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Juan Nuño (1927-1995), por Ibsen Martínez

“La nostalgia es otra forma de la utopía”. Esto escribió Juan Nuño en una de sus columnas del El Nacional, a mediados de los años ochenta.

No recuerdo a punto cierto “de qué iba” la columna; sólo sé que la frase se quedó conmigo hasta el sol de hoy, cuando lo más veraz que cruzó por mi cabeza tan pronto comencé a escribir este artículo fue ese aforismo nuñiano y como es muy cierto que las ideas vienen con el lenguaje, y no al revés, es nostalgia lo que asocio a la palabra “Nuño” y, sin más, me entrego a ella.

Esta semana, conmemorativa de lo que habría sido su cumpleaños número 85, comenzó el domingo pasado con una entrega especial del “Papel Literario” de El Nacional. Para hoy miércoles se anuncia un acto en la UCV en el curso del cual me hallaré en muy buena compañía, con gente muy de tejas arriba, casi toda ella del mundo académico venezolano, gente que como yo, también fue amiga de Juan Nuño mientras anduvo por el mundo dando guerra.

Me honra sobremanera que se haya pensado en mí y me alegra burda poder allegar una palabra o dos de evocación apreciativa a los eventos pautados por la Asociación de Profesores de la UCV y la Escuela de Filosofía de esa casa de estudios, porque, en verdad, Juan Nuño y yo fuimos amigos y lo primero que cuento como muy singular de esa amistad es que nada estaba dispuesto en mi vida para ser amigo suyo. No éramos contemporáneos, no ibamos por los mismos andurriales; hacer amistad con Nuño estuvo entra las cosas más improbables y chéveres que pudo pasarme en aquel tiempo que hoy nostalgio.

[Debemos a Alberto Barrera Tyszka el verbo “nostalgiar” que encuentro muy apto para aparejar este articulo.]

Nostalgia primera : Un día de entre los días de aquellos remotos años ochenta, me enzarcé en un muy feo intercambio de pesadeces con el politólogo Anìbal Romero en el curso de algo que hubiera debido ser polémica “de altura” si yo no hubiese cedido a mi intemperancia con un barriobajero artículo francamente injurioso y perdonavidas del que todavía no alcanzo a avergonzarme lo bastante. Como Aníbal no es pendejo, me asestó un gancho de contragolpe ― un gancho barquisimetano, saquen la cuenta ― y yo, encarajinado, me aprestaba a la escalada cuando sonó el teléfono. “Es Juan Nuño”, dijo mi hijo al pasarme el teléfono.

Ahora bien, Nuño y yo nos conocíamos como suele decirse de “quihubo quihubo” y una cortés cabezada al cruzarnos en la redacción de El Nacional donde compartiamos página con tipos tan lerdos como José Ignacio Cabrujas y Manuel Caballero. Yo lo admiraba mucho, desde luego, desde los tiempos en que él escribía la reseña la cronica de cine de la desaparecida revista Suma,otra nostalgia. Pero ¿una llamada de Nuño?

Cuando me puse al habla, Nuño saludó muy cortésmente y enseguida me dijo : “Oigan, paren eso, parecen dos chiquillos.” No era un regaño, era un reclamo amistosísimo. Lo que siguió fue una frondosa y cordial reconvención, trufada con encomios para Aníbal y este servidor, destinados a encarecer la idea de que “dos tipos como ustedes no pueden estar a la greña”. Y añadió algo que sonó a afectuosa amenaza: “No voy a permitirlo”.

Como Nuño era, a su castiza manera, anglófilo , creo que al tono de su voz y a su amigable fraseo les cuadra muy bien la palabra inglesa “avuncular”. Total de la vaina que el profe se ofreció a juntarnos en una cena en su casa para hacer las paces y de sólo imaginar a Juan Nuño puesto en el desagradable trance de pedirnos que nos dejásemos de vainas y nos diésemos la mano me irrigó la cara una roja ola de vergüenza.

Soy muy bueno improvisando y al bote pronto le dije que de ninguna manera, que como yo habìa empezado la gresca me tocaba ponerle fin y ofrecer las excusas del caso. Todo lo que necesitaba era el número de teléfono de Aníbal. Si un cuento es breve es dos veces bueno: Nuño me dio el teléfono de Aníbal, ofrecí excusas, Anibal las aceptó y el caso es que a estas alturas ni él ni yo recordamos porqué fue que agarramos piedras del piso.

El episodio tuvo para mì el valor de una lección en civilidad y respeto por la opinión ajena y me sirve hoy para fechar el momento en que dio inicio nuestra amistad porque aquel rifirafe con un amigo suyo fue el pasadizo por el que, para fortuna mía, terminé yo siéndolo también.¡Y ya basta de remembranza querendona!

Termino recomendando el que acaso sea su libro mejor : “Los mitos filosóficos” que debe leerse inmediatamente antes de “La filosofía en Borges”. Y para los sibaritas, “La veneración de las astucias”.

Nuño. ¡Vaya si ha hecho falta todos estos años!