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¿Accidente?, por Martín Caparrós

No fue un accidente. La muerte de cincuenta personas, las heridas de quinientas –cuando un tren de cercanías no pudo frenar y embistió el parachoques de la estación de Once, en el centro de Buenos Aires– fue el efecto esperado de una larga sucesión de causas perdidas. Hubo tiempos en que la red ferroviaria estatal Amr Argentina tenía 40.000 kilómetros y 190.000 empleados; era la más extensa de América Latina y era, de algún modo, un esqueleto: el país se había ido estructurando en pueblos que nacieron a lo largo de esas vías.

Hace veinte años, en plena furia privatista del consenso de Washington, un presidente peronista decidió que su déficit de un millón de dólares diarios era demasiado y había que cerrarla casi toda –y malvender lo poco que quedara. En 2005 recorrí buena parte del interior de la Argentina; a los costados de cada carretera, en medio de la nada, las vías herrumbradas, alzadas, retorcidas eran como una instalación de arte conceptual, una obra que se llamaba la Argentina Ya No.

Ahora, en plena prosperidad neoperonista, quedan 7.000 kilómetros de vías maltrechas donde los trenes no pueden ir a más de 40 kilómetros por hora y dan trabajo a menos de 20.000 personas. El déficit, mientras tanto, subió a unos tres millones y medio de dólares por día. Es plata que el Estado entrega en subsidios a las empresas concesionarias que, con tanto dinero gratis, ni siquiera se esfuerzan por cobrar los boletos –pero tampoco hacen la menor inversión en mantener y actualizar sus equipos. La mayoría de los vagones tiene entre 40 y 50 años; las vías se ondulan, las ventanas se rompen, las puertas nunca cierrran. Y el Estado paga y paga pero no exige nada –total, los que viajamos en tren somos, en general, ciudadanos de segunda. Que sólo se rebelan de tanto en tanto: alguna tarde, cuando un tren tarda demasiado, montan en cólera, gritan; alguna vez tiraron piedras o prendieron un fuego. Pero en general no: que soporten estoicos demoras, cancelaciones, las incomodidades más extremas es otra de las ventajas del modelo.

Hasta que, esta mañana, pasó lo que todos sabíamos: ese tren que no pudo frenar es una metáfora sangrienta, burla siniestra, un grito que nos grita. Somos, en ese choque, los idiotas que soportamos casi todo. La clave, a veces, está en la palabra casi. Otras no parece estar en ningún lado.

Actualización (23/02/12, 10,30hs):

Escribí esas palabras urgentes ayer por la tarde. Desde entonces, la novedad es que casi no hubo novedades. En las veinte horas que pasaron desde esa publicación, la cifra de muertos -afortunada pero extrañamente- no cambió, aunque la cantidad de heridos creció leve, hasta 703.

Desde ayer, los medios no oficialistas rebosan de recordatorios de cómo sindicalistas ferroviarios, políticos y otros actores sociales llevan años advirtiendo sobre el pésimo estado de los ferrocarriles. Otros recuerdan que en los últimos 14 meses hubo siete accidentes de tren con 70 muertos y más de mil heridos. Uno de los directores de la empresa TBA, Roque Cirigliano, anda esta mañana por las radios diciendo que fue “un error humano”. O sea: que la culpa fue del conductor. Por el momento, las reacciones en las redes sociales van de la burla al insulto.

No hubo discursos oficiales. El único funcionario que habló del asunto debe estar lamentándolo. Un señor Juan Pablo Schiavi, ahora secretario de Transporte de la Nación, antes jefe de campaña de Mauricio Macri, dio ayer a las cuatro una conferencia de prensa según la modalidad del poder actual: sin preguntas de los periodistas.

El señor Schiavi no nombró en ningún momento a la empresa concesionaria, TBA, una de las empresas que más se han beneficiado de su cercanía con los gobiernos peronistas de Carlos Menem, Néstor Kirchner y Cristina Fernández: dos hermanos Cirigliano, que pasaron de tener un par de líneas de ómnibus en los años noventa a controlar buena parte de los ferrocarriles –sin perder por eso los ómnibus que son, curiosamente, competencia de esos ferrocarriles.

El señor Schiavi dijo que sabían que el tren chocó a 20 kilómetros por hora, que el conductor estaba y era idóneo y que tenían muchos elementos para investigar los hechos. Después dijo que los coches accidentados “están preparados para 200 o 250 personas y están llevando 2.200, 2.500 personas en hora pico”. Lo dijo en tono neutro, informativo, como si no hubiera ninguna autoridad encargada de hacer cumplir los límites de capacidad de los transportes –y esa autoridad no fuera él. Es el clásico sistema de este gobierno opositor: un gobierno que, de tanto en tanto, denuncia con firmeza los despropósitos –o ilícitos– que comete el gobierno

Pero lo mejor estaba por llegar. Fue cuando el señor Schiavi analizó algunas causas de “la tragedia”. Lo cito literal –y aquí está el video, porque sé que parece mentira–: “Los dos primeros coches… y todos los que usamos el ferrocarril sabemos que hay una cultura muy argentina de esto de ir a la punta del tren para bajar primero y llegar antes y no hacer cola y no esperar el colectivo o bajar más rápido al subte, etcétera… esos dos primeros coches estaban abarrotados de gente, tenían mucha más carga que la que habitualmente… lo cual produjo que el accidente tomara un ribete de tragedia.” Llamar “cultura” a la necesidad de miles de personas que viajan como ganado y sin garantías de horario y después corren para no llegar más tarde a sus trabajos porque el servicio que les ofrecen es pésimo, es ofensivo en sí. Decir que murieron por eso –por su “cultura”, por su apuro– es de un atrevimiento extraordinario.

Frente a eso, su segunda observación fue sólo necia: “Si esto hubiera ocurrido ayer, que era un día feriado, seguramente ese coche hubiera impactado y hubiera sido una cosa mucho menor y no de la gravedad que fue hoy, que lo constituye en un accidente extremísimo y de muchísima gravedad.”

La presidenta Cristina Fernández, que suele salir por cadena nacional a la menor provocación, no ha aparecido. Recién a las 10 de la noche de ayer, 13 horas después del accidente, dio un comunicado lacónico: “La Presidenta de la Nación, doctora Cristina Fernández de Kirchner, expresa su profundo pesar por la muerte de ciudadanos en la tragedia ferroviaria ocurrida en horas de la mañana de hoy, y envía sus condolencias a los familiares de las víctimas”. Y declaró dos días de duelo nacional.

Puedo, como suelo, equivocarme, pero tengo la impresión -una impresión- de que este accidente es el final de algo. Por un desastre en el que tenía mucha menos responsabilidad, el incendio de la discoteca Cromañón, el jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires Aníbal Ibarra fue juzgado y destituido. Nada de eso, obviamente, va a suceder en este caso. Pero, de algún modo, tanta desidia, tanto desprecio terminan por pagarse.

Actualización2 (23/02/12, 15,00hs):

Llevando al paroxismo la idea del gobierno opositor, el ministro de Obras Públicas señor De Vido y su secretario de Transportes señor Schiavi acaban de decir que su presidenta de la Nación les dijo que el Estado tenía que presentarse “como querellante privado” ante la justicia por el magnicidio de Once. Como si no hubieran sido ellos, su ministerio, su secretaría -su presidencia- quienes tenían la obligación de controlar el estado de los trenes. Como si no hubieran sido ellos, su ministerio, su secretaría -su presidencia- quienes llevan nueve años engordando con sus subsidios cada vez mayores los bolsillos de sus aliados que manejan las empresas ferroviarias.

Como si no fueran ellos los que permitieron que todo esto sucediera.

Como si no fueran ellos los que gobiernan.

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Texto publicado en el blog Pamplinas, de Martín Caparrós en El País y reproducido en Prodavinci con autorización del autor.