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Poder y ficción, por Armando Coll

Un Estado avanzado debe garantizar las condiciones para que escritores y poetas ejerzan la creación con libertad plena. Así, los creadores literarios también pueden contribuir a los relatos consensuales

Por Armando Coll | 11 de diciembre, 2012

En días pasados comentaba en este espacio las reflexiones del novelista argentino Ricardo Piglia a propósito de ciertos libros que podríamos llamar fundacionales de la América Latina. Libros como Facundo de Domingo Faustino Sarmiento pueden ser vistos como tales en la medida en que han modelado las creencias de colectivos nacionales. En nuestro caso, Doña Bárbara, por no decir todo el corpus novelístico de Rómulo Gallegos, tal vez haya tenido ese rol tutelar sobre los venezolanos. De Facundo, dice Piglia: “…el Facundo es como un virus: todos los que lo leen empiezan a ver civilizados y bárbaros. Ésa es la mirada liberal, una especie argentina de la mirada liberal: la versión autóctona”.

Puede que, como se ha machacado mucho, la oposición civilización-barbarie trame también la narrativa de Gallegos, un autor que no obstante era sobre todo un novelista, un gran novelista, más allá de las tesis y las ideas que animaran su militancia política.

Pero sin duda, novelas como Doña Bárbara, Cantaclaro, Canaima y La trepadora proveen arquetipos nacionales, una “mirada” compartida incluso por aquellos venezolanos que jamás se han asomado a las páginas escritas por Rómulo Gallegos, que fuese electo presidente y luego derrocado. Era como demasiado, que el mayor de sus novelistas fuera el presidente de Venezuela.

El ejercicio del poder se vale de los relatos, de las representaciones, en última instancia, la política hace uso de la ficción para sus propios fines.

En la misma entrevista publicada en el volumen Crítica y ficción (Anagrama, 2001), Piglia explica cómo la política echa mano de la ficción para construir los relatos mediante los cuales se ejerce el poder sobre las sociedades. A su vez, el argentino toma un pensamiento del poeta francés Paul Valéry: “…no hay poder capaz de fundar el orden con la sola represión de los cuerpos con los cuerpos. Se necesitan fuerzas ficticias”.

No en balde, Venezuela ha sido largamente gobernada por un habilidoso y prolífico cuenta-cuentos.

Los poetas y la República

No es ajustada la opinión según la cual Platón consideraba que los poetas sobraban en el buen funcionamiento de la República. Pero, sí introduce un matiz en el correspondiente Diálogo que trata del asunto, cuando se dirige a su amigo Glaucón: “Y así mi querido Glaucón, cuando oigas decir a los admiradores de Homero que este poeta ha formado la Grecia, y que, leyéndole, se aprende a gobernar y conducir bien los negocios humanos, y que lo mejor que se puede hacer es someterse a sus preceptos, deberás tener toda clase de miramientos y de consideraciones con los que empleen este lenguaje, y hasta concederles que Homero es el más grande poeta y el primero entre los trágicos; pero al mismo tiempo no pierdas de vista que en nuestro Estado no podemos admitir otras obras de poesía que los himnos a los dioses y los elogios de los hombres grandes”.

Más de un déspota ha seguido a pies juntillas la platónica recomendación y a la vez que ha perseguido a poetas y escritores, solo ha admitido aquellos versificadores dispuestos a exaltarlo.

Y sirva el filósofo griego de pretexto a la pregunta ¿cuál sería el papel de poetas y escritores en la polis? ¿ cómo contribuirían al buen gobierno?

Ante todo, solo debería exigírseles que ejerzan con dignidad la ciudadanía, de resto, un Estado civilizado debería ofrecerles las garantías para bien hacer lo que saben hacer y desarrollar su talento, sin dádivas que comprometan la creación con el poder de turno.

Y desde luego que pueden hacer un aporte a la polis desde la perspectiva del oficio de escritor. Al respecto, de nuevo Piglia nos da una pista. A propósito de lo que dice Valéry se pregunta ¿Qué estructura tienen las fuerzas ficticias a las que se refiere el poeta francés? Y se responde: “Quizás ése sea el centro de la reflexión política de un escritor. La sociedad vista como una trama de relatos, un conjunto de historias y de ficciones que circulan entre la gente. Hay un circuito personal, privado, de la narración. Y hay una voz pública, un movimiento social del relato”.

Es así como la creación literaria, sea narrativa o lírica, tal vez pueda contribuir de forma virtuosa con ciertos necesarios consensos. Pero, está el escritor sobre todo llamado a demostrar cuándo ciertas ficciones perniciosas son elaboradas desde el poder.

Por encima de todo, el escritor se debe a su arte, ese sobre el cual el gran Jorge Luis Borges reflexionaba estoicamente: “Ignoro si la música sabe desesperar de la música y si el mármol del mármol, pero la literatura es un arte que sabe profetizar aquel tiempo en que habrá enmudecido, y encarnizarse con la propia virtud y enamorarse de la propia disolución y cortejar su fin”.

Armando Coll 

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