- Prodavinci - https://historico.prodavinci.com -

Canto gregoriano (a propósito de Gregor Blanco), por Rodrigo Blanco Calderón

Canto gregoriano

Una forma de medir el impacto que un jugador de béisbol tiene entre los fanáticos de su equipo y entre la prensa especializada, es el hecho de que reciba o no un sobrenombre. Una tendencia interesante es la de los nombres de animales: el gato Galarraga, el toro Zambrano, el potro Álvarez, el panda Sandoval son algunos ejemplos.

Recuerdo con especial alegría la temporada 2006-2007 en la que Gregor Blanco obtuvo su mayoría de edad en el béisbol profesional venezolano. Los números que dejó ese año con Los Tiburones de la Guaira bastaron para alterar su identidad. De ahora en adelante los periodistas lo llamarían “el Tiburón Blanco” y la tribuna derecha del estadio universitario escanciaría su nombre a ritmo de samba: “Gre-Gor”. Dos sílabas, que son dos tiempos, lo único que necesita este jugador para hacer magia y conquistar las bases.

En el béisbol, como en la vida, la primera impresión puede ser decisiva. Tener un buen primer bate muchas veces determina la deriva de un juego. La función principal de este tipo de jugador es embasarse a como dé lugar y, una vez en circulación, anotar a como dé lugar. Para ello se valdrá de su capacidad para hacer contacto en cualquier dirección, de tocar la bola al primer lanzamiento, de barrerse de cabeza en primera base, de robar almohadillas, etc. En resumen, el primer bate encarna el arquetipo del pícaro en el béisbol: es ese jugador que construye su virtuosismo a partir de la viveza, capitalizando las distracciones o la inocencia del contrincante.

Gregor Blanco se ha convertido en el mejor primer bate del béisbol venezolano de los últimos años. Cuando La Guaira no ha conseguido clasificar a la postemporada (cosa que sucede con frecuencia), Gregor es uno de los refuerzos más codiciados por los otros equipos. De hecho, Blanco fue refuerzo de los Leones del Caracas (siendo nombrado MVP de la serie final) y de los Tigres de Aragua, contribuyendo de manera decisiva en los títulos que estos equipos consiguieron en esos años. Su escogencia tiene que ver con el sentido común: tener a Gregor en tu alineación es la manera más segura de empezar un juego.

En el transcurso de las últimas temporadas, Blanco ha sumado a su sentido de la oportunidad, lo que constituye la esencia del llamado “juego caribe”, condiciones objetivas que no dependen de las circunstancias: fuerza para sacar un jonrón en el momento crucial (que lo diga el Kid Rodríguez), seguridad cubriendo el center field y sus adyacencias, o usar el bate como un taco de billar y dragar la bola para adjudicarse un doble.

En 2012, Gregor obtuvo otro título de campeón (sin Los Tiburones): el que consiguió con los Gigantes de San Francisco en la barrida ante los Tigres de Detroit. En su primera temporada estable en las mayores, Gregor, sin embargo, no ha podido explotar y demostrar todo su talento. Apenas ha dado muestra de un bateo ocasional, de la velocidad con que mueve las piernas y, sobre todo, de su guante.

Esa pequeña muestra, no obstante, le ha bastado para colarse en Cooperstown. El Salón de la Fama de las Grandes Ligas le ha pedido, como una reliquia de santo, el guante con el que deslumbró al mundo esta temporada. El mismo guante que le permitió a Matt Cain el 13 de junio lanzar un juego perfecto con la mejor atrapada de un outfield en la 2012. El mismo guante que también hizo milagros en la Serie Mundial.

Con este reconocimiento parcial, la MBL no sabe en qué problema se ha metido. De seguir así, en unos años le pedirán un bate con el que conecte, por ejemplo, un grand slam dentro del campo, o las zapatillas con las que se robe el home dos veces seguidas en un juego, o la gorra con la que le quite un cuadrangular a Joseph Ortiz. Sin darse cuenta, a punta de prodigios rapaces, Gregor Blanco tendrá el uniforme completo esperándolo en Cooperstown.

Lo único malo de los santos es que están condenados a trascender. En béisbol, estos pocas veces retornan a su tierra de origen. Espero de todas formas que el Tiburón Blanco vuelva y sea profeta en su mar: esa tribuna derecha del estadio universitario, que por primera vez desde los años de la guerrilla cuenta con un verdadero Caballo, un tiburón-caballo, para alcanzar el verdadero milagro que ya representa para la fanaticada un nuevo título de Los Tiburones de La Guaira.

Más allá de la decisión que tome, o que sus números en las mayores tomen por él, aquí seguiremos entonando religiosamente nuestros gritos de guerra a ritmo de samba. Seguiremos invocándolo con nuestros cantos gregorianos.