición humana universal, contra Sartre y su insistencia en lo contingente de la naturaleza humana (la existencia precede a la esencia). Si el hombre está condenado a ser libre, si no hay una condición natural y moral que lo limite, corremos el riesgo de caer en el “dogma de la rebelión absoluta”, como defendía aún Breton en 1930. Camus alertaría sobre las desviaciones y tragedias de esta “rebelión absoluta” en El hombre rebelde (1951), donde denunciaba el totalitarismo de la Unión Soviética, pero advirtiendo una falla más radical, cuando señalaba que las sociedades contemporáneas, sean capitalistas o socialistas, son productivas, no creativas. Muy a tono con cierta conciencia ecologista.

Si en su poesía temprana Sucre dice que la “intemperie fue mi única sabiduría”, la imagen de la intemperie y del desamparo, sin dejar de estar presente de un modo u otro, va a cambiar en sus libros de poemas Mientras suceden los días (1961), La mirada (1970),  En el verano cada palabra respira en el verano (1976), La vastedad (1988), La segunda versión (1990). Esta intemperie se hará más radical, más desengañada, sin asideros ideológicos o estéticos, pero sin olvidar tampoco el cuerpo, la fuerza vital de las pasiones y aun de lo sensorial, defendidas sin embargo con lucidez, sin exaltación irracional. En La mirada leemos “Tus ojos vislumbraban el desamparo/ Pero no eran el desamparo”. Este desamparo cobra mucha más fuerza a partir de La vastedad, acaso su poemario más conocido, adquiriendo un tono no solo existencial sino histórico. Uno de los poemas seleccionados de este libro en la antología Las ínsulas extrañas comienza:

Los que piensan que les ha llegado la hora
y se aprestan para asumir su destino
los que saben que siempre llegan a deshora
contra todo destino

En este como en otro poema muy similar de La vastedad, donde el hablante declara no querer anunciar nada, no querer ser profeta de un destino ni tener la palabra (“anuncio a los que nada anuncian”), ¿no está hablando indirectamente a una época en Venezuela llena de profetas y mesianismos, cuando una y otra vez surgen voces que proclaman hablar en nombre del pueblo y del futuro? El tono definitivamente histórico se hace palpable en La segunda versión (su último libro de poemas, hasta donde tengo información, aunque plantea una confusión, pues si bien tiene un Depósito Legal de 1990, contiene poemas fechados desde 1987 hasta 1992):

¿Hay seres
que aún vivan en la amistad del clima,
respiren el hálito de la tierra[?]

¿O solo hemos sido sangre rencorosa, paciente solo
para la insidia y el ultraje?

¿Y entre
tanto, por todo lo que cuesta ser
hombre, apenas éramos venezolanamente
retrecheros? (“La vida, aún”)

El venezolanismo “retrechero” tiene varias acepciones. Si se trata de una persona, significa antipática, molesta, descortés, aunque coloquialmente significa tacaño, según el Diccionario del habla actual de Venezuela, de Rocío Núñez y Francisco Javier Pérez. Creo que en el contexto del poema la palabra refiere a una mezquindad cultural y que resuena con el clima de intolerancia, insultos y atropello por el diferente con que está saturado el clima político de la Venezuela contemporánea. Escrito en 1989, revela el espíritu de fin de siglo, un espíritu violento aún más acentuado en el siglo actual.

“Todo lo fundamental que ha hecho el hombre, ¿no lo ha hecho en función de una imagen?”. Sucre confiesa su deuda con el Lezama Lima de las “eras imaginarias”, quien concibe la historia como una sucesión de épocas que concentran en una imagen (o un sistema de imágenes) los significados y aspiraciones humanas de ese momento y que trascienden la historia. Sucre, sin embargo, es también un espíritu afín al Borges que cree en el “pudor de la historia”, un espíritu que se coloca al margen, pero para ver el mundo desde una visión más compleja y matizada. Podría poner varios ejemplos, pero citaré solo uno para terminar. Es un poema titulado como “El proscrito” en 1976 y como “9 de junio de 1930” en 1988. En esa fecha Ramos Sucre cumplió cuarenta años e intentó suicidarse, muriendo a los pocos días. Es un poema trágico que personifica a Ramos Sucre, quien al hablar recuerda las imágenes violentas de la historia de Venezuela, la “vasta tolvanera del galope” de sus caudillos y una patria “desalmada”. Pero también una “pasión neutral”, una identificación con todo lo que hace digno de elogio al universo, el ritmo vital de las estaciones que vuelven una y otra vez, más allá de las contingencias humanas. El poema es  lo que permite darle existencia al universo en el silencio que dejan, al concluir su lectura, sus palabras:

Vuelve  el verano pero el día más largo
ya no será mío
afuera veo la luz la noche que prefigura
ahora no sé sino lo que fui
la vasta tierra y la tolvanera del galope
una patria desalmada y violenta
el desdén el esmalte de una pasión
neutral
quiero ya morir
ahora no sé lo que sé sino lo que soy
palabras el poblado silencio

Víctor Carreño  es escritor. Doctor En Letras Hispánicas por La Universidad De Columbia y profesor de la cátedra Historia de la estética contemporánea en la Universidad del Zulia

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