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Catalunya, amor meu; por Andrea Daza Tapia

A nosotros, los que todavía bailamos paso-doble en las fiestas de matrimonio. Que creímos en la santísima trinidad de Serrat, Ana Belén y Víctor Manuel. Que recitamos de memoria a Joaquín Sabina. Incluso, a aquellos que para no repetir España dicen “madre patria” y se quedan tan hondos, es natural que nos cueste entender a Catalunya, así, sin eñe. Y con eñe también.

Entonces, levanté la mano y dije: “En América Latina no se entiende bien lo que está sucediendo aquí”. Uy. Estaba en una presentación de la sección de inmigración de la Asamblea Nacional Catalana, movimiento en pro de la independencia. La periodista Patrícia Gabancho, nacida en Buenos Aires, se me queda mirando desde el panel de ponentes, y me dice: “Si no lo entienden ustedes, que lo hicieron hace doscientos años”. Puntos suspensivos. “Nunca es el momento adecuado”. Entonces, le pregunto si es posible un proceso de independencia sin rupturas traumáticas. Ay. “España demuestra una capacidad de diálogo cero. Lo que sería traumático es quedarnos dentro de España”. Fin del turno de preguntas.

Las banderas

A la salida me compré Full de ruta (Hoja de ruta), libro de Gabancho, que lleva de subtítulo: “Todo lo que quieres saber de la independencia y no sabes a quién preguntarlo”. Empecemos: esto no se le ocurrió a Artur Mas, líder de Convergència i Unió (CiU), federación de partidos nacionalistas catalanes. Vamos por partes: la Asamblea Nacional Catalana es un organismo no partidista, donde la afiliación es a título personal. Son los organizadores de la manifestación del 11 de septiembre de 2012, cuando se cubrieron de gloria con la bandera catalana, la senyera, en un gran demostración de fuerza del independentismo catalán. Un apunte: hace dos años, cuando llegué aquí, con mi visado español de estudiante, “la estelada”, que es una senyera con un triángulo azul y una estrella blanca, era una bandera tabú. La bandera independentista. ¡Oh! La que no se veía casi. Pero que ahora es todo lo contrario.

El café para todos

Entonces, el presidente de Cataluña, Artur Mas, se va a Madrid a discutir su propuesta de “pacto fiscal”, que es lo que hacen todos los presidentes de la Generalitat: negociar con La Moncloa “la redistribución de los ingresos dentro de las fronteras españolas”. Porque en 1978, cuando se discutía la Constitución y se construía la democracia, Cataluña se autoexcluyó del debate de la financiación.

Según el especialista en comunicación política, Toni Aira, eso pasó por una conjunción de hechos: “Hay partidos como Esquerra Republicana, que se definen más como independentistas que como nacionalistas,  y que desde el inicio de la Transición, en los años 80 ya defendían el concierto económico. CiU tuvo sus dudas en ese momento clave. Los partidos nacionalistas al inicio no eran mayoritarios como ahora; ganaba el PSUC (Partido Socialista Unificado de Cataluña) que es el antecedente de los comunistas y del partido socialista. Ellos eran más determinantes en Madrid cuando se negoció el autogobierno de Cataluña. PSUC y PSC dijeron ‘no’ al concierto económico.  Y CiU tampoco se opuso frontalmente”. Así llegamos al pecado original del financiamiento catalán, que con los años se ha diluido en el sistema autonómico, que se puede traducir en un “guayoyo para todos”.

El hecho diferencial

Gabancho explica: “Cataluña es una comunidad de ‘régimen común’, regida por la Ley Orgánica de Financiamiento de las Comunidades Autónoma (Lofca). En la práctica, el sistema hace que cuatro comunidades aporten dinero al pote común, y que once cobren de él”. A lo largo de los años, esto se ha traducido en que Catalunya aporta más dinero del que recupera por vía de inversiones. De hecho, calculan que un 10% de su PIB no regresa. He aquí el principal argumento económico.

Navarra y el País Vasco, por el contrario, pusieron sobre la mesa los derechos históricos del régimen foral de finales del siglo XIX, obteniendo así la independencia económica: ellos captan sus impuestos, ellos lo distribuyen y después, envían a Madrid. Y sin embargo, ¿no?

Las respuestas

¿Qué pasa en Madrid? Según Mas, Mariano Rajoy se niega a negociar con él. Y según Rajoy, Mas no ofrece alternativas. Así las cosas, Mas regresa a Barcelona y convoca elecciones para incluir en su plan de gobierno el derecho a decidir. Habla de Estado propio y aún más importante, de “transición nacional”. Comienza la campaña.

El profesor Aira recuerda que la centralidad política de un país no es algo estático. Sino que evoluciona: “Y las encuestas han marcado en los últimos tiempos, una evolución hacia el soberanismo. En muchos casos por el factor económico. Mucha gente se siente independentista, no ya de sentimiento, sino desde un punto de vista racional: de decir, lo hemos intentado todo. Y dejando el hecho lingüístico y los ataques políticos de lado, la sensación de maltrato económico se mantiene. Madrid siempre acaba ganando”. Y según la prensa madrileña, después de estas elecciones catalanas, Madrid volvió a ganar.

Pero desde aquí, la sensación es de reconfiguración de fuerzas. Como si el electorado le hubiera dicho a Mas, sí, vamos hacia la independencia, pero no estará todo en tus manos. No podrás seguir recortando. Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), partido que ha resurgido de las cenizas empujado por sus nuevos liderazgos, se convierte en segunda fuerza parlamentaria. Y junto a ellos han aumentado la representación, todos los partidos del bloque independentista. O al menos, los partidos abiertos a la celebración de una consulta, a condición de frenar la política de recortes sociales.

Las reacciones

Por el lado del centralismo español, el Partido Popular de Cataluña ganó un diputado más, mientras que Ciutadan’s, su competencia más directa, triplicó su número de representación: de 3 a 9. En contraposición, Solidaritat per la Independència (SI), un partido impulsado en 2010 por el ex presidente del Barça, Joan Laporta –del que se retiraría más pronto que tarde– se queda sin representación. Finalmente, la Candidatura de Unidad Popular (CUP), acaso la gran sorpresa electoral de la noche, entra por primera vez al Parlament de Catalunya, con una representación de 3 diputados. Son la expresión política que mejor traduce al movimiento de “indignados” de la Plaza Cataluña. Eso sí: le llevan 25 años de ventaja y reivindican la categoría histórica de los Países Catalanes: que se refiere a los territorios de lengua catalana como Cataluña, Valencia y las Islas Baleares; “territorios históricos”, como me dijo David Fernández, su líder en Barcelona, “cada uno con su propio proceso político”. Vaya, que de Cataluña se pueden decir muchas cosas, menos que no sea plural.

Y así, al no tener el partido de gobierno, CiU, una mayoría absoluta que le permita aprobar presupuestos, por ejemplo, se verá obligada a pactar con fuerzas de izquierda con las que sólo coincide en el eje nacional, pero ante las cuales se enfrenta en materia económica. De ahí, la complejidad del panorama parlamentario. Mariano Rajoy ya lo ha calificado como un fiasco. Pero, la verdad es que en la Europa de hoy, las respuestas más definitivas no vienen de Madrid.

La patria

Hablo con Iñaki Anasagasti, senador histórico del Partido Nacionalista Vasco (PNV), venezolano nacido en Cumaná: “Lo primero es que como venezolano, no entiendo una clase política que tiene admiración por el Rey (habla de nos), y que cuando habla del Rey no habla del Rey de Dinamarca”. Ay. Y sigue: “No concibo que América no entienda la situación que está pasando España, cuando es algo que ocurrió allá, hace más de 200 años”. Uy. “Hay que acercarse con un poco de desapasionamiento”, dice. “Pero sobre todo, que no hablen de madre patria”.

Entonces, es normal que a nosotros, que nos emocionamos cuando el disc-play pone a Manolo Escobar, mientras coreamos ¡qué viva España!, nos cueste entender a Catalunya. Con o sin eñe. Y Joaquín Sabina le puso letra al himno de España, que le sirvió de soundtrack al partido Ciutadan’s. Y Vargas Llosa es del PP. Y firmó, junto a Pedro Almodóvar, un manifiesto contra una futura consulta por la independencia de Cataluña. En fin. Que donde yo vivo, en un pueblo de la  periferia de la Barcelona metropolitana, el Partido Socialista de Cataluña, otro de los perdedores, ganó en este caso particular, con casi 30% de los votos.

En toda España hay cerca de 150 mil venezolanos, muchos con nacionalidad española. Muchos votaron. Otros sólo vimos los toros desde la barrera. Ay. Qué digo, los burros.