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Louis Kahn: ¿Por qué el urbanismo es su responsabilidad?

louis-kahn textoFragmento de un reportaje de Anatxu Zabalbeascoa para El País

No será difícil. Si hoy preguntas a 15 arquitectos, de Frank Gehry a Renzo Piano, cada uno tendrá sus gustos, pero ninguno le pondrá un pero a su obra. El consenso existe: Louis Kahn fue uno de los mejores arquitectos de la segunda mitad del siglo XX. Lo fue porque supo relacionar arquitectura y vida levantando edificios para la gente y al margen de la convulsión de las modas. Se sabe que Kahn se hizo el arquitecto que fue tras cumplir 50 años, cuando se tomó un tiempo para vivir en Roma y cambió modernidad por eternidad. Un vistazo a su biografía desvela que siempre vivió en precario, nunca tuvo casa propia y atravesó la Primera Guerra Mundial de niño, el crash del 29 convertido en arquitecto, la Segunda Guerra Mundial de adulto y finalmente la guerra civil de Pakistán cuando diseñaba allí el que sería su mayor proyecto. Tal vez por eso buscó en la arquitectura la capacidad para redimir a las personas por el inevitable dolor que conlleva vivir.

Si la arquitectura fue lo más cercano que estuvo de tener una casa, tuvo en cambio tres familias, aunque en su obituario solo figurara su mujer, Esther, y su primera hija, la hoy consagrada flautista Sue Ann Kahn. Siempre viajaba solo. Con 26 años, ahorró para embarcarse en el Île de France. Pasó un año en Europa visitando edificios, dibujando y vendiendo sus dibujos para alargar el viaje. Como reveló su hijo Nathaniel Kahn (hijo de Harriet Pattison) en el documental nominado al Oscar My architect. A son journey, su padre fue un hombre con varias familias, pero con una sola obsesión. Careció de aficiones o caprichos más allá de la arquitectura, a la que se dedicó en cuerpo y alma: durmiendo apenas unas horas sobre su mesa de trabajo o sobre su gabardina doblada, viajando con poco más que una bolsa, teniendo un vestuario exiguo y de un único color; reduciendo, en suma, la intendencia de la existencia para no distraerse de lo único que consideraba relevante. Seis semanas después de encontrar su cuerpo en los baños de Penn Station, su despacho cerró. Atravesaba su mejor momento como arquitecto, pero tenía una deuda con sus empleados de casi medio millón de dólares. Murió endeudado y sin ser dueño de nada. La excelencia arquitectónica es una afición que solo renta en los libros de historia. Los proyectos de Kahn también explican eso.

Igual que cuentan que el éxito profesional puede estar rodeado de caos personal. O que el amor y la familia son, al contrario que la arquitectura, asuntos con fecha de caducidad. Así, más allá de un trabajo que no ha perdido vigencia, la vida de Kahn ilustra cómo la época heroica de la arquitectura comienza a desdibujarse. Frente a una mayoría monolítica de estudiantes burgueses, él fue un chico pobre que llegó a construir sin haber conocido lo que era tener casa propia. Es imposible que esa entrada no defina una mirada distinta.

Cuando un Louis Kahn de cinco años, entonces llamado Leiser-itze Schmuilowsky, desembarcó en Filadelfia, su padre ya se había cambiado el nombre por el de Leopold Kahn, y el niño ya había sufrido unas quemaduras en la cara cuyas cicatrices harían de él un hombre tímido. Se instaló con sus padres y hermanos en un piso pequeño al norte de Filadelfia. Tras 12 mudanzas, los padres conseguirían comprarse una casa de ladrillo donde Kahn vivió hasta que con 30 años se casó con Esther Virginia Israeli y se fue a vivir con sus suegros (37 años más) en la zona rica de la ciudad. Sus padres no pudieron pagar la hipoteca y emigraron de nuevo a Los Ángeles. Ese trasiego tuvo que dejar huella en el arquitecto: comenzó trabajando desde la casa de sus suegros y se obsesionó con la urgencia de levantar viviendas dignas para los más necesitados. En eso consistieron sus primeros trabajos.

En 1941 ideó con Oskar Stonorow cinco comunidades para trabajadores: 2.000 nuevas casas y dos años después vendió 110.000 copias del libro Why city planning is your responsability (Por qué el urbanismo es su responsabilidad). Esos inicios definen su trayectoria tanto como su trabajo de pianista en un cine cuando tenía 10 años.

“Fue un artista sincero con su talento”, explica Frank Gehry, a quien la obra de Kahn le enseñó “que cada uno debe buscar su camino”. Otro insigne, Renzo Piano, elige describirlo con la palabra obstinación: “La persistencia es la única manera de llegar al centro de las cosas”. Pero fue un tercer proyectista, Balkrishna Doshi, quien llevó a Kahn a India para proyectar el Indian Institute of Management, en Ahmedabad, tras asegurar a las autoridades que ya tenían muchos Le Corbusier: “Si lo contratan, cambiará la historia de India con una gran lección para los arquitectos y un monumento para todo el mundo”, argumentó Doshi. Hoy piensa que no se equivocó. “Le Corbusier era un acróbata, pero Kahn fue un yogui. Tenía una antena para detectar el pulso del lugar, su cultura y su vida”.

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