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En Brasilia con el maestro, por Arturo Almandoz

Por Arturo Almandoz Marte | 28 de abril, 2012

A Lorenzo González Casas,
“la otra mitad de la sección”.

 

“Tudo se transforma em alvorada nesta Cidade que se abre para o Amanhã”
Juscelino Kubitschek.

 

1. Entre las ciudades extranjeras que he compartido con colegas universitarios durante participaciones en congresos académicos, la visita relativamente corta, de apenas un fin de semana, que hiciera con Lorenzo González Casas a Brasilia, fue especialmente significativa. No era la primera vez que viajaba con mi sempiterno compañero de la Universidad Simón Bolívar, pues habíamos estado juntos en un gran evento en Sidney en el invierno austral de 1998, que supuso nuestra primera escala vital en esa Buenos Aires prodigiosa de la que tanto habláramos en clase con los estudiantes. Ora por el cartaginense medrar del puerto que llevara a la constitución del virreinato del Río de La Plata, en las postrimerías coloniales; ora por el trazado parisino de la avenida de Mayo que inaugurara la metrópoli burguesa, la cual recorrimos deslumbrados apenas repuestos de nuestro arribo en la madrugada; ora por los versos entre céntricos y suburbanos del primer Borges, que recordamos en el cementerio de La Recoleta en el frío mediodía de un soleado domingo porteño.

Ese viaje por dos urbes ciclópeas de sociedades trasplantadas como Argentina y Australia, según la tipología de Darcy Ribeiro tan en boga en los setenta – cuando Lorenzo y yo, antecediéndome él por edad y formación, la conociéramos en las clases de Leszek Zawisza – tornose menos significativo, si cabe, que compartir un fin de semana en la capital modernista del mayor país mestizo de Latinoamérica. Porque allí estaba de nuevo con el colega urbanista y arquitecto, quien me transmitiera los rudimentos para enseñar la historia urbana, cuando ingresara yo como profesor a finales de los ochenta: sobre todo para hacer más espacial el discurso – en mi caso atravesado de nociones de ciencias sociales y filosofía, cuyo posgrado culminaba por aquellos años – volviéndolo más gráfico y didáctico, en especial con el uso de las diapositivas entonces, y del power point después. En esas asignaturas que había dejado nuestro maestro polaco al jubilarse, tuve oportunidad de apreciar el enfoque humanista y el método morfológico de las clases de Lorenzo, ya para entonces perfilado como el experto que era, antes incluso de hacer su doctorado en la Universidad de Cornell; ambos pertenecíamos a la diminuta sección de Teoría e Historia del entonces departamento de Diseño y Estudios Urbanos, el cual todavía reunía las carreras de Arquitectura y Urbanismo. Era una aproximación erudita e ilustrada que después encontré en Nicholas Bullock, mi tutor en la Architectural Association de Londres, en cuyas clases sobre los capítulos antecedentes del urbanismo, así como sobre los orígenes del movimiento moderno, sentí que se desplegaba no sólo la misma capacidad de síntesis en torno a imágenes, sino también una concepción disciplinar fuertemente apoyada en la historia del arte y de la arquitectura.

Quizás por haber asociado siempre el nombre de Lorenzo con el esplendor de los Médicis y los proteicos artistas que patrocinaron, admiré las lecciones de mi joven maestro sobre la transición entre la ciudad renacentista y la barroca, ilustradas en sus diapositivas de la Florencia del Quatrocento y la Roma del Cinquecento. Y de aquellos años recuerdo en especial sus impecables lecciones sobre el modernismo funcionalista, cuyo manifiesto en el Nuevo Mundo era aquella capital de arquitectura entre geométrica y rotunda, a la que llegamos una tórrida mañana de sábado, después de la consabida escala en el aeropuerto de Guarulhos. Mi avidez por contemplar sus reacciones y escuchar sus pareceres era acrecentada por el hecho que, según entiendo, era la primera vez que Lorenzo pisaba suelo brasileño.

2. No habéndolo predispuesto así, pero quizás por la conciencia de estar en ciudad tan planificada, terminamos dedicando cada día de nuestra estada a una de los dos grandes axis del plan piloto concebido por Lúcio Costa: el Eje Monumental el sábado y las alas residenciales el domingo. Porque como se sabe, Costa adoptó para Brasilia la estilizada forma del aeroplano, fetiche maquinista heredado de Le Corbusier y los Congresos Internacionales de Arquitectura Moderna (CIAM); en ese formidable avión posado sobre el prometedor territorio del Goiás, han sido vistas – en disquisiciones arquitecturales que resultan más cavilosas que las bíblicas o filosóficas – desde alusiones al empuje y despegue industrial brasileño de mediados del siglo XX, hasta la racional geometría militar heredada del castrum romano.

Sin demorarnos mucho en el hotel ubicado en el respectivo sector – diferente del bancario y del militar, del de embajadas y de otros usos, según la segregación funcional preconizada por la Carta de Atenas – Lorenzo y yo casi corrimos hacia la Explanada de los Ministerios, los cuales parecían erguirse más enhiestos y burocráticos por lo desérticos que estaban en el mediodía sabático; hasta que desembocamos en la plaza de los Tres Poderes, casi refulgente bajo la canícula del sertão. Rodeados por las apaisadas volumetrías del palacio de Justicia y el Congreso, soportando las dolménicas medialunas de Oscar Niemeyer, y el palacio de Planalto antecedido por los emblemáticos Candangos de Bruno Giorgi; contemplando a lo lejos la residencia presidencial de la Alvorada, que parecía posarse sobre el lago de Paranoá, secundada por la famosa cancillería de Itamaraty, envuelta en el paisajismo deltaico de Burle Marx, no pudimos menos que guardar silencio; no nos comentarnos nada, como si ya todo hubiese sido dicho en aquellas clases que Lorenzo impartiera en Sartenejas, mientras yo escuchaba pensando si algún día conoceríamos la materialización brasileña de la utopía modernista.

Extasiados y absortos con el panorama, habíamos olvidado un menudo pero importante corolario del segregacionismo de los CIAM: no tendría que haber variedad de restaurantes entre las actividades administrativas en las que se trabaja; por ello de repente nos encontramos sedientos y hambrientos en aquel gran corredor casi desolado, donde ralos carritos de coloridos toldos ofrecían chucherías y refrescos para los escasos turistas. Un transeúnte nos informó que había algunos lanchonetes donde comer, en las partes traseras de las grandes manzanas, pero que estaban cerrados los fines de semana; de manera que hubimos de volver al hotel para almorzar propiamente, comentar con algunas cervezas todo lo visto, y asimilar, con la comida, la lección del segregacionismo aprendida in situ.

3. Reposado el almuerzo y amainado el sol, por la tarde volvimos al Eixo Monumental para visitar la Catedral Metropolitana de Nossa Senhora Aparecida, diseñada por Niemeyer en un haz de líneas corbusieranas; variante de las plazas que cumplen la función de pórticos de iglesias en muchas de las ciudades, me impresionó desde la llegada, en medio de la vasta explanada que desafía al recogimiento que aproximarse a un templo supone, esa suerte de antesala virtual que delinean los apóstoles gigantes de Alfredo Ceschiatti, flanqueados por el campanario que obsequiara el gobierno español. Ya en el interior circular, fue sobrecogedor contemplar la luz sedada del atardecer a través de la cúpula amarrada por vigas radiales y vitrales, estos últimos serpenteando azuladas bandas contra el algodonado celaje goiano; al igual que en las caprichosas formas de Burle Marx, es un magistral recordatorio de la contribución del modernismo brasileño al incorporar curvas orgánicas a la rígida geometría heredada de los primeros maestros de CIAM.

Después de esa suerte de comunión arquitectónica en la visita brasiliense, no pude dejar de advertir la tristeza de Lorenzo al reconocer el relativo deterioro de la estructura, especialmente de los numerosos vitrales rotos que mermaban el efecto milagroso del interior eclesiástico, al tiempo que recordaban la condición tercermundista del país que visitábamos; porque ese tipo de descuido, observable en otras partes de la ciudad, no suele ocurrir en países desarrollados con patrimonios modernos menos importantes que Brasil, señalaba Lorenzo con su experticia sobre los sitios así considerados por Unesco. Y de eso conversábamos en la prolongada caminata que nos condujo al memorial de Juscelino Kubitschek, al final del eje y de la tarde.

Aires faraónicos envuelven el monumento funerario en forma de pirámide truncada, presidido por la cabeza de JK, como lo llaman los brasileños, esculpida en piedra esteatita junto al lema grabado para su capital – “Todo se transforma en alborada en esta ciudad que se abre para el mañana” – el cual creo que recoge el espíritu futurista y desarrollista del demiurgo de Brasilia. La idea de una nueva capital se remontaba a comienzos de la independencia del imperio brasileño de Portugal, cuando su ministro José Bonifácio de Andrade e Silva planteó a don Pedro I la necesidad de reemplazar a Río, por temor a las invasiones costeras, pero el monarca absoluto disolvió la constituyente antes de que se aprobara el proyecto. La propuesta fue renovada a finales del siglo XIX, cuando una misión exploró y delimitó un territorio de 14.000 kilómetros cuadrados en el Planalto Central; después sería consultado Le Corbusier, en su famoso viaje de 1929, sobre aquella quimera de Planaltina. Pero la conquista urbana del sertão, con toda la carga épica que esta empresa tiene en la historia y el imaginario brasileños, sólo retomose como promesa electoral del otrora prefecto de Belo Horizonte, a mediados de los años cincuenta.

Después del populismo autoritario de Getúlio Vargas, el gobierno de JK epitomó el industrialismo del período con otro eslogan de su gobierno: “50 años 5”, como queriendo acortar la madurez preconizada por Walt Whitman Rostow en sus fases de desarrollo, establecida en dos generaciones después del despegue del avión brasileño. Habiendo emprendido un vasto programa de construcción carretero, centrales hidroeléctricas y proyectos aeronáuticos y automovilísticos; promoviendo el norte rezagado a través de la Superintêndencia para el Desenvolvimento do Nordeste (Sudene), el desarrollo regional del centro fue coronado por el proyecto descomunal de Brasilia, el cual ilustra la tendencia a transformar el medio físico como manifestación del desarrollo, a la manera que también intentara el Nuevo Ideal Nacional en la vecina Venezuela de Pérez Jiménez. En la euforia de aquellos lustros, la construcción de Brasilia pareció concretar la industrialización y el desarrollismo de la segunda posguerra, para los que el modernismo funcionalista ofrecía el ropaje adecuado, como en otras partes de Latinoamérica; siguiendo el impulso de aquel avión que despegaba, en menos de cinco años fue construida la nueva capital, inaugurada el 21 de abril del 60, después de haber sido íntegramente realizada por un equipo autóctono liderado por Costa y Niemeyer, el cual evidenciaba, por lo demás, que la madurez profesional de la arquitectura y la planificación brasileñas podía resonar internacionalmente, sin necesidad de luminarias extranjeras.

4. Antes de iniciar el recorrido por el ala residencial sur, el domingo presenciamos una manifestación de capoeira con varios danzantes mulatos, de torsos desnudos y pantalones de lona arremangados. Rodeado el conjunto por el público proveniente de un mercadillo artesanal cercano, era la escena un abreboca de la animación que, dentro de la quietud del feriado brasiliense, continuaría mostrándosenos en las superquadras residenciales; éstas son articuladas por largas avenidas de amplias calzadas e islas arboladas, sembradas de servicios comunales acordes con los postulados de unidades vecinales. Entre los jardines de infancia y las escuelas, los pequeños comercios y mercados, resaltaban iglesias zonales como la capilla de Don Bosco, en cuyo vidriado interior sentimos de nuevo tamizarse el azul de la mañana goiana, pero esta vez acompañados por numerosos feligreses que, a diferencia de la Catedral, daban vida parroquiana a la postal.

También fue menos difícil que el sábado encontrar un buen restaurante para almorzar, esta vez a nuestras anchas, porque llegamos temprano, antes de que fuera poblándose con una numerosa y variada concurrencia que estuvo hasta el final de la tarde; si bien ofrecían la opción tan brasileña de comida por peso, Lorenzo y yo nos decantamos por el copioso menú, cuyo plato fuerte era la saladísima carne de vara. Por ubicarse en el sitio de una de las primeras cantinas aparecidas durante la construcción ya legendaria, el restaurante está decorado con blanquinegras fotos de JK y sus artífices urbanos, secundados por numerosos candangos, como son llamados los anónimos héroes de la construcción de Brasilia. Además de recordar la escala faraónica de la empresa, las fotos de los obreros en aquel mismo sitio tabernario y otros parajes de lo que entonces despuntaba como un gran campamento, remitían a la historia menos monumental y más oscura de la nueva capital: la de los más de 60 mil trabajadores cuyos alojamientos y servicios no fueron previstos en el plan piloto, al igual que ha ocurrido con famosas nuevas ciudades en la historia, desde Tell El-Amarna hasta Ciudad Guayana. He allí uno de los pecados originales de la metrópoli que hoy frisa los 3 millones de habitantes, que terminó atrayendo favelas desde antes incluso de su inauguración; entreverado con ese, otro pecado fue que, a pesar de haber sido promovido por la agencia gubernamental Novacap, el proyecto no habría incorporado suficientes economistas, ecólogos y planificadores. La respuesta que Lúcio Costa diera a las críticas voceadas en tal sentido por Gilberto Freyre, voz líder de las ciencias sociales brasileñas de posguerra, fue inteligente pero indicativa de los pies de barro de su criatura: la nueva capital no debía ser “el resultado, sino el origen de un plan regional”.

Por esas falencias originales, así como por las incapacidades de los países latinoamericanos para alcanzar el desarrollo en los lustros siguientes, cuando la inconclusa modernización mostrara también sus pies de barro, esas obras arquitecturales, ciudades universitarias y nuevas ciudades, no obstante su originalidad, terminaron siendo meras vitrinas del modernismo regional, que no eran empero suficientes, como creyeron muchos estadistas y creadores, para alcanzar la modernización y el desarrollo verdaderos. De ese y otros temas hablamos Lorenzo y yo en aquel prolongado almuerzo dominical que devino cena, quizás uno de los mejores que hayamos compartido, y que en cierta forma culminaba mi estadía en Brasilia con el maestro; a la mañana siguiente partíamos a un congreso en Salvador de Bahía, principal propósito académico de nuestro viaje brasileño de 2005.

Arturo Almandoz Marte 

Comentarios (9)

suprematismo
28 de abril, 2012

http://bombsite.com/issues/67/articles/2211

una vision de Brasilia muy differente al la de Arturo Almandoz

Lucho
29 de abril, 2012

Lo bueno de crear expectativas negativas acerca de algo es que, efectivamente, cuando suceden, esperamos lo peor, y surge la realidad en una luz mucho mejor. A uno le hablan siempre tan mal de Brasilia (¡ya desde 1969! y nunca, NUNCA han dejado de ser peores los rumores acerca de esa ciudad) que cuando la conoce, queda sorprendido agradablemente. Inclusive le gusta. Claro que para recuperar el desagrado habría que vivir en ella un tiempo. Pero, ¿No pasa eso con toda ciudad, inclusive con Praga?

Arturo Almandoz
29 de abril, 2012

No conozco Praga, Lucho. Mis expectativas de Brasilia no eran negativas, y espero que la crónica no lo dé a entender; como usted, creo que vivir en la ciudad puede ayudar a recuperar el agrado o “desagrado”. Gracias también a Suprematismo por visiones diferentes.

Beatriz Herrera
29 de abril, 2012

Que grata lectura. Me gustaría conocerla.

Alexandre Daniel Buvat
30 de abril, 2012

Como diseño urbano artístico, como centro de actividad política, técnica y económica de convivencia humana según su descripción y la transcrita de la revista citada por “suprematismo” asi como otras crónicas conocidas, Brasilia semeja algo como los campamentos petroleros para técnicos y funcionarios construidos por las transnacionales en los años 40 -60 en Venezuela. Centros planificados con todos los servicios en medio de áreas pobladas por seres de otra cultura ” inferior” y naturaleza poco capaz de incluso dar el sustento adecuado y acostumbrado para y por los nuevos pobladores que se veían forzados a encerrarse y compartirse siempre en sus casas y sitios especialmente diseñados . Ciudades condenadas a ser centros de irradación y de absorción, enclaves con la mas alta mirada y mas altos sueños de sus pobladores siempre fuera de ella y atractores de miseria y servicios empleos terciarios, subempleo, marginalidad, prostitución…. La diferencia con Brasilia parece ser entonces sólo el arte, el diseño, el nivel de los que habitan y laboran en las grandes oficinas y centros de poder aunque con un triste elemento común psico-social: el ansia de no sentirse de allí , de no tener ni querer echar raices….Así hasta que con el correr del tiempo desarrollan su propia identidad de conglomerados de paso y de desorden dominando sobre la original y antigua planificación coexistencia de clases sociales y estilos, tal como Caracas, PuertoLaCruz, Maracaibo o Ciudad Guayana para solo citar centros conocidos en Venezuela… ¿Será la mia una opinión negativa y exageradada o realmente hay objetividad en la apreciación?

Arturo Almandoz
1 de mayo, 2012

Gracias, Beatriz y Alexandre, por comentarios. Tal como la crónica apunta, Brasilia tiene algo en su génesis del campamento y el segregacionismo, pero creo que los ha superado en varios sentidos.

Moises P Ramirez
2 de mayo, 2012

Arturo, el reto de toda nueva ciudad, en sus primeros 50 años, es evitar ser un simple campamento y producir vida urbana para sus residentes.. en una suerte de algo que sería no menos que un acto de magia. Armonizar formas y actividades a gran, mediana y pequeña escala sería, creo yo, más la consecuencia del tipo de ideas que inspiran a los promotores de la nueva ciudad, que de la actuación de los planificadores y diseñadores involucrados en el proyecto. Las ciudades son expresión concreta de valores, conceptos, tradiciones, en una palabra.. de culturas pertenecientes a un territorio, en su interacción con otras culturas de otros territorios (dentro o fuera del país) que puedan influenciarlas. Así como la ocupación territorial, geoestratégicamente concebida, de ocupar y explotar vastas extensiones del Mato Grosso tuvo su principal proclama en la ubicación, escala y diseño urbano de Brasilia; tuvimos en Venezuela más o menos en la misma época, como tú bien lo indicas, algo similar en el caso de Ciudad Guayana. Hoy, en Venezuela, tenemos otra vez una especie de re-edición de esos esfuerzos acelerados para producir a gran escala nuevos desarrollos urbanos, pero esta vez es en la Faja Petrolífera del Orinoco. Te pregunto: ¿Será posible que con las ideas de los promotores actuales de esas inversiones se logre producir vida urbana para los habitantes de esas nuevas ciudades en la Faja? ¿O será que éso depende de los equipos de planificadores y diseñadores urbanos a quienes se le encomienden dichos proyectos (y entonces debería revisar mi planteamiento inicial)? ¡Excelente artículo colega!

Arturo Almandoz
3 de mayo, 2012

Comparto, Moisés, tu visión culturalista y proyectiva de ciudad, la cual creo que se cruza con la más economicista, dependiente de la base productiva. No conozco cómo ambas interactúan en los actuales desarrollos de la FPO, pero los equipos profesionales tendrán rol clave para articular ambos. Gracias, colega, por tus comentarios urbanísticos.

carlossanabria
25 de agosto, 2015

Las ciudades ideales,no existen. La realidad demografica,las engulle. Los vecinos garimpeiros,son una pesadilla.

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