Artes

Narrar “la historia del mundo en cien objetos”, por Patricio Pron

Por Patricio Pron | 30 de diciembre, 2012

100 cosas texto
A menudo olvidamos que todos los museos conforman relatos, y que los buenos museos no se diferencian demasiado de los buenos libros excepto por el hecho de que no narran con palabras sino con objetos. Neil MacGregor no podía olvidarlo (por supuesto) y a lo largo de 2010 contribuyó a una serie de programas de la BBC Radio 4 cuya finalidad era narrar “la historia del mundo en cien objetos”. MacGregor es el director del que (en mi opinión) es el mejor de los buenos museos, el Museo Británico, y la serie (publicada ahora en español por Debate) fue magnífica; por lo demás, sus reglas de juego no eran demasiado complicadas:

Mis colegas del museo y la BBC escogerían de entre la colección del Museo Británico cien objetos cuyas fechas debían abarcar desde los comienzos de la historia humana, hace unos dos millones de años, hasta nuestra época actual. Los objetos tenían que abarcar el mundo entero, en la medida de lo posible de manera equitativa. Tratarían de abordar tantos aspectos de la experiencia humana como resultara viable y hablarnos del conjunto de las sociedades, y no solo de los ricos y poderosos dentro de ellas. Los objetos incluirían necesariamente, pues, tanto las cosas sencillas de la vida cotidiana como las grandes obras de arte (17).

La historia del mundo en 100 objetos cumple rigurosamente con estos objetivos y, al hacerlo, ofrece una historia de la humanidad que es alternativa (y, por consiguiente, complementaria) de aquella que nos han enseñado: es alternativa por el hecho de que presta tanta atención a la producción simbólica de los aborígenes australianos como a la del Renacimiento europeo (que conocemos mejor y por ello nos parece más relevante artística e históricamente); es alternativa, también, porque no se detiene en los grandes acontecimientos históricos (las batallas de Salamina, las Termópilas y los Campos Catalaúnicos; la entronización de Carlomagno; las Cruzadas; la toma de la Bastilla; Waterloo; Verdún; la destrucción de las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki; el 11 de setiembre de 2011; ese tipo de cosas), sino que aborda a través de los objetos las circunstancias sociales, políticas y económicas, que hicieron posibles todos estos acontecimientos; es alternativa, finalmente, porque recurre tanto a los hechos históricos como a algo que, a falta de una expresión mejor, quizás podamos llamar “imaginación poética”, con la que MacGregor y sus colaboradores completan la información de la que disponen acerca de los objetos en cuestión para ofrecer conjeturas acerca de sus usos, aventurar la suerte de sus propietarios o imaginar las trayectorias que esos objetos han seguido.

No es un procedimiento que los puristas vayan a aprobar, pero cumple con creces su objetivo de concitar la atención del lector sobre objetos en los que éste posiblemente no haya reparado mucho si ha tenido la oportunidad de visitar el Museo. Aquí, el “bifaz olduvayense” o “hacha de mano” (uno de los primeros utensilios creados por los seres humanos) ocupa la misma cantidad de espacio (y, por consiguiente, exige del lector la misma atención) que la famosa “piedra Rosetta”, lo que podría parecer una licencia por parte del autor si no fuera porque esa equiparación (o, por el caso, la misma que existe entre una bella estatua maya del dios del maíz [715 d.C.] y una tarjeta de crédito emitida en 2009) resulta convincente al tiempo que enriquecedora de nuestra visión de ambos objetos. Así, esta Historia del mundo en 100 objetos equipara a las grandes civilizaciones mediterráneas (que tienden a monopolizar por una panoplia de razones la versión canónica del pasado común) con las culturas locales de las antiguas periferias del mundo, como el África subsahariana, América, el Extremo Oriente y Oceanía: una historia del mundo articulada sobre objetos puede hacer eso, ya que su finalidad es reconstruir en torno a ellos la historia de las culturas que los produjeron sin que sea necesario que esas culturas hayan dejado testimonios escritos (en ese sentido, es ejemplar el capítulo dedicado al “escudo de corteza australiano” “a través del cual” se narran los primeros contactos entre James Cook y los nativos de Australia en 1770).

El resultado de esta elección es sorprendente y va mucho más allá de la intención original de proponer una historia del mundo, ya que el lector tiene aquí la oportunidad de averiguar cosas como por qué las primeras comunidades de agricultores escogieron para el cultivo plantas que “en su estado natural no son en absoluto comestibles, o cuando menos resultan bastante desagradables de comer” como el trigo, el arroz y el sorgo (69), por qué el maíz fue endiosado en Centroamérica (a diferencia de otros cultivos locales como la calabaza y la judía) o cuál es el vínculo entre la producción agrícola y el surgimiento de las religiones. También la razón (climática) por la que los aborígenes norteamericanos inventaron las pipas para fumar tabaco, por qué no hubo representaciones de Jesús en los dos o tres primeros siglos del cristianismo, o por qué a los europeos del siglo XVI le resultaba más fácil creer en la leyenda de las siete tribus perdidas de Israel que en la posibilidad de que en África hubiera un arte autóctono de excelencia.

Al tiempo que a menudo olvidamos que los museos son un cierto tipo de textos, a veces tampoco recordamos que esos textos hablan tanto del pasado como, particularmente, del presente, ya que (en palabras de MacGregor) “como los individuos, también las naciones y los estados se definen y redefinen a sí mismos reexaminando su propia historia” (467). Así, esta Historia del mundo en 100 objetos presta especial atención a los intercambios económicos y al tráfico de bienes desde el mundo antiguo hasta un presente en el que “aparentemente resulta más difícil dejar que quiebre un banco que permitir que caiga un gobierno” (722); de hecho, su penúltimo objeto es una tarjeta de crédito emitida en los Emiratos Árabes Unidos que habla tanto de nuestra confianza en el sistema económico global como de quiénes son los que lo gobiernan. A esa confianza le debemos buena parte de los males del presente, pero lo que importa aquí es que Neil MacGregor ha escrito un libro inteligente, ambicioso y apasionante que (resumiendo la historia del mundo en cien objetos) ofrece algunas pistas acerca del presente y permite preguntarnos acerca de quién contará la historia de lo que hicimos con ese presente, para quién lo hará y de qué modo.
Neil Mac Gregor

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La historia del mundo en 100 objetos
Trad. Francisco J. Ramos Mena
Barcelona: Debate, 2012

Publicado en El Boomerang

Patricio Pron 

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