Artes

De que vuelan, vuelan (Fragmento); por Michaelle Ascencio

Por Michaelle Ascencio | 2 de julio, 2012

II. imaginarios religiosos venezolanos

La relevancia del discurso antropológico sobre lo religioso que se ha venido construyendo en el país a partir de los años setenta está fuera de duda: se trata de un discurso sostenido, rigurosamente elaborado, que sorprende por su consistencia y por la agudeza de sus análisis sobre la sociedad venezolana. Este discurso revela, sin ambages, cuánto se ha desatendido y excluido a la mayoría de la población, y revela también la influencia que esa desatención y exclusión han tenido en la expansión de la religiosidad popular, sobre todo en el caso de la religión de María Lionza. Cuando las instituciones sociales y los gobernantes no ofrecen respuestas a los problemas y a las frustraciones personales de los grupos sociales desfavorecidos, los espíritus hablan por ellos, como lo revelan las investigaciones de Yolanda Salas. Si el Estado condena a gran parte de sus ciudadanos a la indigencia, si los sucesivos gobiernos han excluido o son indiferentes a la salud y bienestar de la mayoría de los venezolanos, los venezolanos, hombres y mujeres, buscan a los dioses para obtener ayuda y protección. Si no hay seguridad en las calles, si el desorden pulula y la amenaza de disolución es constante, lo sobrenatural ocupa cada vez más espacio y empaña la realidad.

Hemos podido constatar que los antropólogos que hemos revisado para este trabajo no han dejado de incluir a la religión dentro del contexto más amplio de la sociedad. No podía ser de otro modo: como fenómeno social que es, la religiosidad no puede desvincularse de las condiciones del país. Tanto Gustavo Martin, Jacqueline Clarac, Alfredo Chacón, Angelina Pollak-Eltz, como, más recientemente, Nelly García Gavidia, Yolanda Salas y Daysi Barreto, por citar los nombres más importantes en este campo, no se conforman con la descripción e interpretación de mitos y rituales, con la descripción de las formas que toma la religiosidad en las diversas regiones estudiadas y en las diferentes clases sociales, sino que fundamentalmente tratan de dar una visión social de las creencias y de los grupos que participan en ellas. Si queremos entender las relaciones que se tejen entre las condiciones materiales de la vida, la aspiraciones de los distintos grupos que conforman la sociedad venezolana, la visión del futuro y la política, no podemos dejar de lado a la religiosidad y al discurso que se ha elaborado sobre esta religiosidad.

El discurso de la antropología venezolana sobre la religiosidad muestra que estamos ante una sociedad creyente y religiosa, que se ha servido, como todas las sociedades nacidas del colonialismo, de la religión católica, en los primeros tiempos de la conquista y colonización, para expresar, conservar y transformar sus propias creencias. Los creyentes son ciudadanos, y las creencias religiosas constituyen un dato sociológico que entra en la conformación de los valores, en la representación social del individuo y de la sociedad, en la construcción de los imaginarios y de las mentalidades, en fin de cuentas. La importancia que el discurso religioso ha tomado en la actualidad: los fundamentalismos, los revivals, las guerras inspiradas en la religión, las alianzas entre el poder político y el poder religioso, que amenazan con reencantar al mundo y poner en peligro la supremacía de los derechos humanos; el renacimiento de utopías del Estado con el florecimiento de mitologías totalitarias, la utilización de la dimensión persecutoria del mal para atemorizar y someter a las sociedades, el valor del resentimiento social que alimenta los movimientos mesiánicos y de salvación no puede dejarnos indiferentes; mucho menos ahora, cuando el discurso político actual se tiñe de alusiones religiosas, a veces en forma demasiado explícita, que justifican acciones violentas contra los fieles o los lugares de culto y contra las instituciones y los ciudadanos todos.

Frente a esta religiosidad que impregna peligrosamente la dimensión política del país, nosotros nos situamos ante la cotidianidad de los hombres y mujeres que viven aquí. Los que se han beneficiado en los últimos años con la Revolución Bolivariana temen perder lo que tienen. Los otros, que no se benefician, también temen –por las confiscaciones y expropiaciones, y por las amenazas constantes del gobierno– perder lo que tienen. Así pues, independientemente del lugar en que nos coloquemos en esta polarización dirigida, hay, indudablemente, un temor a perder. Temor que se refuerza con la crisis mundial, con los problemas diarios que afectan particularmente al país, como son la inseguridad, la carestía de los alimentos, la inflación, el deterioro de las instituciones, la violencia… Una sociedad que tiene miedo cree, invoca, reza, pide a Dios, a los santos, a los espíritus: las vírgenes salen en procesión en una marcha; en la Plaza Altamira, las vírgenes son decapitadas y profanadas; el Presidente denuncia que le están haciendo vodú en Miraflores, los brujos hacen «trabajos» frente a Globovisión, las iglesias son profanadas, se reza el rosario en los condominios de las urbanizaciones, la Nunciatura apostólica es atacada, las predicciones de los babalaos salen en los periódicos, la cabeza de Cristóbal Colón rueda en ofrenda a los pies del Presidente, la Sinagoga de Maripérez fue profanada y en febrero del año 2010, la presidencia de Edelca convoca a los empleados a un «clamor a Dios por el sector eléctrico nacional»…

Por todo lo anterior, el pensamiento mágico que señorea en todas las actividades y en nuestra visión del futuro necesita ser comprendido y confrontado. El valor concedido a la suerte –que nubla la realidad y descalifica al trabajo–, el fatalismo soterrado, el considerar cualquier dificultad o tropiezo como castigo o como una prueba del Señor o de los dioses, deben ser reconocidos como elementos de una personalidad que juega un papel a la hora de evaluar nuestras posibilidades como sociedad. Doy para que me des, la fórmula que regula los intercambios entre los mortales y las divinidades, aún rige las sociedades actuales de todo el planeta. Doy para que me des, pero también podría ser «doy para que no me quites», pues también se pide para la conservación del bienestar, para que lo bueno no cambie y me siga yendo bien.

Visto desde los creyentes, desde la vida cotidiana de los creyentes, el mundo de las creencias, de la magia y de la religiosidad no es fácil de ceñir. Un mundo a veces inasible que puede escapar a todo intento de síntesis y a toda racionalidad, porque si algo tiene el imaginario religioso es su prodigiosa inventiva, su inclinación a relacionar cosas que no concuerdan y su insistencia en postular otras que no existen. Todo cabe en el imaginario religioso porque, en rigor, para el creyente todo es cuestión de fe, y cada quien considera su religión como la verdadera. Pero saber de la fe, comprender una devoción religiosa, puede ser una tarea más llevadera si se parte del creyente y no de la devoción misma. Más allá de la fe del devoto, el estudioso de las religiones  [1]busca las constantes que reaparecen en las diversas formas religiosas, los elementos y las categorías que las constituyen y los ritos y las prácticas que las definen. Desechados los conceptos de lo verdadero y de lo falso, cada religión y cada creyente se ancla en la realidad del mundo para religar con otra dimensión, no menos real: la imaginativa, la simbólica y bien podríamos decir, la mística, que construye un mundo paralelo, tan evanescente y tan firme como este en que vivimos. El anclaje en lo real es lo que permite conocer la sociedad que inventa y practica una determinada forma religiosa. La religión, como cualquiera de las otras actividades de los seres humanos, es también un espejo de la realidad, su espejo místico, su reflejo en un más allá de dioses y espíritus todopoderosos e inmortales que nos refleja a su vez y nos muestra nuestras carencias, nuestros deseos y nuestras ilusiones.

La dimensión religiosa de una sociedad es algo que difícilmente se nos escapa: aparece en los templos y las iglesias de la ciudad, en la vestimenta y en los atuendos de la gente, en los programas de la radio y de la televisión dedicados a los fieles o a reclutar miembros nuevos, en las tiendas y comercios que se dedican a la venta de objetos religiosos, en las librerías, especializadas o no, en libros de  devoción y de estudio sobre lo sagrado, y sobre todo, en las fiestas religiosas conmemorativas, cuando el sentimiento religioso se expresa colectivamente, como sucede en una procesión o en una peregrinación. También el lenguaje y la gestualidad nos permiten identificar rápidamente la condición religiosa de una persona. Refiriéndonos a nuestro país, podemos decir que la expresividad de la mayoría de la población venezolana en materia religiosa es notoria, sobre todo en los momentos actuales.

Años de dedicación al estudio de lo religioso nos han llevado a la conclusión de que en el Caribe resulta difícil ser ateo: la herencia religiosa indígena, española y africana, el gusto por lo colectivo, el mimetismo, las secuelas del colonialismo con su visión fatalista del mundo, el miedo al aislamiento y a la soledad, propician formas de relación que promueven la aparición de una religiosidad que se transmite generalmente por vía oral. Además, a lo largo de la historia, los estudiosos de las religiones han subrayado, en mayor o menor grado, la relación de las condiciones socioeconómicas desfavorables, el aumento de la pobreza, las enormes brechas sociales, las tiranías políticas que someten al individuo, con la aparición o el mantenimiento de la dependencia de un poder que compense el sufrimiento la vida diaria e incluso provoque la ruptura de una condición de vida penosa e inaceptable. De aquí que el estudio de lo religioso en una determinada sociedad nos informa y nos confronta con las realidades más precarias y más urgentes de esa sociedad. Hemos citado en páginas anteriores a Max Weber en su clásico estudio sobre la religión que comienza diciendo que «La acción movida por motivos mágicos o religiosos se orienta hacia este mundo. Las ceremonias de carácter religioso o mágico deben realizarse para que te vaya bien y vivas largo tiempo en la tierra[2]». Si hemos hablado de pobreza y desesperanza, también es cierto que las clases favorecidas tampoco pueden prescindir de la religión. La historia nos ilustra acerca de la necesidad de estas clases favorecidas de acudir a la religión para legitimar su condición social: los privilegiados también rezan para que les siga yendo bien.

Pero más allá de las realidades concretas y cotidianas, la religión es algo más que pedirle a Dios, a los santos o a los espíritus para que nos vaya bien. La precariedad de la condición humana, el sufrimiento que nos amenaza a lo largo de nuestra vida, el abismo que se abre ante todo ser humano, promueven esa búsqueda de trascendencia, ese anhelo de un dios en el que alcancemos la quietud y justifiquemos lo incomprensible.

Los antropólogos que se dedicaron al estudio de las religiones y creencias venezolanas nos ofrecen un corpus de conocimientos sobre la realidad que estudiaron, bien sea el culto de María Lionza, las creencias de Barlovento o las iglesias evangélicas. Leyendo la bibliografía sobre la religiosidad en Venezuela oímos la voz de sus espíritus y de sus deidades y nos enteramos de la vida religiosa que cotidianamente practican sus habitantes. Que los venezolanos son creyentes es una primera conclusión que se extrae de esta lectura. Esta conclusión, por cierto, contradice una opinión generalizada que pregona que los venezolanos no son tan religiosos en comparación –agregan los que sostienen esta hipótesis–, con otros países como Colombia, México y Perú que, por haber sido virreinatos, tuvieron una presencia e influencia mucho más consistente y tenaz de la religión católica. Veremos cómo esta hipótesis es difícil de sostener, y más ahora, en la actualidad, cuando las religiones populares parecen tener un nuevo aliento y el número de iglesias evangélicas crece cada día en nuestro país.

***

De que vuelan, vuelan
Michaelle Ascencio
Editorial Alfa, 2012


[1] Llamo religión al sistema de creencias y de prácticas relativas a las cosas sagradas (que comprende: un

panteón de dioses, mitos y dogmas, ritos y ceremonias, un cuerpo sacerdotal, calendario litúrgico y lugares del culto, reunidas en una misma comunidad de fieles llamada iglesia). Las religiones son instituciones sociales sometidas a la historia. Llamo religiosidad a la forma o manera como se vive cotidianamente la religión. El estudio de esta religiosidad comprende el comportamiento de los diversos grupos sociales y de los individuos que profesan una determinada religión. Reservo el nombre de lo religioso para la categoría que incluye a la religión y a la religiosidad.

 

[2] M.Weber. op cit., p. 65. La cita de Weber es del Deuteronomio, 4,40.

 

 

Michaelle Ascencio 

Comentarios (2)

Deily Becerra
4 de julio, 2012

No sólo el número de iglesias evangélicas crecen en nuestro país, si hacemos cuentas de los practicantes de la santería nos quedaríamos como condorito “plop”. Bastaría echarle un vistazo al número de tiendas de venta de atuendos para santeros que hay en Catia la Mar, estado Vargas, una cada dos cuadras…es más fácil conseguir este tipo de atuendo que unas alpargatas para cualquier acto cultural. También el hecho de que muchas personas hablan de “mi padrino” o “mi madrina”, desde dueños de empresas, pasando por policías, comerciantes, maestras, motorizados, jóvenes…cantidad de personas que se aferran al “Doy para que me des, pero también podría ser «doy para que no me quites»”….Y de qué manera dan estos practicantes, invierten fortunas en hacerse, primero “ahijados” de algún “padrino” super poderoso en esas lides, y luego seguir en ascenso en esa carrera que finalmente, después de dar y dar, llegar a ser santos y tal vez padrinos de alguien más. Me pregunto ¿será más religioso aquel que se vuelca a este tipo de creencias africanas y da hasta lo que no tiene (materialmente y económicamente hablando), el otro que ofrece hasta la décima parte de sus ingresos para conseguir la bondad divina, o aquéllos que muestran su fe asistiendo a la misa, procesiones, y a cuánta marcha con vírgenes se planteen en ciertos lugares? Particularmente, he sentido que en estos últimos días hay que aferrarse a algo mágico…y no precisamente a los relatos de Gabriel García Márquez…más bien algo invisible, energía, cósmica universal, feng shui…qué se yo…y ciertamente digo mágico porque este país está como desprovisto de tantas cosas que pareciera que se necesita un milagro para conseguir desde alimentos hasta algo de seguridad de parte de los policías, justicia de parte de los jueces, educación de parte de los profesores. Por si acaso, de vez en cuando habrá que prender una velita, ponerse una pulserita de pepitas verdes y amarillas, donar parte del sueldo, echarse un bañito con algunas ramas a ver si la providencia, venga de donde venga, satisface nuestras necesidades espirituales. Y siempre, más que pedir al universo, es recomendable levantarse con energía y salir a trabajar con la mejor “carita feliz” que podamos encontrar dentro de nosotros mismos y agradecer a (escoger a quién o a qué) por cada nuevo día. Gracias a Michael Ascencio por compartir parte de su obra

Alexandre Daniel Buvat
4 de julio, 2012

Eso de Doy para que me dés o doy para que no me quites está en la base cultural, de la población.. Es el licor esencial que bebieron las huestes de Boves para derrotar a patriotas y fue lo que las mismas huestes con el mismo grado de embriaguez fueron manejadas para que los patriotas derrotaran a los españoles . esas masas de puro bochinche que encontró Miranda, siempre ansían un protector lo mas allá de cada quien que los guíe y les dé o no les quite.. Con esa magia o ese sustrato mágico-religioso han surgido la Federación, la revolución de octubre, Zamora, Betancourt, Chávez ….Y el “bochinche” sigue, el aferrarse a lo de más allá de mi y de mi responsabilidad (Dios, el espíritu protector, el presidente, el amo, el poderoso) y el irrespeto y temor al otro o a lo otro hasta que eso otro demuestre mas poder que lo anterior…No es por azar que hoy día en cualquier despacho público y en los mas altos niveles y en cualquier empresa nacional se encuentren altares, velas, imágenes y se practiquen rituales de religisidad…. La “racionalidad” de un Miranda o de los mas enjundiosos sabios que hacen programas de gobernabilidad y competitividad, aún hoy siguen chocando con esa barrera de las huestes “bochibche” y no han sido capaces de crear lo que podríamos llamar una “teoría económica y política de las sociedades gitanas-afro descendientes” (já)

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