Vivir

La biblioteca de mi tío, por Andrés Boersner

"Igual que pedimos a nuestros deudos que nos incineren cuando muramos deberíamos decidir el destino de nuestras bibliotecas con tiempo, antes de que terminen en manos de ignorantes, mercachifles o de procesadoras de pulpa."

Por Andrés Boersner | 23 de abril, 2012

Mi tío Wolf Aliosha fue un enfermo de literatura toda la vida aunque su labor profesional poco tenía que ver con el tema. Fue, en la primera etapa, vendedor de maquinarias industriales y repuestos para automóviles, en la Caracas de fines de los treinta. Ganó muy buen dinero, pero utilizó todos los ahorros de seis años para financiarse su carrera médica en Europa. Al regresar, a comienzos de los cincuenta, lo hizo con la especialización de ginecobstétra. Unos años después, en conjunto con otros médicos, fundó la Clínica Caurimare en la entonces apacible Bello Monte.

Mi tío era un “pata caliente” que disfrutaba de los viajes y la aventura. Pero como muchas de las personas con ese espíritu saqueaba material para sus periplos a través de los libros. El causante de alguna pequeña hazaña montañista no era el ego o la gana de hacer deporte. Seguramente había leído la tarde anterior un relato de Humboldt o un poema de Li Po que lo había impulsado a ello. Cuando emprendía un viaje más largo con mi tía al continente asiático u Oceanía estos venían precedidos por meses de lecturas geográficas, históricas y literarias. Era de los que siempre ponía en aprietos a los guías con sus preguntas difíciles o alguna amable corrección.

Su espectro de lecturas fue muy amplio. A nadie le escuché decir cosas más bellas y pertinentes acerca de la poesía de Thomas Stearns Eliot o sobre mitología china que a él. La religiosidad de su madre y la militancia política de su padre lo condujeron al librepensamiento. No puedo afirmar que fuera ateo porque veía con espíritu positivo la noción de las transmigraciones escalonadas del hinduismo y su ley de causas y efectos. Era un erudito en religiones pero sobre todo en las orientales. Lo que más le interesaba de la religión cristiana era su iconografía y el arte de sus iglesias. Antes de los veinte soñaba con ser arquitecto. En su huída de la Alemania nazi dio un peligroso rodeo por Alsacia para llegar hasta la Catedral de Strassbourg y admirar su diversidad de estilos, desde el pórtico gótico hasta el coro románico, antes de seguir viaje para embarcarse hacia Venezuela, en el puerto de Le Havre.

Su padre admiraba mucho a Dostoyevski. Por eso le puso como segundo nombre Aliosha. Eso jamás le cayó en gracia y no quería que se supiera. Se lo perdonó al padre pero no al escritor, uno de los relegados en su biblioteca.

Cuando murió, en el 2008, no dejó mayores bienes de fortuna. Lo que ganó en más de cincuenta años de ejercicio médico lo empleó en la educación de sus hijos, en viajes, algunos cuadros, una casa confortable, una vejez sin apuros y en libros. A pesar de que por sus manos y biblioteca deben haber pasado más de una docena de miles de ejemplares nunca conservó la suma más allá de cuatro o cinco mil de ellos. Fue un lector muy amplio, sin el prejuicio que muchos sentimos hacia los best-sellers. Leía mucho novelas de intriga para complementar las lecturas más densas. Leía sobre todo en inglés y en ediciones baratas de bolsillo que después regalaba o de la cual se deshacía lanzándolos hacia una quebrada vecina al hogar. Ese procedimiento lo hizo para uno que otro cuadro que pintó su mujer o los que compró en algún momento o recibió de regalo. Cuando vendió su casa, por la construcción de la Cota Mil, bajó la hondonada para despedirse de un indigente que desde hacía mucho tiempo tenía un rancho improvisado en la parte límite de la quebrada. El señor lo invitó a pasar a su vivienda y entonces se encontró con una estantería repleta de pocket books y los cuadros de mi tía.

Mi tío Wolf murió a los 88 años, luego de una larga vida dedicada a la medicina y de servicio a su país de adopción. Aprovechó cada segundo de su existencia, con la intensidad y sentido de oportunidad que conocen los que crecen bajo circunstancias difíciles. Nunca tuve grandes conversaciones con él y lo lamento.

Dejó una biblioteca de cuatro mil ejemplares con cuidadas ediciones, en idioma original, de Goethe, Hölderlin, Schiller, Trakl, Morgenstern, Celan, Eliot, Dickens, Pepys, Twain y otros clásicos de habla alemana e inglesa. Tenía algunos clásicos franceses originales y otros en traducción al alemán y muchos libros de arte. Poseía también varias ediciones valiosas del Elogio de la locura, del siglo XVIII y XIX. Su biblioteca era en un 90% en alemán, inglés, francés y el diez restante en español. Eran ediciones exquisitas no tanto por su presentación como por su contenido crítico y fidelidad al texto. Daba gusto verlas por la energía de lector que transmitían sus páginas fatigadas y algunos apuntes al pie del texto, en caligrafía imposible.

La familia y amigos dispusieron de buena parte de ella, según los deseos de mi tío. Otro pequeño lote se puso en venta, a un precio simbólico. Quedaron cerca de quinientos ejemplares para donar. No se trataba de remanente, de pellejo o huesos. Se trataba de las obras que mencioné arriba ya que los familiares teníamos nuestros propios ejemplares, los amigos prefirieron la literatura liviana y los compradores se interesaron sólo por los libros de arte y los editados en español. Quedaba la cremita para ofrecer a las bibliotecas o instituciones. Mi tía me pidió que la ayudara, algo que hice con gusto. Toqué la puerta de tres bibliotecas privadas. Se mostraron muy interesados pero adujeron la falta de espacio y presupuesto para recibirlos ya que ameritaban nuevas estanterías. Llamé a la Asociación Cultural Humboldt, a la Iglesia Luterana de La Castellana, a un par de colegios, a una librería bilingüe, a una universidad y en todas hallé amables y penosas negativas. Al final nos repartimos los quinientos libros entre los familiares, amigos y amigos de los amigos. Quedó un centenar de títulos que fueron a parar a librerías de viejo. El sistema de donaciones resultó más complicado de lo que esperábamos y la simple recepción también, ya que el espacio y la estantería se han convertido en productos muy costosos en la Venezuela de hoy.

Por mi oficio de librero cada mes se me acerca por lo menos una persona en el mismo trance que pasó mi tía Doris. Al final lo único que desean es encontrar quien se ocupe de sus libros antes de morir. No quieren dejar huérfana la biblioteca o en manos de simples mercenarios. Lo ideal sería que alguien recibiera íntegro lo que les llevó varias décadas formar. Las bibliotecas valen por sus títulos pero sobre todo por el carácter, por el gusto, la temática y el sentido que le dimos. Sea por conocimiento, placer o afán coleccionista el cultor de bibliotecas se siente orgulloso de su criatura, de su organicidad y quiere que su espíritu se refleje y trascienda en ella, antes que verla fracturada.

He sabido de casos de buenas bibliotecas que terminaron en remates de cinco bolívares, desperdigados en tarantines o, peor aún, en venta por kilos, en el reciclaje de papel. También he sabido de libros que simplemente se tiraron a la basura porque el día de la mudanza o del viaje había llegado. La ignorancia de los herederos a veces resulta brutal, sobre todo cuando se trata de ediciones en varios tomos o con “garabatos que alguien escribió”.

Igual que pedimos a nuestros deudos que nos incineren cuando muramos deberíamos decidir el destino de nuestras bibliotecas con tiempo, antes de que terminen en manos de ignorantes, mercachifles o de procesadoras de pulpa. Tal vez esta ya no sea una preocupación para el lector del futuro, quien podrá donar su e-book, sin que signifique una carga para el heredero. El problema será otro: cómo repartirla entre los deudos.

***

Febrero, 2011

Andrés Boersner 

Comentarios (15)

Verocento
1 de marzo, 2011

Muy buen artículo. Al menos yo he pensado mucho sobre el destino de mis libros. ¿Y si mis hijos no salen lectores, a quién se los dejo? En mi familia no hay enfermos de la lectura, lo más cercano soy yo; entonces pensé en dejárselos a ciertos amigos quienes sé que comparten el mismo amor por la lectura. No sé si siendo tan joven no es medio enfermizo andar pensando estas cosas, posiblemente sí, pero mejor prevenir que permitir que nuestros amores caigan en cualquier mano. Felicitaciones Andrés, saludos.

Luis
1 de marzo, 2011

!Que será de esos libros¡ me digo en baja voz cuando recreo mi vista por la biblioteca de mi hijo , de la que entresaco alguno de ellos para leer de vez en cuando, cada vez, con más frecuencia. Todos pasamos y, los libros terminan debajo del puente de las Fuerzas Armadas, porque ni donaciones son vistas con buenos ojos. En caso de mudanza por cualquier causa (muerte, divorcio, diferencias politicas ronquidos incurables o invasión), los vecinos , prefieren siempre los electrodomésticos , previa comprobación de buén funcionamiento. No podemos llevárnoslos, pero sí podemos tratar de leerlos , porque esos contenidos, sí que podemos aprovecharlos mientras tengamos voluntad de transmitir, opinar y reflexionar sobre el conocimiento

Germany
2 de marzo, 2011

Andres, disfrute tu articulo. Retrata muy bien un aspecto de la vida de quienes nos gusta leer: pensar en que pasara con nuestros libros cuando no estemos. Precisamente en estos momentos y aun cuando gozo de perfecta salud y no estoy en el cènit de mi vida, estoy desmontando mi pequeña biblioteca de variados temas (800 titulos aproximadamente)y deshacerme de al menos 700 que van desde arte y algunos buenos clasicos de la literatura, hasta novelas de variados generos, gerencia y negociacion (mi especialidad profesional), autoayuda, “new age”, feng shui, politica, desarrollo economico y social, salud, hasta recetarios de cocina de una buena parte del mundo (incluyendo de artistas famosos como uno de Sofia Loren que es una joya). La razon es que decidi reducir mi espacio habitacional y quedarme con lo esencial, incluyendo mi biblioteca, y nadie de mi familia ni amigos se mostraron interesados en recibirlos ni siquiera como regalo! como si se han mostrado por recibir, y hasta comprar, CD de musica, muebles, enseres de cocina y vajilla (estos me los han quitado de las manos), cuadros, adornos, equipos electronicos (estos tambien!) y otros “cherecheres” de menor valor cultural que mis queridos libros. Trate con la donacion pero, como dices, fue complicado, por lo que no me ha quedado mas opciòn que tirar a la basura los mas deteriorados y el resto irlos rematando por un precio mas que simbolico a los buhoneros que venden libros usados (menos mal que aun quedan). Me consolò saber que es un tema que preocupa a otros tambièn. Saludos,

reyna
2 de marzo, 2011

Andrés, capaz de hacernos llorar, contundente y sensible..Es triste que no haya dinero ni espacio para una simple estantería. En mi caso, me he mudado varias veces con mis listones de madera y mis ladrillos. Mis libros se han mojado, me los han robado en “laditos” que me han dado, otros han sobrevivido, adoro los que me han dedicado…. Pero si: hay que pensarlo, aunque duela.

Douglas Urbina
3 de marzo, 2011

Excelente articulo, me hablaste de tu tío en el pasado, sin tanto detalle. Acabo de pasar por una experiencia similar, al mudarme a un apartamento más chico, y tengo unas 35 cajas de libros esperando (con angustia por su parte) que destino tendrán. Gracias por compartir tu experiencia familiar.

Pedro Santeliz
3 de marzo, 2011

Duele pero es cierto cuando alguien muere debería haber un albacea de su biblioteca, que es literalmente hecha a mano y a los que sentimos a los libros como hijos, nos identifica y retrata como nada en este mundo. Que bueno que con la biblioteca de mi papá solo donamos los de su profesión, que no es la mia, y espero que la con la mia que fue de la de mi papá, sea conservada y ampliada por mis hijos. Excelente artículo, me conmovió.

Daniel Boersner
4 de marzo, 2011

Gracias, Andrés. Mil gracias por este recuerdo tan bonito, tan real, y como siempre escrito en tu forma tan lucida y entretenida. Gracias por ser el vocero de la familia Boersner. Un abrazo muy grande y fuerte.

María Eugenia
4 de marzo, 2011

Una fascinante pieza en el gran mosaico venezolano de la inmigración. Ojalá la familia Boersner preserve su biblioteca, cosa que no hizo la mía. Toda la vida intelectual botada a la basura es algo horrible. Ante la marea electrónica, los libros se van haciendo aves viejas, gaviotas polvorientas y ciegas de algún rincón, montados precariamente, esperando que se los lleve cualquier ola.

Alejandro Oliveros
5 de marzo, 2011

Me cuento entre los beneficiarios de esta biblioteca. De manos de su sobrino, librero y diarista, recibí, entre otras cosas, una preciosa traducción al ingles de los mejor de los Chaiers de Valery.

pedro
7 de marzo, 2011

Será cierto que el paraiso lo imaginaba Borges como una inmensa, infinita y bella biblioteca?, si fuera así vale la pena morirse y olvidarse de las pobres bibliotecas de todos nosotros, los pobres mortales hechos de barro con fecha de caducidad.Vivimos tiempos de barbarie tecnolátrica y los amantes de bibiliotecas familiares, de librerias de viejo o de librerias independientes somos una intangible minoría que cada día disminuye más y más. Ese antiguo placer de manosear un libro, leer su contraportada, aspirar el olor de sus páginas, deleitarse en la edición,en el libro como un objeto de arte por sí mismo además de cultura, de convertirse en un elogio además de un excelente regalo va desapareciendo por las nuevas tecnologías tecnocomunicacionales, los jóvenes prefiren un blackberry a un libro. Varias librerias han cerrado en Caracas, y cada libreria que se cierra es una ventana menos para el conocimiento, el enriquecimiento espiritual o simplemente el entretenimiento. La experiencia bibliotecaria de Andrés es un buen ejemplo: para qué una biblioteca que ocupa tanto espacio si puedo tener en un disco duro toda la biblioteca del congreso de los estados unidos, todos los museos del mundo y todos los mapas del paneta?. Además los papeles agotan los arboles de los bosques del mundo, y las hojas de los libros atraen las insaciables y comelonas chiripas, cucarachas y polilla que si tienen el buen gusto de saber apreciar la cultura impresa, por ello esos fascinantes refugios del libro tienen la desalentadora probabiliadad de tener el destino de las bibliotecas de alejandría : el fuego del desprecio o del abandono, o como Hipatia a ser despedazadas por fanáticos de otro dios. Muy bello artículo Andrés tanto como tu obra de Rufino Blanco Fombona Saludos Pedro Luis Márquez

Ruben Mesa
9 de marzo, 2011

Hay que pensar en la persona idónea, siempre hay un amigo, hermano, hijo o institución específica. Eso es algo que debemos prevenir, yo por ejemplo trabajaba en una biblioteca de negocios y finanzas y llegaban donaciones de libros de Antonio Machado, khalil Gibran o Twain; no tenían cabida por la temática que abordaban aunque suene ruin, sin hablarles de la ignorancia de quien los recibia que muchas veces tuve que sacarlos de la papelera de reciclaje (y me los quedaba claro) eso suele pasar mucho, por eso felicito esta nota.

ACV
23 de abril, 2012

Yo soy uno de los compradores del puente Fuerzas Armadas.

Lucho
23 de abril, 2012

Yo también soy uno de los compradores de debajo del puente de Fuerzas Armadas. Pero hay que ir con tiempo. Y no sorprenderse de los sucio de los libros: se llenan con hollín del humo del tráfico que rodea el lugar. Pero he encontrado maravillas allí. Cada vez que voy a Caracas trato de ir. Después de la añorada y siempre lamentada pérdida de la excelente librería “Soberbia” de las inolvidables hermanas Pardo, es una de las pocas cosas en Caracas donde me encuentro con el mismo maracucho que iba a comprar libros en los años ochenta, ese que era y soy yo.

Marcos
2 de mayo, 2012

Conoci a su tio, ayudo a mis 2 hijas a venir a este mundo. Gran persona en un cuerpo diminuto.

Claudia Sierich
18 de noviembre, 2013

Querido Andrés,

tu tío me trajo al mundo en la Clínica en Caurimare (lo recuerdo clarito – :)). Lo quise mucho, porque fue mi primer médico ginecólogo. Lo recuerdo siempre “viejíííísimo”, afable, suave y humanamente sabio. Nada de lo que hacía me daba miedo, ni siquiera cuando entró por primera vez en el consultorio donde yo lo esperaba hace rato, y estaba salpicado de sangre, me explicó que estaba muy feliz porque acababa de traer un niño al mundo. Se cambió y atendió. ¡No lo olvido! Además, podíamos hablar en alemán o en español de cualquier forma, algo que por su puesto agregó confianza y calidez, yo tenía 13 años.

Lo de las bibliotecas (¡ajenas!) es un tema complejo y difícil y requiere de sereno manejo sin nostalgias exageradas, pienso. Desaparecen físicamente las personas y suelen desaparecer, también, sus bibliotecas, por más que se patalee (¿cómo se escribe esto?). Es lo que he observado. Libros y por tanto bibliotecas solo pueden estar donde se les toma en cuenta, se mantienen y conservan, se “administran” sobre los anaqueles al igual que un jardín solo prospera bajo las manos de quien se entrega y sabe de eso. Las bibliotecas tienen su propio aliento y vida cuando tienen a su dueño, el que la montó. Solo institutiones dedicadas entre otras cosas al libro pueden asumirlas, el resto será buena y mala dispersión. El espacio y el estado en el que se encuentran los libros juegan un papel más importante de lo que desearíamos. Todo en la vida se junta, remezcla y vuelve a separar, atomizar…. y queda en la memoria palpitando gracias a los recuerdos compartidos y artículos como este que aquí nos has brindado, Andrés. En lo personal, intento no quedarme con demasiados libros, – esos que ya amenazan hace años expulsarme de mi casa y ocupan lugares hasta en la cocina y debajo de la cama, muy pertinente y ordenadamente, como creo. Los iré regalando, entregando, los haré participar en trueques y tendré que desprenderme de ellos, los más queridos, cuando el trópico haya cariado sus páginas y sembrado de hongos, cuando se caigan a pedazos por mala pega, encuadernación, etc. como ya ha sucedido. me temo que nadie querrá mis libros, porque muchos de ellos están gravemente intervenidos a mi manera. Otros están intactos, los que más los tengo dobles. Decir adiós tampoco es tragedia, es parte de todo. Tanto como se sumergen bibliotecas enteras, vuelven a emerger, de otra forma. En mi caso me dicta esta me(n)sura, además, una alergia alarmante, que se desata cuando muevo hojas, revistas o abro libros hogar de ácaros o no sé qué rayos que abundan en la zona de Sebucán, Los Chorros… y al pie del Avila, pues. Lo mínimo que se puede hacer por los que quedan allí con el “bulto” cuando nos vayamos de improviso o no, es tenerles una lista bien especificada de lo que hay. Ayuda mucho… he participado en ordenar, separar, re-entregar bibliotecas, cargar libros y limpiarlos… y sé de qué hablo. Lo que vale mucho para uno para otro es una carga… Un dato sin garantía porsiacaso para los caraqueños que deseen hacer entrega de libros en idioma alemán: una biblioteca alemana bien llevada con bibliotecario etc es la del Goethe Institut (no Asociación Cultural Humboldt) que, tal vez, reciba literatura en libros bien conservados. Gracias por tu artículo, Andrés, excelente porque me hizo pensar en cosas muy bonitas. En tu padre, que me trajo al mundo, y en los libros , también mis libros, que también me trajeron al mundo y que ahora mismo están lejos de donde estoy – y donde estoy, creciendo un nuevo u otro anaquel ondulante… admito que no he hecho la lista. Será que hago la promesa de año nuevo, este año. Berlin, noviembre de 2013 Un abrazo, Claudia Sierich

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