- Prodavinci - https://historico.prodavinci.com -

Magallanes Campeón, por Francisco Suniaga

magallanes640

Crédito: Edixon Gámez – www.liderendeportes.com

Soy magallanero por una razón muy común en el mundo del beisbol: el hijo que sigue al padre en su más grande afición. El mío jamás me pidió que lo siguiera –hubiera sido una gran irresponsabilidad de su parte iniciar a alguien en una tradición donde la tragedia ha sido cultura–, pero no haberlo seguido, siendo tanto su fervor por la divisa turca, habría sido desde mi punto de vista una traición filial –la verdad me sentía feliz acompañando a mi padre en esa montaña rusa de emociones– . Paralelamente, al calor de la Serie Mundial de los Gigantes de San Francisco, los de Willie Mays, contra los Yankees de Nueva York en 1962, me inició en la feligresía que abomina al equipo que Babe Ruth construyera. Perder en beisbol, gracias a esa lealtad con el viejo, devino para mí en una cuestión de método, como diría el novelista Santiago Gamboa.

Como cualquier otro fanático, mi relación con el Magallanes es extraña: me hice fanático cuando todavía el equipo no existía (se llamaba Oriente). También es una relación personal: Las barbaridades que consuetudinariamente el equipo hace en el terreno de juego, siento que me las hace a mí. La peor de esas barbaridades –lamentablemente en aquellos años no había LOPNA, de lo contrario sería titular de una reclamación pecuniaria a sus propietarios por profundo daño emocional a un menor– fue la de hacerme transitar por la infancia sin conocer la alegría de ganar un campeonato. Me correspondió vivir esa sequía que fue desde 1954, año de mi nacimiento, hasta 1970 sin ganar nada (por eso nadie comprende mejor a los fanáticos de La Guaira que un magallanero).  Extraña sensación esa de perder seguido que, como dijera Andrés Eloy Blanco, lo acostumbra a uno a recibir la derrota con un comentario amable (aunque no fueran amables en absoluto los choteos de los niños fanáticos de otras divisas).

Estábamos en que el Magallanes ni siquiera era Magallanes cuando me hice fanático. Se llamaba Oriente, e incluso Orientales, y tenía el mismo desastroso desempeño. Camaleón era nuestro héroe y hacía unas cosas increíbles (menos correr), pero nada podía en medio de tanto jugador maleta y tanta mala gerencia.

Magallanes vuelve, con la misma tradición perdedora, en 1964, razón por la que al final no sólo fue desplazado geográficamente de Caracas, sino que además se le rebajó en importancia cuando se creó aquella figura de “los rivales modernos del beisbol”: Caracas y La Guaira. Así las cosas, siendo niño, por seguir al Magallanes, ni siquiera era moderno, era viejo como mi equipo.

El triunfo de 1970, que incluyó el primero para Venezuela en la Serie del Caribe y la canción de Billo, fue una justa recompensa para aquella espera de toda la vida y, aunque ya no era un niño, la disfrute enormemente. Como se disfrutan las cosas que no se sabe cuándo han de volver.

En esa misma década de los setenta, en 1976 y 1979, fuimos nuevamente campeones locales,  campeones del Caribe y Billo nos dedicó otra canción. Una ración de gloria para recibir a lo que podríamos denominar la década perdida, los años ochenta, cuando nos fuimos en blanco y Caracas nos diera un humillante zapatero que todavía los fanáticos leones esgrimen como trofeo. Por fortuna vinieron los noventa, con unos grandes equipos y, desde 1993, vale decir en los últimos veinte años, hemos ganado cinco campeonatos (por cierto, los Leones han ganado tres) que hemos disfrutado con nuestra natural decencia y humildad.

Este triunfo de 2012-2013 se hizo esperar y en muchas ocasiones pensé en los niños magallaneros con tristeza, no fuera a pasarles como a los niños magallaneros de los sesenta. Pero me consolaba saber que en el forjamiento de un fanático turco, lidiar emocionalmente con la derrota forma parte importante y obligatoria del pensum. Sería incluso interesante hacer un estudio al respecto, un cruce estadístico entre entereza de carácter, estabilidad emocional y fanatismo magallanero. Estoy seguro que debe existir una relación directa de proporcionalidad: mientras más magallanero, mayor entereza de carácter, mayor estabilidad emocional y mayor capacidad para manejar situaciones adversas. De hecho, no sería de extrañar que ya exista, y que headhunters como Korn/Ferry Venezuela opten por profesionales magallaneros a la hora de hacer sus contrataciones. Hay que aceptar que Magallanes es mucho más que un equipo de beisbol y el magallanero es una tipología psicológica.

Este campeonato es muy bienvenido entre otras razones porque no lo esperaba. Fui tres veces al estadio invitado por un amigo con abono y en las tres ocasiones perdimos (por supuesto que mi amigo juró que nunca más me invitaba). Problematizado como siempre, Magallanes cambió a Carlos García por Luis Sojo, que no tiene el ADN magallanero. Cuando encendía el televisor para ver los juegos del Magallanes y aparecía Sojo –con esa cara de que habíamos perdido, estábamos perdiendo o íbamos a perder– había que echar mano de toda esa entereza de la que les hablé para no apagar el aparato y anotarle al equipo una nueva derrota, sin siquiera ver el score. Pero eran falsas percepciones. Con todos los altibajos –Magallanes ha sido siempre una montaña rusa emocional, y a veces hasta una ruleta– el equipo ganó la ronda eliminatoria, el round robin y la final.

Ganamos la final en un último juego que fue fiel a nuestra historia de sobresaltos. Con un cántico importado del fútbol chileno (Vamos, vamos chilenos… por: Vamos magallaneros…) y las impertinencias del locutor interno del José Bernardo Pérez, salimos campeones. Pero cómo sufrimos. Confieso que con la edad he perdido parte de la entereza de carácter y estabilidad emocional que nos caracteriza y de vaina no apagué el televisor en el noveno inning después del jonrón que acercó el score 11 a 9. Esa es una película que ya he visto y no quería verla de nuevo precisamente en el séptimo de la final. Con el resto de entereza que me quedaba vi el último out, ganamos, somos campeones, carajo. Luego me asomé al balcón a ver el espectáculo de Caracas, la ciudad cuna del Magallanes, celebrando. Algún fanático más ordenado, a todo volumen, puso a sonar el clásico de Billo: Y palo, y palo, y palo…. fffffissspssshhhhhh….PUUUUMMMMM.

Nos vemos en la 2013 – 2014, con el mismo fervor y la misma esperanza. No podemos remediarlo, los magallaneros somos así.