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Pompeyo Davalillo, el pequeño sabio [1931-2013]; por Mari Montes

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Prodavinci.com/ Pompeyo Davalillo es uno de los mejores ejemplos de cómo la inteligencia, unida al talento, la disciplina y la perseverancia, pueden llevar al menos esperado hasta la cumbre más alta.

Pequeñito, sí. Pequeñito. Con más estampa de jinete que de pelotero, fue un verdadero caballo en el diamante y desde la cueva, donde hizo posible posibles jugadas impensables.

Intuitivo, capaz de sorprender desde el primer inning, redactor y detractor del “librito”, Pompeyo Davalillo se hizo legendario y acuñó el término “pompeyada” para definir el momento en que tienen lugar las jugadas que nadie sospecha.

Connie Mack decía que jamás vio a ningún manager “hacer tantos malabares con la alineación y jugar con tantas corazonadas, con tanto éxito como Casey Stengel”. El hombre que dirigía de traje café no vio dirigir al cabimero Pompeyo Davalillo.

Era estricto y directo. No andaba con miramientos ni eufemismos. Había que estar temprano en la práctica, tanto los caballos como los novatos, uniformados correctamente y metidos en el juego. Él se fijaba en eso y lo destacaba como una virtud muy valiosa: eso de estar pendiente del juego todo el tiempo.

“Pelotero que no veo metido en el juego se sale de la partida o se queda en el banco”, decía.

Por observador e inteligente, vivió la gran hazaña de convertirse en un jugador de las Grandes Ligas a un año de su debut en la LVBP.

Siempre ha sido difícil llegar a las Ligas Mayores. Hay que tener talento, condiciones físicas, disciplina, inteligencia, constancia y suerte. Pompeyo las tuvo casi todas con él, pero su 1,60 de estatura no le daba eso que se conoce como “estampa de pelotero”. Sin embargo, el menudo jugador ya había decidido llegar a las Mayores y en 1953 hizo el grado con los Senadores de Washington, cuando en la Gran Carpa sólo había 16 equipos.

Fue el cuarto venezolano en hacerlo, detrás de Carrasquelito.

Eso que llaman “jugar Caribe” fue su marca. Como jugador, se recuerda siempre que la única base que robó en las Grandes Ligas en los veinte juegos en los que vio acción fue el Home: 6 de agosto de 1953, contra Billy Wrigth y con Joe Tipton en la receptoría. Aquel juego se lo ganaron los Senadores a los Indios de Cleveland y perdió Bob Feller. Dice el Box Score, que “Yo-Yo” Davalillo fue el segundo bate. Se fue de 3-2, con 2 anotadas y participó en una jugada de doble play.

Jugó el short stop en la época en que Phil Rizutto lo hacía para los Yankees de  Mickey Mantle y Yogi Berra, nombres que hacen ver el de Pompeyo Davalillo en su justa dimensión. Fue un Grande Liga, aunque sólo estuviera un año.

En la pelota venezolana, Pompeyo destacó por su versatilidad y estilo de juego, arrojado y joseador. Como técnico era innovador, capaz de inventar cualquier cosa a cambio de una carrera, de crear jugadas y hacerlo con astucia.

Hizo carrera como coach, como mánager fue campeón, comandó a los Leones de sus amores, a los Tiburones de La Guaira, a las Águilas del Zulia y a Caribes, dejando claro que conoció esta Liga como pocos.

No era engreído. Al contrario. Pero le gustaba jactarse de su instinto para ejecutar las jugadas del librito con su propia redacción.

Ejerció un liderazgo indiscutible en el terreno y el dugout, donde se hizo respetar por todos, incluso por los árbitros a quienes reclamaba gesticulando. Son memorables sus enfrentamientos con el gigantesco Roberto “Musulungo” Herrera, que se veía aún más grande enfrentando al pequeño mandamás.

Pompeyo vivía el béisbol intensamente desde la práctica. Estricto con ejecutar todo lo posible. Cuando se habla de managers sabios que han dirigido en nuestra pelota, el nombre de Pompeyo Davalillo aparece entre los primeros. Se ganó a la afición de los equipos que comandó y de sus rivales.

Amó al béisbol y el béisbol lo premió. Cierto que todos los managers quieren ganar y ser campeones, pero Pompeyo le ponía un extra. Dar más fue una filosofía que le permitió anotarse triunfos.

Le gustaba inventar y la suerte le acompañaba. No era un “brujo”, pero casi.

Esta madrugada, don Pompeyo Davalillo se fue temprano. No fue un squeezy play. Lllegó tranquilo al plato y dejó escrito un capítulo inolvidable, legendario, brillante, casi mitológico para el béisbol de los venezolanos.

Fue parte del juego y el béisbol le devolvió todo lo bueno que él le dio.

Así se fue Pompeyo: en primavera, cuando una vida como la suya inspira las ilusiones de los que sueñan con quedarse para siempre.

¡Adiós, Pompeyo! Saludos a todos lo que llegaron antes. ¡Necesitaban un compañero que les enseñara a tocar la bola y a embasarse como sea!