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El mártir de la red, por Jorge Volpi

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Al descubrir a su novio visiblemente abatido, Taren se apresuró a preguntarle si le ocurría algo. Aaron respondió: “Sigo con vida”. Ella trató de animarlo y le aseguró que ganaría el juicio. “Será un gran año”, insistió. Él se limitó a responderle: “no me mientas” y cambió la música que sonaba en su computadora por una canción titulada “Fond Farewell”. Hacía semanas que él se hallaba en ese estado, incapaz de concentrarse en los proyectos que lo habían vuelto célebre en la blogosfera. Tras la confirmación de las acusaciones en su contra -y la traición de Quinn, su ex novia y antigua compañera de batallas- la depresión que siempre lo azotó se había vuelto más consistente y pegajosa. Tras una breve pelea, Taren decidió darse un baño; al salir encontró a Aaron ya vestido, con el abrigo puesto, y pensó que se disponía a acudir a la oficina. “No pienso ir”, le aclaró él. Ella le propuso quedarse a su lado o dar un paseo. “No, ve tú, yo necesito estar solo”. Taren accedió a marcharse a condición de que él le prometiese comer algo y no hacerse daño. Aaron accedió. Pero cuando Taren volvió al edificio por la tarde, descubrió su cuerpo colgado frente a la ventana.

La muerte de Aaron Swartz, a los 26 años, no sólo fue lamentada por su familia -su padre llegó a afirmar que había sido asesinado por los fiscales que lo habían perseguido- sino por millones de cibernautas y activistas que lo consideraban un símbolo de la lucha por una sociedad del conocimiento abierta. Brillante y atribulado, a los 14 años ganó el premio ArsDigita, se sumó al grupo de trabajo que desarrolló el formato RSS y trabajó para el consorcio de la World Wide Web. Más adelante se incorporó a la Universidad de Stanford, que abandonó para fundar una start-up, Infogami, la cual terminaría fundiéndose con la red social Reddit, vendida luego a Condé Nast.

Aaron no toleró la vida corporativa y, tras una nueva crisis, prefirió consagrarse a la causa de la libertad de información. Pronto se convirtió en uno de los principales adalides contra la Ley para Frenar la Piratería en Internet (SOPA), por considerarla un instrumento represivo del estado. Swartz estaba convencido de que en nuestras endebles democracias sólo unas cuantas personas -los más ricos- toman las decisiones cruciales, aunque a la vez se mostraba desencantado frente al alud de ONG’s que perdían el tiempo en minucias sin transformar las políticas que dominan en el planeta.

Esta lucha lo llevó, sin embargo, a acciones más concretas y más drásticas. En 2006 descargó y colgó de manera gratuita el catálogo bibliográfico de la Biblioteca del Congreso: como la información era pública, no tuvo sanción alguna. En 2008 descargó millones de documentos provenientes de las cortes federales; esta vez sí fue acusado, aunque al final no se presentaron cargos en su contra. Al mismo tiempo, escribió un Manifiesto Guerrillero para el Acceso Abierto, donde exigía que los ensayos académicos fuesen compartidos con todo el mundo. Y por fin, entre 2010 y 2011, descargó millones de documentos de JSTOR, la mayor base de artículos científicos de Estados Unidos.

Esta vez las autoridades no lo dejaron escapar y tanto JSTOR como el Instituto Tecnológico de Massachussets -cuya red había usado- presentaron una denuncia penal en su contra. El 6 de enero de 2011, Aaron fue arrestado en la Universidad de Harvard y en julio fue acusado de fraude cibernético y otros delitos por los que podría haber recibido una pena de hasta 35 años de cárcel. Semanas después los fiscales le ofrecieron un acuerdo extrajudicial: si aceptaba declararse culpable podría pasar sólo seis meses en prisión. Sin embargo, la perspectiva de convertirse en un criminal convicto era demasiado para él, sobre todo después de que Quinn Norton, su novia de entonces, hubiese aceptado colaborar con las autoridades.

Así llegamos al 11 de febrero de 2013, el día en que Aaron decidió colgarse de su cinturón. Aunque el gobierno estaba al tanto de su propensión al suicidio, insistió en juzgarlo a toda costa. Entretanto, millones de activistas lo veían como un héroe -y un mártir- de su causa. El celo con el cual fue perseguido por el Departamento de Justicia, con ayuda del MIT, refleja la misma visión proteccionista de los defensores de SOPA. Como escribió el propio Aaron en su Manifiesto: “La información es poder. Pero, como todo poder, hay unos cuantos que sólo lo quieren para sí mismos.” En una mínima victoria póstuma, JSTOR decidió publicar gratuitamente cuatro millones de artículos académicos (con ciertas restricciones). Una pequeña conquista cuyo ejemplo tendría que ser seguido por miles de instituciones en todo el orbe. Más allá de la defensa a ultranza de los derechos de autor, la utopía de Swartz, y de millones de jóvenes como él, consiste en imaginar un mundo donde todas las personas, pobres y ricas, puedan disfrutar en igualdad de circunstancias de las conquistas intelectuales de la humanidad.