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A propósito de “la función debe continuar”, por Willy Mckey

“9. En el mundo realmente invertido lo verdadero es un momento de lo falso”
Guy Debord

Desde hace varios años somos la sociedad del espectáculo.

En poco más de doscientos párrafos que dejan ver el hurto flagrante de frases de figuras como Nietzsche, Marx o Walter Benjamin, el imprescindible Guy Debord hace un retrato hablado del futuro. Antes del Mayo Francés y del Chicago de Abbie Hoffman, los nueve capítulos de La sociedad del espectáculo (1967) eran una bola de cristal a la mano de todos. Y, como todo método adivinatorio que se respete, allí dentro se podía ver el porvenir… no evitarlo.

A veces basta con prestar atención a algunos síntomas para ver las cosas venir.

Si algo tiene el futuro es su particular semiótica.

Uno de los dos axiomas que más rápido se colocaron en los referentes comunes de los lectores de Debord fue aquel que explicaba que todo aquello que antes era vivido de manera [permítanme redundar] vital empezaba a ser transformado en apenas representaciones, simulacros, calcos… el otro axioma era que habíamos renunciado a “ser” por el apetito de “tener”, que luego fue insuficiente y devino en la necesidad de “parecer”.

Cada uno de nosotros sustituido por una fotografía.

Cada verdad convertida en una transmisión en vivo y directo.

Cada hecho rotundo desapareciendo con el simple ejercicio de no mencionarlo.

Cada trueque de la verdad vuelto un raro equilibrio, una tensión, una amnesia acordada.

Es así como la sociedad del espectáculo que nos engulló, según lectores de Debord más adelantados que uno, germinó a partir de preferir la representación que la verdad, sumada a la urgencia de poseer cuanto fuera posible, sumada a la necesidad imperiosa de parecer que somos lo que tenemos.

Esto nos condujo a nuestro inverso, a creernos el reflejo, a la legitimación de lo televisado.

Así la realidad debía ser separada en partes y sus fragmentos barajados al azar encima de una grilla de programación que ya se encargará del resto. Incluso, es así como está construido el libro de Debord: son fragmentos, pedacitos, naipes descompletados con sustitutos que pertenecen a otra baraja, bastos y corazones mezclados. Fragmentos como:

7. La separación misma forma parte de la unidad del mundo, de la praxis social global que se ha escindido en realidad y en imagen. La práctica social, a la que se enfrenta el espectáculo autónomo, es también la totalidad real que contiene el espectáculo. Pero la escisión en esta totalidad la mutila hasta el punto de hacer aparecer el espectáculo como su objeto. El lenguaje espectacular está constituido por signos de la producción reinante, que son al mismo tiempo la finalidad última de esta producción.

Quizás alguna vez, uno de estos días, usted se ha sentido como un aventajado espectador de un reality show feroz, cruel, impredecible. Imágenes compartidas que son capaces de espeluznarnos colectivamente, noticias que se actualizan a muy alta velocidad, cosas que se intentan ocultar al no ser nombradas. Pero eso simplemente no es el espectáculo. Eso es una colección de imágenes y ya: el espectáculo, el show, la función es [según Debord, siempre según Debord] la relación que se establece entre quienes tenemos contacto con esas imágenes:

10. El concepto de espectáculo unifica y explica una gran diversidad de fenómenos aparentes. Sus diversidades y contrastes son las apariencias de esta apariencia organizada socialmente, que debe ser a su vez reconocida en su verdad general. Considerado según sus propios términos, el espectáculo es la afirmación de la apariencia y la afirmación de toda vida humana, y por tanto social, como simple apariencia. Pero la crítica que alcanza la verdad del espectáculo lo descubre como la negación visible de la vida; como una negación de la vida que se ha hecho visible.

Entonces, parece que la única manera de salvarse de la tentadora trampa de “parecer ser lo que se tiene” es quedarse a una distancia crítica de la verdad. Si el espectáculo es la afirmación de una apariencia y, al mismo tiempo, una negación visible de la vida, entonces la verdad no está en las representaciones sino en los testimonios.

El espectáculo le cree más a las representaciones, es decir: a los mapas.

El espectáculo le cree más a los recuerdos que a los testimonios.

El espectáculo puede inferir, suponer, deducir. Usted no.

El espectáculo y su sartén por el mango.

Es la afirmación de la apariencia lo que le conviene al espectáculo, al show, a la función. Y así los mapas que muestra el espectáculo parecen el territorio. Y sus recuerdos los testimonios. Y sus deducciones verdades irrebatibles.

12. El espectáculo se presenta como una enorme positividad indiscutible e inaccesible. No dice más que “lo que aparece es bueno, lo que es bueno aparece”. La actitud que exige por principio es esta aceptación pasiva que ya ha obtenido de hecho por su forma de aparecer sin réplica, por su monopolio de la apariencia.

Guy Debord llevó del alemán a su libro el término Weltanschauung, que siempre me ha costado mucho interpretar a cabalidad pero que se me parece mucho a la noción de ideología. Lo recuerdo ahora porque leo “monopolio de la apariencia” y aparece la idea de alguien puesto en la tarea de convencernos de que la representación es la realidad.

¿Podríamos mudarnos de nuestras casas a un mapa sólo porque en el mapa parece que todo está bien? ¿Cabemos en esa representación, en ese calco de una apariencia? ¿El monopolio de la apariencia puede volverse nuestra única cartografía?

Migrar a un mapa garabateado y corregido a conveniencia de una particular Weltanschauung que se encarga de administrarnos las apariencias a través de la verdad convertida en un paisaje que nos muestran por televisión. Un show que parece haber terminado y, entonces, aplaudimos y aplaudimos sin importar cómo llegamos a esta historia… ni qué pasará después con los personajes… todo producto de un espectáculo que nos ha entretenido durante un rato de butaca alienante.

Correr el riesgo de parecer ser lo que tenemos: consecuencias de un espectáculo que no sabe detenerse, que no para, que cree que debe continuar.