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20 austriacos en Venezuela, por Karl Krispin

Las únicas dos revoluciones que ocurrieron en el siglo XX venezolano fueron la explotación petrolera masiva y la también masiva inmigración europea, fundamentalmente entre 1936 y 1958. Estos dos hechos, especialmente el segundo como consecuencia del primero redefinieron nuestro país y trazaron el reacomodo venezolano hacia la modernidad. En 1936 cuando el presidente Eleazar López Contreras mira hacia el pasado para no repetirlo, escribe junto al entonces lúcido doctor Diógenes Escalante uno de los documentos políticos de mayor significación en el diseño de la Venezuela que llega hasta nuestros días. Este papel de trabajo que el gobierno puso seriamente en práctica se llamó el “Programa de Febrero” y buscaba insertar a Venezuela en el contexto del siglo XX. De alguna forma este texto hizo más que valer aquella frase de Mariano Picón Salas que asomaba que “Venezuela había ingresado en el siglo XX en 1936”. El presidente López, luego de haberse paseado por los temas más urgentes que requerían la atención del Ejecutivo Nacional, decide crear el Instituto de Colonización e Inmigración. En aquel febrero azaroso de 1936, después de que la población de Caracas salió a reclamar libertades, López escribió: “Entre las grandes necesidades del país está la de una población relativamente densa, físicamente fuerte, moral e intelectualmente educada, y que disfrute de una economía próspera. La inmigración y colonización contribuirán poderosamente en ese sentido”. La Guerra de España seguida por la II Guerra Mundial precipitaron la llegada de inmigrantes a nuestro país. En la década de oro de los cincuenta, Venezuela sonaba a quimera en las oficinas de selección de migrantes en Europa. Las largas colas que se formaban representaban el camino hacia uno de los países que unánimemente llevaba la marca indeleble del futuro.

Gracias a las oleadas migratorias Venezuela mejoró, cambió sus hábitos alimenticios, incorporó mano de obra al naciente sector industrial, remozó el ambiente académico e intelectual y, sobre todo, aprendió a ser un país múltiple y con visión panóptica. Esos años comienzan a sembrar en el colectivo la idea de un país cosmopolita, formado por diferentes voces alrededor de la idea nacional. Una de las virtudes de la inmigración es que inculca la cultura de la diversidad y conduce a sus habitantes a reconocer en los otros una forma diferente de vida e incorporarla a la suya. Nuestro país, entre los países del planeta, y con ello no marco ningún nacionalismo trasnochado, es de los que ha sabido entender y asimilar esta influencia foránea ayudado por el carácter hospitalario de nuestro pueblo. Leer la historia de las migraciones en Venezuela se convierte en una de las formas de reconocer nuestro propio reflejo y en seguir la evolución histórica de Venezuela en los últimos años.

20 austriacos en Venezuela es el libro que se inmiscuye en los personajes de la inmigración austriaca en Venezuela y ha sido escrito por María Cristina Silva-Díaz. Este proyecto se originó hace algunos años con una iniciativa editorial de la hoy tristemente extinta “Fundación para la Cultura Urbana”. La idea era buscar una interpretación de todos esos hombres y mujeres que se avecinaron en nuestras costas, la mayoría de las veces apenas con unas cuantas monedas en los bolsillos pero con toda la maleta de la esperanza, para contribuir a la construcción de la Venezuela del porvenir. Esos hombres que miraron el sol del trópico sufrieron lo que es inevitable: el desarraigo pero al cabo de los años cuando se les pregunta por cuál es su país, ninguno se atreve a dejar de nombrar a Venezuela. En esta selección de migrantes hay artistas plásticos, naturistas, aventureros, inventores, educadores, botánicos, aeromozas, exploradores, músicos, arquitectos, antropólogos, empresarios, comerciantes, sobrevivientes del Holocausto, músicos y trabajadores sociales. Toda una colección variada en esta suerte de Arca de Noé particular. Los entrevistados han sido: Eva Czerny de Aristeguieta, Freddy Dauber, Susy Dembo, Carlos Fischbach, Otto Gratzer, Otto Huber, Susy Iglicki, Edith Kugel, Peter Leitner, Willy Mager, Werner Moser, Lotte Müller, Angelina Pollak-Eltz, Martin Schöffel, Freddy Schreiber, Raimundo Schwarzenauer, Erwin Sensel, Alix von Schuckmann, Gerry Weil y Reinhard Zahn.

Johann Wolfgang Goethe escribió que quien fuera capaz de narrar con profundidad la vida de un hombre, ofrecería el mejor texto imaginado. Los testimonios que aparecen aquí pertenecen a la estirpe de los hombres luchadores. Y lo que nos cuentan es estrictamente eso que parece tan simple que es la historia de sus vidas. Cómo sobrevivieron algunos al horror, a la guerra, a la persecución o simplemente como superaron un momento de la historia para ingresar en otro. Se trata de un amenísimo libro de buenas historias, algunas trágicas y desoladoras, otras optimistas y vidistas, porque da cuenta de gentes que nos revelan algún secreto, una confesión o el modo cómo los definió la vida en el tránsito entre dos sociedades. Y estas dos sociedades, especialmente la de nuestro país, se vio beneficiada por esta construcción individual porque cada uno de ellos ostenta la marca de un extraordinario aporte a esta geografía. Pero más allá de la lectura de la historia en sus letras capitales, de la que no nos olvidamos, están las pequeñas historias, las que escribimos en singular, la del hombre en su tránsito por esto que jubilosa o dramáticamente llamamos vida.