Artes

Ninguna realidad es insignificante, por Luis Enrique Belmonte

Por Luis Enrique Belmonte | 4 de diciembre, 2012

Natasha Tiniacos. Foto: Lisbeth Salas


El carácter excéntrico es la capacidad de salirnos de nosotros mismos y vernos desde afuera. Mediante lo excéntrico nos distanciamos del yo y nos acercamos a lo diverso y plural. El tránsito del sujeto hacia su exterioridad constituye la experiencia humana por excelencia.

He leído con emoción Historia privada de un etcétera (La Cámara Escrita, 2011), de Natasha Tiniacos, y diré que lo que me conmueve de este libro es el carácter excéntrico del sujeto que ahí se revela: la experiencia humana se va reconstruyendo desde la periferia, o, mejor aún, desde el tránsito por las periferias del yo. El sujeto se desplaza por zonas de la existencia que suelen pasar inadvertidas, reconociéndose en aquello que va quedando del tránsito. El carácter excéntrico de esta poesía nos impele a indagar en lo ajeno y plural para encontrar las huellas de lo cercano y propio. Es una poesía indudablemente solidaria con la materia porque el sujeto se reconoce como indudablemente otro.

Natasha Tiniacos registra galaxias mínimas en donde ninguna realidad es insignificante. Esas constelaciones caóticas formadas por residuos, restos o fragmentos del trajinar humano comienzan a adquirir sentido en cuanto el sujeto intenta darle unidad a lo diverso, es decir, cuando el sujeto, desde su posición excéntrica, intenta reconstruir una historia íntima, privada o entrañable de lo que falta: el etcétera de nuestra existencia. De esta forma, el azúcar que se hace grumo en el fondo de la taza, la información nutricional que aparece  al dorso de un alimento empacado, un pequeño cactus al pie de la ventana, el hidrante que chorrea en plena calle, las hormigas que transitan por los trastos de la cocina, el recibo telefónico o el sombrero que se despide de su portador van configurando una galaxia en expansión a partir de los signos del desgaste, como en GALAXIA MÍNIMA:

Cuando el cuerpo entra a su nicho
sabe cuánto espacio basta y cuánto merma
con el encorvamiento de los años,
sabe que el mundo es para el descarrío
sin salida de emergencia
ni control climático
pero al llegar a su galaxia mínima,
al jarrón que lo contiene
mientras no sea polvo, bajo tierra,
o sobre un pañuelo perdido en el azar del otoño
o sobre un árbol que no sacude sus ramas,
se refugia en el peltre de su bañera
que rechina de soledad como su cama
y poco a poco se inclina en reverencia al yo
y va perdiendo así,
la persona humana,
(su color)
cual lienzo del desgaste.

Lo interesante de la estrategia poética de Natasha Tiniacos es que asume que esa galaxia mínima no sólo es consecuencia de la vivencia humana sino que también es el punto de partida para otro tipo de vivencia: la existencia a partir de la escritura que reconstruye al sujeto y que igualmente dejará sus propios residuos para futuros tránsitos. Escritura de la sobreexistencia. Supervivencia más allá de los signos del desgaste.

Los datos insignificantes de este tránsito por las periferias del yo nos hacen entender que dios es plural, /que reposa como el polen/al fondo del embudo. En BARRENDERO-EN-EL-MUNDO existe un ars poética:

Por siempre él será extranjero
ALBERT CAMUS

Habituado a lo fractal
al escombro, al susurro,
el barrendero acata su destino,
desliza su escoba, escudriña
tesoros en desuso entre las grietas.
Colecciona gaviotas sin rumbo,
suspiros de laderas,
miradas de autostop,
pañuelos aún mojados.
Tiene el corazón de una virgen,
conoce el apetito de los nómadas
y el ritmo incontenible del desgaste,
pero al voltear y ver la calle
sin alcanzar el último kilómetro
acaba el júbilo y comienza su tragedia
como un nuevo Sísifo, Eurídice o Kirilov
que despierta de su labor inútil.

Hablamos de desplazamientos por zonas al margen del sujeto, zonas donde el polvo de lo particular se hace permanente porque se trata de un trajín que no cesa y nunca dejaremos de barrer o remover escombros. En este tránsito inacabable el poeta se reconoce como un Sísifo contemporáneo: subir para volver a bajar, llegar a la cima para recomenzar de nuevo, inútil registro de un saldo informe y mundano que, paradójicamente, se nos escapa y nos conforma. Porque sólo se ama lo que pasa. Condena y realización de un sujeto que se desplaza por la periferia y reconstruye la experiencia en el umbral de lo externo y lo interno. Indagación en lo ajeno para encontrar lo propio. Historia privada del etcétera que nos contiene.

Quisiera pensar, después de haber leído esta excelente entrega de Tiniacos, que la escritura es el saldo del saldo de lo vivido, y que al intentar hacer más privado ese etcétera de saldos, aproximando lo ajeno a lo propio, podríamos alzar una morada en medio del desgaste. Porque las hormigas acopian nuestro derribo, como lo evidencia PASA EL CAMIÓN:

Los lunes pasa el camión de la basura
y se detiene
a recoger mis restos.
Sospecho que
entre la grama
hay hormigas así
que vienen a buscar
mi diario desperdicio
y algunas nunca logran acercarse.

Celebro cuando el aseo,
puntual a su faena,
irrumpe la calma de la cuadra
y sacude las casas con su ruido.
Admiro el anuncio de sus frenos,
liberación de la mugre y el pasado.

¿Cómo harán las hormigas
para invadir mi silencio
y acopiar a escondidas
mi derribo?
¿Qué cosa útil
llevarán sobre sus cuerpos
si en cada gramo de herrumbre
fallezco poco a poco?

Son poemas que apuntan a la fugacidad del hombre y de sus cosas. Escrutan en la evidencia de sus despojos, que son las huellas de su paso. Y nuestra poeta sabe que la escritura es el lugar en donde el tempus fugit se hace perpetua celebración. Porque el resto no es el final sino el comienzo de una nueva historia privada de ese etcétera que se desvanece en lo múltiple para resignificarse en lo propio constantemente. Si me preguntaran de qué trata Historia privada de un etcétera, tendría que parafrasear a Bohumil Hrabal y decir que “trata de lo que está hecho el hombre, que contiene tanto fósforo que podrían hacerse con él diez cajitas de cerillas, que tiene tanto hierro que podría hacerse con él un clavo tal que un hombre podría ahorcarse de él, que contiene tanta agua que en esa agua podrían prepararse diez litros de sopas de callos”.

Luis Enrique Belmonte  es poeta y médico egresado de la UCV, especialista en Bioética por la Universidad Ramón Llull y en Historia de las Ciencias por la Universidad Autónoma de Barcelona. Recipiente de varios premios literarios incluyendo el Premio de Poesía Fernando Paz Castillo por "Cuerpo bajo lámpara" (Fundación CELARG) y el Premio de Poesía de la IV Bienal de Literatura Mariano Picón Salas por "El encanto".

Comentarios (1)

joaquín ortega
5 de diciembre, 2012

Un texto rico y profundo Don Luis Enrique y una belleza el texto de Natasha. Un abrazo y mil felicidades para ambos J

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