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“La carroza de Bolívar”, de Evelio Rosero; por Gustavo Valle

Después de su breve y potente novela Los ejércitos, donde un país asediado por las balas anónimas de la violencia arrinconan la vida inopinada de dos ancianos habitantes de un pueblo de provincia, Evelio Rosero (Bogotá, 1958) vuelve con este libro proliferante y ambicioso que narra las peripecias de Justo Pastor Proceso López, médico ginecólogo del pueblo de Pasto e historiador amateur, quien durante los últimos días de 1966 y los primeros de 1967, es decir, durante el período que abarca el día de los inocentes y los llamados carnavales de Blancos y Negros, entra en un túnel descendente, delirante y carnavalesco producto de las tensiones con su mujer Primavera Pinzón y con sus hijas, pero sobre todo con su propia memoria que en definitiva es la memoria de Pasto, la identidad cultural de un pueblo cuyas raíces se hunden en los lodos independentistas y en la necesidad de una urgente revisión acerca de las actuaciones militares de Simón Bolívar. Porque uno, quizás el más notorio y publicitado aspecto de esta novela es el de la desmitificación del llamado Padre de la Patria, el desmontaje simbólico de su heroica estatua omnipresente y en consecuencia la restitución de una verdad histórica que devuelva los presuntos hechos de crueldad, cobardía y estupro que Bolívar cometió específicamente en el pueblo de Pasto después de la famosa batalla de Bomboná, según cuentan ciertos cronistas e historiadores marginados y que el doctor Proceso recupera apoyando la fabricación de una carroza de carnaval en la que el Libertador aparece en todo su cruel esplendor mientras su carro es tirado por una corte de impúberes y sugerentes doncellas. Una carroza, pues, revisionista y pedagógica, pero sobre todo corrosivamente metafórica. Una carroza no apta para susceptibles idólatras de nuestro mayor patriarca.

Y es el carnaval, con sus identidades camufladas y sus simulacros delirantes, la ocasión perfecta para que el doctor Proceso inicie su quijotesca empresa contracultural:  en Pasto la verdad es una máscara, la realidad histórica es puro camuflaje, el amor de su mujer es un hermoso antifaz, sus hijas son casi una apariencia, y por todas partes irrumpen ranas, hombres mono, asnos asesinos, duendes y niños insectos, y suficiente polvo de talco que se arrojan unos contra otros para enturbiar la realidad y desencadenar una descomunal embriaguez, una frenética amnesia popular.

Contra esa amnesia apuntará la novela y le dedicará muchas, explicativas y también morosas páginas a los escritos de Marx contra Bolívar, y sobre todo a las teorías de José Rafael Sañudo, historiador pastuso cuya obra denuncia a un Libertador “incapaz de cualquier esfuerzo prolongado”, cuya “dictadura no tardó en convertirse en una anarquía militar”, entre otras lindezas. Pero la auténtica virtud de esta novela es su costumbrismo arbitrario y desopilante, repleto de imágenes ambiguas, absurdas, a veces asombrosas, con una voz de rasgos rurales y coloquiales, un lenguaje que es a la vez anacrónico y calculado, pueblerino y delirante, y con una opulencia verbal un poco barroca que nunca deja de mofarse de sí misma.

Las largas conversaciones entre el doctor, el obispo, el catedrático y el alcalde recuerdan cierta tradición cervantina con su microcosmos de pueblo, el esqueleto institucional de las opiniones que hacen vida en el Pasto de la época, y que otorga a la novela ese rasgo vodevilesco, de comedia o mojiganga donde se mezclan la esposa infiel y la devota lúbrica junto con el grupo revolucionario armado para ofrecer un gran final de confusión dionisíaca. Carnaval, confusión, gigantesca borrachera: maneras en que tantas veces la historia de nuestros países revela su fisonomía más honesta.

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La carroza de Bolívar.
Evelio Rosero
Tusquets editores, 2012