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El béisbol y la abstracción, por Mari Montes

De los millones de objetos que existen en el mundo, sin duda la pelota es de los más conocidos por los seres humanos. Hay pelotas para todo y desde siempre. En las manifestaciones artísticas más antiguas, puede comprobarse que es un objeto que nos ha acompañado desde el principio.

Desde los tiempos más remotos, la pelota forma parte de la sociedad, nos ha permitido relacionarnos, compartir, competir, divertirnos, resignarnos, emocionarnos, alegrarnos y sufrir.

Jugando con una pelota hemos aprendido a ganar y a perder. No parece posible pensar que existe o haya existido un niño en el planeta Tierra que no haya encontrado en una pelota la mejor compañía.

Mientras la ingeniería busca cómo mejorar el diseño o los materiales de una pelota, los niños son capaces de jugar con naranjas o confeccionar esféricas con un envase de jugo apretado con cinta adhesiva.

Gracias a un objeto tan sencillo como una pelota, es posible que las personas más diversas de todo el mundo, por un tiempo, por una temporada o por años, estén unidos al menos en el deseo de que un equipo gane. Que sea el mejor con la pelota, a la que no podemos quitarle la vista de encima, de la que no podemos abstraernos.

Sabemos que quien domine la pelota suele ser el ganador. En casi todos los deportes, los atacantes tienen el poder de la esfera. En el béisbol no es así.

Seguramente por abstracto, el béisbol es incomprensible para los desprevenidos o “no iniciados”. Como nos sucede a algunos cuando vemos un cuadro de Paul Klee o Joan Miró, pero nos gusta.

En el béisbol los que defienden tienen la pelota y los que atacan sólo entran en contacto con ella dándole con un palo, cuando pueden. Si lo hacen en tres ocasiones de diez, serán considerados hombres exitosos. Estrellas casi sobre humanas. Como decía uno de los mejores bateadores, el legendario Ted Williams, “es el único campo” donde esta estadística es brillante.

No se asusten, sé que estos minutos no son para hablar de béisbol sino de la abstracción. Pero es que el béisbol es un deporte tan abstracto que puede traducirse en matemáticas. Su nombre es “pelota base” y a simple vista pareciera que se apoya únicamente en estadísticas y habilidades físicas, pero hay mucho más.

Es definitivamente un magnífico ejemplo de la abstracción. Con números es posible predecir lo que puede ocurrir en el partido o con un jugador, pero como no es una ciencia exacta, equivocarnos es una posibilidad muy concreta.

La abstracción es la herramienta de los escritores para poder expresar lo que pasa en un campo de béisbol, con números y palabras para describir el todo y recomponerlo.

Pero los números solos no pueden describir a los jugadores especiales; reflejan que en 1976 hubo un novato sensacional, pero no cuentan que éste le hablaba a la pelota y mucho menos que parecía cosa de magia, como si podía animarlas.

Mark Fidrych era casi un desconocido la primera vez que abrió un juego en las Grandes Ligas. Apareció como han aparecido todos, uniformado, con un guante en la mano y con el ánimo de lucirse.

Mark Fidrych lo hizo, no sólo porque tenía indiscutible control de sus envíos o porque podía, como dicen los expertos, “poner la pelota donde quería”, sino porque además le hablaba antes de lanzarla al home.

Les indicaba por donde debían pasar, con mucha ternura, y lanzaba un strike despiadado. En pocas aperturas se ganó la atención de todos los aficionados y fue catapultado a la fama cuando su equipo, los Tigres de Detroit, enfrentó a los Yankees de Nueva York y se transmitió por la televisión nacional.

Antes que él hubo decenas de lanzadores que podían pitchear muy bien y trabajar el juego completo, pero él llamaba la atención además por su parecido con “Big Bird” de Plaza Sésamo. También ocupó la portada de Rolling Stone. De hecho fue el primer deportista que apareció en la prestigiosa revista de los roqueros. ¡Mark Fidrych era el rock!

Y ese objeto central, que dicen que quien le quite la vista de encima pierde, parecía obedecer al “Pájaro” Fidrych. Y de algo tan concreto como una pelota lanzada al receptor, el joven lanzador, según se recuerda en las crónicas de la época, maravillaba; como acostumbran maravillar ciertos locos que se vuelven inolvidables desafiando lo concreto.

Y para describir sus envíos, los narradores, periodistas y escritores de entonces recurrían a las palabras que desde siempre comprueban que el béisbol es tan abstracto, que una pelota puede ser una recta y también una curva. Que describe parábolas que se parecen a las serpentinas, que va tan rápido como una bala o tan lenta que parece que bostezara.

Algunos, por culpa de Mark Fidrych, se quedaron para siempre con la duda de si la pelota es en verdad sólo un objeto.

Pero lo que si queda claro es que la mayor abstracción del béisbol y las pelotas puede verse en los rostros emocionados de los fanáticos cuando se desaparece antes nuestros ojos en la mascota del catcher con el cuarto bate en el home o cuando después del sonido del impacto de la madera en el cuero, la vemos perderse más allá de la cerca y un hombre corre al home con la carrera de la victoria.

Walt Whitman, periodista, escritor, poeta, hombre sensible, quiso saber qué era eso que ocurría los sábados en un campo de Nueva York, donde miles de hombres y mujeres se reunían a ver un juego de pelota.

Iban a ver cómo unos hombres con extraños atuendos intentaban darle a una pelota con un palo. Entonces fue a ver un juego de beisbol y concluyó: “Veo cosas grandiosas en el béisbol. Es nuestro juego. Sacará a la gente de su encierro, los llenará de oxígeno, otorgándoles un mayor estoicismo físico. Tenderá a salvarnos de ser un conjunto nervioso y dispéptico. Reparará nuestras pérdidas y será una bendición para todos nosotros”.

¡Amén y PlayBall!