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Magallanes en dos juegos, por Francisco Suniaga

Por Francisco Suniaga | 18 de enero, 2013

La historia de mi afición al Magallanes la podría resumir en dos juegos: uno donde quise estar y no pude, y otro donde estuve, y por un montón de razones, hubiera preferido no estar. En ambos, pero sobre todo en el primero, la memoria y no la consulta documental ha sido el principal recurso al que he querido recurrir. De manera que, según lo dictó el maestro García Márquez, los narro tal cual los recuerdo, tomándome además la licencia de creer que efectivamente así se sucedieron sus acciones.

El primero de los juegos, donde quise estar y no pude, se dio un domingo en el estadio Universitario de Caracas, entonces una referencia muy lejana estrictamente radiofónica, sustentada en las descripciones de Delio Amado León y Carlitos González en el circuito de Radio Rumbos. Era la época, no muy atrás en el tiempo, por cierto, en que los juegos dominicales comenzaban a las once de la mañana y ocupaban el centro de gravedad de todo el día.

Ese domingo, como casi todos aquellos de la infancia, íbamos a la playa con nuestro padre cuando en la radio del carro comenzamos a escuchar la trasmisión. El joven serpentinero del Magallanes, Graciliano Parra, enfrentaba a los Leones de Cesar Tovar, Víctor Davalillo, Cookie Rojas, José Tartabull, Teodoro Obregón y compañía. El Caracas estaba dirigido por el cubano Regino Otero –mánager ganador que en mi fanatizada mente infantil siempre era mejor que el del Magallanes, que en ese entonces, creo, era Carrasquelito– y en la lomita estaba Luis Tiant, ya en aquel entonces estrella del Big Show, que ese año (de nuevo) devastaba la liga venezolana –nunca con el Magallanes, por supuesto.

Por si eso fuese poco, el Caracas venía hilando una racha de diecisiete victorias seguidas y el Magallanes estaba en una de esas rachas perdedoras que en aquella década lejana eran su sino. Las apuestas probablemente no se habrían cruzado porque no había incertidumbre posible en cuanto al resultado; era una pelea de tigre contra burro, podría haber dicho Carlitos González en los comentarios previos, “sin que me quede nada por dentro, amigos”.

Apenas comenzó el juego, tal vez en el propio primer inning, Magallanes hizo una carrera, insignificante rayita que lucía inútil ante aquella poderosa toletería leona. Llegamos al mar, a la playa de Pampatar que en aquellos tiempos era playa de verdad, y recuerdo la figura de mi padre, culpable de mi afición, siguiendo el juego por la radio de un kiosco, con una cervecita entre manos. Salimos del mar y pregunté por el score con la seguridad de que el destino escrito de aquel partido ya se habría manifestado, pero Graciliano Parra, a quien llamaban “El Guajiro”, no arrugaba y había colgado cero tras cero (igual que, previsiblemente, hacía Tiant).

En el camino a casa, el lucky seven pasó sin ventura y Magallanes, todavía con Parra en la loma, seguía mandando en el score, una a cero. Cayó el octavo y llegamos a casa. Nos bajamos del carro con premura y, no obstante las protestas maternales, pospusimos el almuerzo para escuchar la tenebrosa segunda del noveno.

Caracas embasó al primer corredor y Fidel García, hijo del mítico “Cocaína”, entonces rapidísimo, entró a correr como emergente. La cosa comenzó mal y, como Magallanes ya nos había hecho adictos, estábamos casi resignados a aceptar una derrota escrita por los dioses del beisbol. Mediada alguna jugada de esas que uno no fija en la memoria, García salió al robo de la segunda y hubo un tiro malo o algo así. El caso es que bola y corredor llegaban juntos a tercera y recuerdo a Delio Amado –para nosotros necesariamente ciegos, el gran sacerdote tuerto de aquel encuentro–, llevando el suspenso hasta el dolor, cantar: yyyyyyyyy …eeeeeessssss…. ¡quietooooooo en tercera base!

Y entonces ocurrió algo absolutamente inesperado. Nuestro hermano menor, Cruz Rafael, el cuarto de la partida, tal vez cansado de tanto perder, decidió hacerse fanático leon, o por lo menos develar su fanatismo por el Caracas, en ese preciso instante. Pegando un salto, con los brazos en alto, gritó: “¡Ese es mucho Caracas!”. Aquello fue como si Vitico hubiese pegado un jonrón para dejarnos en el terreno; nada menos que en un infiltrado en nuestra legión magallanera de rancia estirpe. De esa manera tan artera, nuestra religión  familiar, que tenía a “Camaleón” García al lado de la Virgen del Valle y el Cristo de Pampatar, conoció una grande herejía en el momento menos oportuno, una auténtica puñalada por la espalda.

Mi padre, tan asombrado como nosotros, le dio sin embargo la oportunidad de la revisión, la rectificación y el reimpulso magallanero. Con una gravedad mortal le preguntó al traidor si de verdad le iba al Caracas. Pero por lo visto lo de las tres R no ha funcionado nunca. Asertivo, con la firmeza del converso, Cruz respondió que sí, que él era caraquista hasta el tuétano de los huesos. A mi padre no le quedó otra, así por lo menos lo sentimos en aquel momento, que tratar de resarcir el daño a nuestra autoestima dejando caer una sentencia lapidaria: “Entonces si el Caracas gana, yo a ti te voy a joder”.

La moraleja de esta anécdota es obvia. A lo largo de todos los años transcurridos he vuelto muchas veces sobre ese episodio y me he apoyado en él para moderar mi fanatismo magallanero y para ser tolerante con los ajenos. He entendido que las demás aficiones son imprescindibles para que el amor a la divisa propia valga la pena. Volviendo al juego, baste decir que Magallanes, por alguna mano milagrosa, sacó el cero y ganó el partido. Con el resultado ganamos todos, más que nadie mi padre, quien se salvó de tener que ejecutar una sentencia tan arbitraria e injusta.

El otro juego, el que presencié en el estadio Universitario y hubiera preferido nunca ver, fue el cuarto juego de la serie final entre Caracas y Magallanes en enero de 2010. Magallanes dominaba la serie dos victorias por una y, de haber ganado, para poner la serie 3 a 1, muy probablemente hubiese salido campeón. Los detalles están suficientemente frescos en la mente de todos para narrarlos de nuevo, pero igual volveremos sobre algunos eventos dignos de reconsiderar.

Fui al estadio con mi amigo caraquista y gran conocedor del juego, Angel Alayón, editor de la revista electrónica Prodavinci, y su compañía, a pesar de los pesares, fue muy grata. En lo que se refiere a lo ocurrido en el terreno, fuimos testigos de un gran juego de pelota. En todo lo demás, en la absurda cola de la entrada y en el ambiente en la tribuna, fuimos más bien víctimas de una nueva forma de concebir el gran pasatiempo nacional.

Para cuando fui a ese partido, hacía tiempo que no entraba a la tribuna del estadio Universitario y había tenido que ver al Magallanes desde las gradas. La razón fundamental es que no tengo, ni puedo tener para ver muy pocos juegos, un abono para tribuna. Solo la generosidad de un gran amigo, abonado, nos permitió volver al palco mayor de nuestra catedral beisbolera. Pero eso fue lo único bueno.

Independientemente de la amargura por el resultado de ese juego, sostengo la tesis de que en la actualidad ir al estadio es una ordalía, aun para los abonados una ordalía. Y si se trata de un Caracas-Magallanes, como lo escribiera en su oportunidad, es exponerse a una sobredosis de nosotros mismos; todos nuestros defectos como gentilicio se concentran en un aforo de 20 mil almas y eso no hay quien lo aguante. Defectos multiplicados a la enésima potencia y a altísimos decibeles por un marketing del juego que toma lo peor del que se realiza en los estadios de grandes ligas.

Las tribunas (aquí incluyo al estadio Guatamare de Margarita) han devenido en espacios extraordinariamente ruidosos merced de “animadores” que hacen un uso antideportivo del sistema de sonidos (el de los Bravos es patético). En el caso del Caracas (nuestro adversario dialéctico), he visto incluso como se reparten las letras de los cánticos a entonar por sus fanáticos que, oh tragedia, copian los que entonan los hinchas del fútbol en Argentina. Habráse visto cosa más increíble, si por lo menos fuesen cubanos o dominicanos. Eso, por lo demás, no es propio de los fanáticos leones (de hecho, no percibí que los fanáticos siguieran al “animador” cuando intentó iniciar los cánticos) sino de quienes explotan la divisa comercialmente. Como para no volver.

Dicho lo cual, volvemos al juego de marras. El Kid Rodríguez tenía ya dos outs en la segunda del noveno, la fatídica segunda del noveno, cuando Gregor Blanco le sacó la bola del parque. Siempre he creído que en este juego, como en ningún otro, hay por regla un turning point, ese momento irrepetible que voltea la suerte y que todos los fanáticos están en capacidad de percibir. Para mí ese fue el caso, al tiempo que Blanco recorría las bases, salía yo del estadio con la absoluta certidumbre de que habíamos perdido la serie, aunque todavía faltaban tres juegos. Este campeonato va por la mitad y todavía no he vuelto al Universitario, pero volveré, a pesar de los ruidosos y poco originales mercaderes, volveré.

Francisco Suniaga 

Comentarios (18)

Joeif
20 de enero, 2012

Sr. Don Francisco: qué manera de hacernos pasear por tu memoria, que es al final, la nuestra. Concuerdo contigo: el estadio se ha vuelto una mezcla extraña que realza muchos de los aspectos negativos de los venezolanos y confieso, hay días en los que no logro reconocerme allí dentro. Sin embargo, soy como un adicto convicto y confeso: me toca volver! Y espero que Cruz Rafael siga siendo león, porque así me lo pide mi alma caraquista!!!

Martin Neuman
20 de enero, 2012

Muy bueno Francisco. Estuve en en ese juego, el de Gregor. Que jonrón y por supuesto, el posterior de Melián. Por cierto, curioso que ahora sea el Magallanes el que entone los cánticos futbolísticos. Cuidado, que los dioses del béisbol son muy celosos.

Luis Felipe Domínguez Sosa
20 de enero, 2012

Pocos recordamos el momento preciso en el que surge esa conexión emocional definitiva que nos convierte en seguidores de una divisa deportiva para toda la vida, en las buenas y en las malas… Quienes, como yo, somos seguidores de equipos con prolongadas sequías de triunfos, como mis amados Tiburones de La Guaira, lo confieso, hemos vivido grandes decepciones y despechos, renegado más de una vez de nuestra afición, y hasta hemos mandado al último cajón del desván los signos distintivos de nuestro afecto, jurándolos no volverlos a tocar, hasta que ocho meses después, cuando comienza una nueva temporada, sin que nadie nos vea, avergonzándonos con nosotros mismos por nuestros futiles arrebatos, los buscamos con ansiedad para volverlos a lucir y los desempolvamos con la misma ilusión que sentimos hace tanto tiempo, cuando eramos niños, cuando una gorra de nuestro equipo era nuestra más preciada posesión. Que viva el beisbol, el deporte rey, y que vivan en salud todos los que lo amamos, cualquiera sean nuestros colores…Gracias Prodavinci por regalarnos relatos como éstos…que se repitan!

Federico Vegas
20 de enero, 2012

Aporto a estas reseñas históricas que cuando se estaba creando la divisa “Los Bravos de Margarita”, alguien propuso llamarlos “Los Pargos de Guayamurí”. De haberse aceptado esa moción, los canticos en el estadio de Guatamare hubieran sido más dulces.

Deily Becerra
20 de enero, 2012

Al igual que Luis Felipe, agradezco estos cuentos. Mi fanatismo no me da para saber el curriculum de los jugadores, por eso me sorprende ver en un relato de Magallanes-Caracas a dos de los más valiosos para Los Tiburones de La Guaira en la actualidad. Leer esto trae a mi memoria la voz de Pepe Delgado Rivero a mediados de los 80 “No Hit No Run para Urbano Lugo…” escuchado y visto por la otrora señal abierta de RCTV. Y desde ese entonces espero con mi fanatismo poco cultivado,acompañada ahora de mis hijos adolescentes, que La Guaira gane el campeonato, no sólo el de la paralela, cosa que descubrí esta temporada, sino el nacional. No se si Francisco Suniaga ha ido a ver un juego de Tiburones, siempre hay bulla, pero el ambiente es de mucha energía y alegría, creo que la fanaticada guaireña no tiene rivalidad real con otro equipo y por eso es llevadera la experiencia en el estadium, además la originalidad de la samba y el mítico hombre del pañuelito(80´s) que al finalizar los juegos se lanzaba al terreno, cual Dudamel, a dirigir la celebración nos identifica desde siempre. Yo sigo siempre a La Guaira, y me gustaría que la final fuera con Magallanes (Magallanes me recuerda a Billo´s)… Veremos que sucede, porque, según los entendidos, hay 16 escenarios posibles… así que a agarrarnos durísimo de esa brocha.

Lorena Liendo
20 de enero, 2012

Magallanera confesa. Terca, irremisible y ‘esperanzadamente’ magallanera. En mi caso, el culpable de mi afición es también mi padre, el Negro Luis Liendo… Y la historia, creo que más bien la resumo en las voces de los narradores y comentaristas de varias épocas y ‘line-ups’: Humberto “Beto” Perdomo, Carlos Tovar Bracho, Otto Alejandro Moreno “el fanaticazo”, Víctor Córdoba Oramas, John Carrillo y, por supuesto, Carlos Feo, “Carlitos”. Mis canciones de arrullo de octubre a diciembre siempre fueron esas voces desde la radio. Fue natural entonces esa identificación fatal con el estoicismo de la derrota recurrente y con la ambrosía de los exultantes y esquivos triunfos. Magallanes ganó ayer y los juegos restantes parecen el conteo para el juicio final, pero allí vamos y, si no, aún existe octubre, bendito sea.

Sonia
21 de enero, 2012

Hola a todos, yo también, otra poco cultivada fanática Magallanera y el responsable también mi padre, Magallanero desde antes de nacer. En alguna oportunidad le comenté a Francisco Suniaga que mi abuelo está detrás del nombre del equipo y que quería contarle esa historia, que mi padre cuenta con orgullo y que hace que toda la familia sea Magallanera, no importa si vive en Maracaibo, Valencia, Caracas, Maracay o cualquier otro lugar de Venezuela, esa es una linda particularidad de este equipo que tiene fanáticos en todo el país. Esta historia que les voy a contar, seguro esta llena de las fantasías que introduce la memoria lejana. Mi abuelo era dueño de una zapateria que quedaba en los años 20 en Monte Piedad, allí se organizo un grupo de jugadores de beisbol y mi abuelo los apoyaba y les hacia a mano los zapatos sapalding copiados de los que traian los gringos que jugaban en la construcción de las vias del tren en la época gomecista. Ese equipo se llamaba¨”Los muchachos de Monte Piedad” y mi abuelo era una especie de “sponsor”, manager etc. En algún momento ellos decidieron jugar mas organizadamente con un equipo que debe ser la base del Caracas, eran de Chapellin, por que es de ahi que viene la rivalidad entre el Magallanes y el Caracas. Los “Muchachos de Monte Piedad” le pidieron a mi abuelo si podian ponerle el nombre de su zapateria, que se llamaba “Zapateria Magallanes”, (mi abuelo era nacido en Canarias)para hacerle los honores y buscar un nombre mas adulto y es asi como nace el nombre del equipo. Jugaban en catia, en un terreno y emprezaron a llamar a esa zona donde ellos jugaban Los Magallanes, cuando el equipo se fue haciendo mas profesional y mi abuelo no contaba con dinero ni financiamiento, les recomendo a unos turcos que tenian negocios en catia que los apoyaran y se hicieron los dueños del equipo, de allí viene el calificativo de Turcos. Toda esta historia con detalles la sabe mi papá, que es ya un hombre de 87 años y creo que vale la pena darla a conocer, no sé sí como realidad o fabula, pero para nosotros es tan real como que no podemos dejar de ser Magallaneros, por que lo somos por nacimiento, lo llevamos en el ADN. Si le interesa a Suniaga que escribe tan bien estas historias sobre sus experiencias con el Magallanes, se la pongo a la orden. Saludos.

Sonia
21 de enero, 2012

Disculpen cualquier error ortográfico en el escrito anterior, se me publicó sin poderlo revisar.

germania sifontes
22 de enero, 2012

Magallanera por que si, mi aficiòn a este equipo viene por el apoyo moral que le daba a un condiscìpulo de mi època de estudiante universitaria que le caian en cayapa sus amigos caraquistas,he disfrutado enormemente las historias expuestas. Y obviamente un talento intelectual como nuestro Francisco Zuniaga, no podia ser si no Magallanero. Gracias por estas memorias!

Francisco Suniaga
22 de enero, 2012

Gracias a todos quienes han leído y comentado esta nota. Ser magallanero, como he dicho en otros escritos, es una actitud ante la vida. Cuando escribo este comentario, Magallanes -como si siguiera el guión de una deidad creadora de suspenso que el mismo Hitchcock envidiaría- buscará una clasificación milagrosa -debe ganar dos juegos- y someterá de nuevo a sus fanáticos a una montaña rusa de emociones que nos largará extenuados. Así ha sido y así será por siempre, estamos entrenados. La anécdota fundacional narrada por Sonia es hermosa y no tendría sentido ponerse a comprobar su veracidad. Bastaría con decir que nutre el mito magallanero (de allí lo de “Mítica Nave”) y que un equipo como el Magallanes merece un origen como ese. Saludos.

Henry Maneiro
24 de enero, 2012

Un dia estaba recorriendo una libreria cercana a la entrada del Teresa Carreno mientras esperaba para entrar a un espectaculo. Vi en la portada de una revista, que no recuerdo como se llamaba, tu nombre. Se trataba de este mismo articulo y debo confesarte que de un solo jalon lo lei en pocos minutos. Se que al lado del tuyo alguien escribio uno sobre el caracas y ese no lo lei! Asi somos los magallaneros decentes: Con y por el Magallanes todo! Para el caracas, nada!!!

Dana
27 de enero, 2012

Memorable la frase acerca de ir al estadio “es exponerse a una sobredosis de nosotros mismos”, en mi juventud fuí y era un despelote, ahora es una tortura, la cola, los gritos, la suciedad, los baños, la comida (?), las groserias, la falta de respeto, etc., mas alla del fanatismo que me divierte mucho, eso de la sobredosis de nosotros mismos, es para reflexionar no?

Celeste Bahov
18 de enero, 2013

Sr. Suniaga, Sabias palabras las de su padre a su hermano!

Horacio Idarraga Gil
20 de enero, 2013

Hola Sr Suniaga y demas fanaticos. Estos comentarios hechan por tierra el mito de que los venezolanos no saben leer ni escribir. !Que buenos comentarios y que bien escritos! Que diferencia cuando entramos a facebook o twitter. Hace mucho tiempo que no voy al estadio, pero no por las razones que ustedes exponen, sino por que el monton de años que llevo a cuestas me obligan a cambiarle el agua al canario a cada rato. Despues de aliviar la vejiga me cuesta mucho trabajo ubicar mi silla. Un abrazo, Horacio. (Cuidate Suniaga, que tienes muchos competidores)

Adolfo Alvarez LARA
21 de enero, 2013

Hola, soy asiduo lector de su columna en El Nacional e igualmente de sus novelas. Le escrbí a su corroe, pero no ha sido posible la comunicación. Soy magallanero desde 1942 y mis hijos, afortunadamente, me han seguido. La cadena se rompió con mi segundo nieto, q se pasó al enemigo y arrastró a 3 mas. Saludos

Horacio Idarraga Gil
25 de enero, 2013

Anoche Magallanes perdio malamente.

Horacio Idarraga Gil
23 de febrero, 2013

Hola Suniaga. Hace unos dias Ud publico un magnifico articulo en el que nos hablaba del popule meus. Ese articulo me hizo recordar una epoca de mi vida donde el popule meus jugo un papel muy importante. Un abrazo, Horacio. http://racebis.podomatic.com/entry/2013-02-21T10_35_26-08_00

Horacio Idarraga Gil
24 de febrero, 2013

Hola Suniaga. Una de tus seguidoras me llamo para decirme que soy un falto de respeto, pasado, igualado, porque no le antepongo a tu nombre el título de DOCTOR, LICENCIADO, SEÑOR o al menos DON. Yo trate de explicarle que lo que sucede es que tú y yo somos panas burdas desde hace mucho tiempo aunque yo nunca haya ido a laisla ni tú a gochilandia. Que todos los magallaneros somos panas aunque unos apoyen al rapiños y otros al pastora. Pero vamos al grano que es el que nace. Lo que quería comentarte es que en ese artículo en que hablas de la semana santa en Margarita nombras a Aldemaro Romero y eso me trajo a la memoria un incidente en el que se vio involucrado el valenciano. Sucedió que Aldemaro tenía un programa en un canal de televisión. El programa era en vivo y los televidentes tenían la oportunidad de llamar para saludarlo o hacerle alguna pregunta o comentario. Un día el presentador estaba muy emocionado hablando de las bondades del trabajo. Un oyente lo llamo y le dijo palabra más, palabra menos lo siguiente: “Que vas a hablar tú de trabajo si tú eres un vago que nunca has trabajado” Aldemaro, con su peculiar humor ácido le respondió más o menos lo siguiente: “Tiene razón el oyente. Yo soy uno de esos seres providenciales que nunca ha tenido la necesidad de trabajar. Hasta el día de hoy lo único que he hecho son treinta y siete longplays, unas clasecitas de solfeo que doy en el conservatorio, un oratorio a Bolívar que no hemos podido grabar porque a Alfredo la han salido muchos tigritos que matar, pero yo espero que el buen Señor nos de licencia para hacerlo. Además de eso hago unos viajecitos por el mundo para tomar notas que luego me sirven para emborronar cuatro cuartillas que me publican en El Nacional” Ese incidente le dio a Aldemaro el tema de una canción que no tuvo mucho impacto como todo lo que hacía.

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