- Prodavinci - https://historico.prodavinci.com -

Herta Müller: la realidad no es más que una materia prima

muller textoFragmento de una entrevista con Martha Caballero, publicada en El Cultural

(…) La autora rumano alemana le quita importancia al reconocimiento más importante de las letras como se la quita a su propia escritura: “Cada uno escribe de acuerdo a su estructura psíquica, yo intento que cada frase tenga su papel, y cuando digo algo tan sólo quiero decir exactamente eso, lo que está ahí escrito”. En este sentido, también le roba el mérito a la literatura como una herramienta para transformar la historia o reivindicar los acontecimientos vividos. “La realidad no es más que una materia prima con la que la lengua trabaja, desmenuzándola y recomponiéndola”, señala.

Herta Müller está con el no, con la negativa, y por no creer, tampoco cree en la escritura como terapia para sanar heridas. “En mis libros la enferma no era yo, sino el sistema. Oponerse a una dictadura es sano, pero no salva a nadie. Sin embargo, escribir, eso sí, da una estabilidad, no sólo es un sustento sino una forma de darle sentido a una vida”. Por otra parte, se considera incapaz de definirse: “Ni idea, la identidad es una cosa de los políticos. Supongo que todos tenemos que venir de algún sitio y que soy lo que implica haber nacido en Rumanía dentro de la minoría alemana. Allí desde los 15 años empecé a relacionarme con la lengua y con el pueblo rumanos, así que mi obra quedó para siempre asociada a ese proceso de socialización”.

“Los amigos nos turnábamos para conseguir los libros”

Es bonito, por otra parte, escucharla hablar sobre ese descubrimiento suyo de la literatura, de su conversión en intelectual politizada en la Rumanía de Ceaucescu. Allí se enroló en un grupo de estudiantes asociado a la literatura y la política en el que los miembros se turnaban para ir a buscar libros al instituto Goethe de Bucarest, una institución que, confiesa, no sabe cómo se le coló al dictador. El caso es que allí estaba el instituto, a 800 kilómetros de su casa, así que los jóvenes viajaban con una gran maleta que luego se traían llena de libros para pasárselos entre los compañeros. “Ceaucescu no tenía nada que objetar contra Kafka, Semprún o García Márquez”, autores que dice haber leído en profundidad, “pero había muchos otros grandes escritores totalmente prohibidos. Muchos de nosotros fuimos observados, otros fueron perseguidos, encarcelados y algunos asesinados. Estábamos bastante solos”. Para la autora de El hombre es un gran faisán en el mundo toda aquella humillación podría haberse evitado: “Yo habría aprendido lo mismo sin necesidad de pasar por esa experiencia que sólo me produjo impotencia e indignación”.

Algunos años después conoció la autora a Oskar Pastior, el poeta de una generación anterior a la suya que le abrió los ojos en torno a los campos de concentración de la Unión Soviética y cuyas vivencias forjan la historia de Todo lo que tengo lo llevo conmigo, novela que estaban preparando juntos y que se vio truncada por la muerte “absurda” del escritor justo cuando empezaban a reconocerlo: “Mi madre y todas las personas de mi pueblo habían sido llevadas a estos centros, pero allí nadie hablaba de ello, supongo que porque eran gente del campo. Fue Oskar el primero que me contó su experiencia como deportado, yo ya conocía sus libros de forma clandestina y a través de las excelentes lecturas de su obra que él organizaba. El miedo por ser homosexual y por haber estado en un campo de concentración hizo que su primera poesía fuese convencional. Pero, luego, cuando viajó a Alemania, creó un lenguaje propio, muy experimental. Decía que la lengua se le había roto con esas vivencias”.

***

Puede leer el texto completo aquí.