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Guillermo Parra: “La tradición literaria venezolana no tiene nada que envidiarle a la de nadie”

Desde sus albores, la vida de Guillermo Parra ha estado a caballo entre el inglés y el español, entre los Estados Unidos y Venezuela. Nacido en Cambridge, MA, en el año de 1970, de padre venezolano y madre norteamericana, su vida temprana transcurrió en una eterna mudanza entre países, forjando para sí mismo un gusto literario ambidiestro que cristalizó en sus estudios de literatura y su experiencia como librero. Pero es con su célebre blog Venepoetics (http://venepoetics.blogspot.com) como se da a conocer en la órbita letrada nacional: una iniciativa sin parangones en la promoción literaria venezolana que desde 2003 le abre a los lectores angloparlantes las puertas no sólo de poetas consagrados como el cumanés José Antonio Ramos Sucre, sino además de voces jóvenes y de iniciativas críticas locales, a través de traducciones de su propio puño y letra. Las letras venezolanas tienen en el también poeta Guillermo Parra a uno de sus principales promotores culturales en los Estados Unidos, amén de uno de sus traductores más apasionados.

Gabriel Payares: “Venepoetics” es una experiencia muy particular en el campo de nuestras letras, y más aún cuando ese esfuerzo sostenido acaba de cristalizar en tu reciente libro de traducciones de Ramos Sucre: José Antonio Ramos Sucre: Selected Works (University of New Orleans Press, 2012). Creo que sería un buen punto de partida que comentaras un poco el origen de esta iniciativa digital. ¿A qué público estaba, inicialmente, dirigido? ¿Y por qué eliges a José Antonio Ramos Sucre?

Guillermo Parra: Para responderte tengo que retroceder hasta 1993, cuando tomé un curso de verano en la Naropa University en Boulder, Colorado, en su programa de escritura creativa llamado el “Jack Kerouac School of Disembodied Poetics”, fundado por Allen Ginsberg y Anne Waldman en 1974. Allí tuve la suerte de estudiar con Ginsberg y conversar con él sobre la literatura latinoamericana, un tema que él conocía a fondo. Me contó que en los años sesenta fue amigo de varios escritores venezolanos pertenecientes a El Techo de la Ballena, que lo habían invitado a Caracas pero que la oportunidad nunca se concretó. En ese momento yo no sabía casi nada de la literatura venezolana, aunque estaba leyendo e investigando mucho sobre la literatura latinoamericana; Ginsberg habló a menudo en su clase de la importancia de la traducción, pero en ese momento no pensé mucho en el asunto de ser traductor. Luego, en 1997, cuando trabajaba como librero en Providence, Rhode Island, fui a un pequeño festival de libros latinoamericanos en donde un librero dominicano muy generoso me vendió varios libros de la editorial Tierra de Gracia Editores, incluyendo títulos de Luis Alberto Crespo, Vicente Gerbasi, Jacqueline Goldberg y Juan Sánchez Peláez. El libro Aire sobre el aire (1989) de Sánchez Peláez tuvo un intenso impacto en mí, leer ese libro cambió mi vida como lector y como poeta. Me obsesioné con la obra de Sánchez Peláez y le pedí a un amigo que viajaba a Venezuela que me consiguiera cualquier cosa que pudiera de él. En el 2001 comencé a traducir algunos poemas de Sánchez Peláez al inglés y los publiqué en panfletos fotocopiados que distribuí de manera informal entre amigos. Luego, al abrir el blog continué con las traducciones. En esa época leí a Ramos Sucre por primera vez. Continué con mis investigaciones de la obra de Sánchez Peláez y conocí a su viuda Malena Coelho de Sánchez Peláez en Caracas en el 2007; ella me contó en algún momento que Sánchez Peláez le había mencionado que vio a Ramos Sucre cuando era niño, caminando por la Plaza Bolívar, y sus padres le dijeron: “Ese hombre allí es el poeta Ramos Sucre”. Cuando estuve de nuevo en Caracas en 2008, compré la edición de Biblioteca Ayacucho de Ramos Sucre y no sé si fue la influencia de Sánchez Peláez pero sus poemas empezaron a interesarme muchísimo. Ya mi amigo Cedar Sigo, un poeta de San Francisco, había publicado una plaquette con cinco poemas de Ramos Sucre que él tradujo al inglés junto con Sara Bilandzija. Yo le había sugerido traducir los poemas como parte de una antología que al final nunca pude editar. Una noche, a finales de octubre del 2008, decidí que iba a armar un libro de selecciones de Ramos Sucre traducido al inglés. Lo publicaría por entregas en mi blog, y así lo hice. Mis traducciones en el blog empezaron a recibir atención de amigos poetas en Durham y en otros lugares, que me preguntaban quién era Ramos Sucre, fascinados por su obra. Ese entusiasmo por la obra de Ramos Sucre me alentó a proseguir con el proyecto.

En base a esa experiencia tan exitosa, ¿de qué manera percibes la presencia de la literatura venezolana en el extranjero, y a qué condiciones la atribuyes?

Lamento decir que la literatura venezolana es una presencia invisible aquí en los Estados Unidos. Dicha invisibilidad tiene varias causas, de las que puedo mencionar tres. Primero: no hay suficiente esfuerzo por parte de las instituciones y los escritores venezolanos en promocionar la literatura fuera del país. Por ejemplo: hay intelectuales e instituciones empeñados en denominarse de oposición o “chavistas”, dividiendo la literatura en bandos “verdaderos” y “falsos”. Esa forma de pensar no ayuda en absoluto a promover la literatura venezolana. Yo admiro tanto a Ramón Palomares como a Rafael Cadenas y no podría limitar sus obras a sus posiciones políticas dentro del conflicto que se vive en Venezuela. Segundo, en el país no abundan instituciones en donde se enseñe la literatura venezolana como materia: la maestría en Literatura venezolana en la UCV es prácticamente el único programa en el país. Si muchísimos venezolanos no conocen la obra de un maestro contemporáneo como Renato Rodríguez —para mencionar un narrador injustamente ignorado por críticos y lectores—, menos llegará su nombre a Latinoamérica, España o Estados Unidos. Y, finalmente, algunos venezolanos mantienen una actitud de menosprecio hacia la literatura nacional. Y eso influye en que los escritores y sus obras no circulen más allá del país. ¿Por qué será que Guillermo Sucre, cuando escribió La máscara, la transparencia no le pudo dedicar un capítulo completo a José Antonio Ramos Sucre, mientras que sí con Huidobro, Vallejo, Borges, Lezama Lima, Paz y Juarroz? Ramos Sucre merece tanta atención como cualquiera de esos otros poetas. Y lo pregunto, aclaro, como admirador del libro del profesor Sucre: después de publicar ese libro él ha hecho mucho para difundir la obra de Ramos Sucre en Venezuela y en el exterior. Pero aún así, ¿por qué se han tardado tanto tiempo los venezolanos en reconocer a Ramos Sucre? Es una figura central de la literatura universal, tan importante como Dante o Shakespeare. Pero en Venezuela todavía no existen seminarios dedicados exclusivamente a su obra. Hasta que los venezolanos lo reconozcan plenamente, difundiendo su obra en sus escuelas y en el exterior, el mundo no se enterará de la importancia de José Antonio Ramos Sucre.

¿Sientes que haya cambiado algo al respecto en la última década?

Soy de los que opinan que la literatura venezolana está en medio de un boom; la narrativa venezolana en particular vive un momento muy interesante. Han ocurrido importantes eventos en la última década, como el reconocimiento internacional de Cadenas y Eugenio Montejo. Pero hace falta más esfuerzo por parte de las instituciones y los escritores venezolanos por proyectar la literatura fuera del país. Hay que reconocer que la tradición literaria venezolana no le tiene nada que envidiar a la de nadie.

¿Y le haría bien a autores jóvenes en sus primeras obras ser ofrecidos fuera del país a competir con los escritores de otras latitudes? ¿No debería primero dejárseles madurar?

La literatura venezolana contemporánea es excelente y puede competir con la literatura de cualquier otro país. Pienso en algunos jóvenes narradores cuyos libros me parecen buenísimos: Liliana Lara, Mario Morenza y Carlos Ávila, para nombrar tres de los muchos que están publicando ahorita. Sus libros merecen una audiencia a nivel internacional. Lo que hace falta es que sus textos lleguen al mundo, tanto en España y Latinoamérica como en traducciones. Pero me imagino que depende del escritor y lo que él o ella quiera hacer con su libro. De todos modos, por Twitter, Facebook y blogs, los escritores venezolanos ya están en contacto con el mundo. Así que podría ser un buen ejercicio publicar fuera de Venezuela, buscar esos contactos y lectores internacionales. La maduración de la obra de cada escritor es algo más complicado y solo lo puede medir el propio autor, con la posibilidad de que se equivoque. Pero sí pienso que estamos en el momento oportuno para llevar la literatura venezolana al escenario mundial. Charlie Parker tiene una canción que el pintor estadounidense Jean-Michel Basquiat cita en varios de sus cuadros: “Now’s The Time” [Ahora es el momento].

¿A qué atribuyes, en ese sentido, que no tengamos un mayor récord de premios internacionales, entre ellos el propio Rómulo Gallegos? Y por otro lado, ¿piensas que el difícil momento político del país pueda llamar la atención internacional sobre nuestras letras?

Pienso que esa falta de premios internacionales se relaciona directamente con la escasa promoción de la literatura venezolana por parte de los venezolanos. No digo esto con ánimo belicoso, sino más bien con la esperanza de que la literatura venezolana se conozca en el mundo. Para dar un ejemplo, no sé cómo es posible que después de ganar el Premio Seix Barral en 1968, Adriano González León no sea una referencia internacional. Esa invisibilidad es un misterio para mí. En cuanto la situación política en Venezuela, es posible que pudiera impulsar a algunos extranjeros a querer conocer más sobre la cultura de Venezuela; pero hace falta el impulso de los venezolanos mismos. Si Chávez, en vez de recomendar un libro de Noam Chomsky, hubiera mencionado a algún escritor venezolano en las Naciones Unidas en 2006, ese autor ya estaría publicado en inglés y otros idiomas. ¿Te imaginas si hubiera nombrado un libro de Ludovico Silva, uno de los pocos escritores venezolanos que tanto el chavismo como la oposición coinciden en elogiar? Ese incidente es un ejemplo de cómo los venezolanos no han querido o no han sabido promocionar su propia literatura en el exterior.

Para finalizar, Guillermo, ¿tienes nuevos planes de traducción literaria? ¿Qué nuevos proyectos te ocupan?

Tengo varios proyectos de traducción en los que estoy trabajando. Primero, una antología de poesía venezolana que incluye textos publicados entre 1921 y 2001, fechas relativamente arbitrarias aunque relacionadas con dos poetas esenciales: en 1921 Ramos Sucre publica su primer libro, Trizas de papel, y en 2001 aparecen los últimos poemas de Sánchez Peláez en “Verbigracia”, el desaparecido suplemento de El Universal. Dentro de esas décadas, he escogido poetas cuya obra me gusta y cuyos libros he podido conseguir. Tengo casi 250 páginas de esa antología lista, pero me falta pulir detalles. El libro termina con dos escritores de mi generación cuya poesía admiro: Luis Enrique Belmonte y Eduardo Mariño. El segundo proyecto es una antología de jóvenes narradores venezolanos, nacidos en las décadas de los 70 y 80. Este proyecto me emociona mucho, por la calidad de los narradores pertenecientes a esas generaciones que están publicando en estos días. Y el tercer proyecto es una selección de poemas de Sánchez Peláez. Llevo años traduciéndolo y a él le debo mi pasión por la literatura venezolana. Igual que Ramos Sucre, la poesía de Sánchez Peláez me intimida al momento de traducirla, es un poeta único en la lengua castellana, así que necesito asegurarme de que la edición se publique correctamente. Pero mi gran proyecto en estos días es promocionar mi traducción de Ramos Sucre aquí en los Estados Unidos. Siento un deber hacia su obra y además, me divierto presentándola a nuevos lectores porque siempre se asombran por sus textos. También sigo escribiendo poesía, aunque desde el 2009 no he publicado algo en ese género. De todos modos, mi poesía surge lentamente, así que no me apuro con eso. Mientras tanto, sigo disfrutando el privilegio y la aventura de traducir a algunos escritores venezolanos.