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Las falsas vidas del obispo Romney, por Jorge Volpi

En busca de fe, el joven Joseph Smith le exige a Dios que lo ilumine. Conmovido, recibe una primera visión. “Vi un pilar de luz justo sobre mi cabeza”, escribe más tarde, “y, más arriba, la brillantez del sol que descendió gradualmente hacia mí”. En el resplandor, Smith distingue la figura de Jesucristo, quien le ordena restaurar su Iglesia. Tres años después, el ángel Moroni le ordena desenterrar tres discos de oro repletos de caracteres de vaga apariencia egipcia. A lo largo de los siguientes meses, el joven descifra aquel lenguaje arcano y traduce el Libro de Mormón, donde se narra la delirante historia bíblica del continente americano. Un año más tarde, San Juan Bautista le concede la autoridad del sacerdocio aarónico. Con este don, funda la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días en 1830.

Los evangélicos miran con suspicacia a la nueva congregación, cuyo primer templo es edificado en Kirkland, Ohio, en 1836. Expulsados de allí, los mormones se trasladan a Illinois para fundar la ciudad santa de Nauvoo. El gobernador del estado considera a Smith un criminal —entre otras cosas porque Dios le ha ordenado practicar la poligamia—, y lo encarcela. El 27 de junio de 1844, una turba enardecida irrumpe en la prisión y lo asesina.

Brigham Young se convierte en el segundo presidente de la Iglesia y, como Moisés con los judíos, emprende una peregrinación por el desierto que llevará a los mormones a Utah, una región desolada que Estados Unidos acaba de arrebatarle a México. Junto al enorme Lago Salado —trasunto del Mar Muerto—, fundan una comunidad casi independiente. Young se casa con 27 mujeres, aunque al final sólo una de ellas, Ann Eliza, lo abandona y emprende una campaña nacional para denunciar la poligamia, como cuenta el novelista David Ebershoff en la muy entretenida La esposa 19.

Sólo cuando el gobierno federal le ofrece a los mormones convertir a Utah en estado, el tercer presidente de la Iglesia renuncia a la poligamia, provocando que un grupo de disidentes la abandone. Hasta hoy, muchos de ellos permanecen más o menos ocultos en la zona —como los protagonistas de Big Love, la serie de HBO que muestra que una familia polígama puede ser tan adorable y complicada como cualquier otra—, mientras otros encuentran refugio en el norte de México, como la familia de Mitt Romney.

Romney no es polígamo —lleva 43 años casado con la misma mujer—, pero sí ha fungido como obispo mormón, lo que podría convertirlo no sólo en el primer descendiente de mexicanos en llegar a la Casa Blanca —su padre, el exgobernador de Michigan, George Romney, nació en Chihuahua—, sino en el primer clérigo en conseguirlo.

Actualmente, el Partido Republicano se encuentra dominado por una amplia comunidad evangélica encabezada por los ultras del Tea Party; desde el linchamiento de Smith, los líderes protestantes nunca han dejado de ver con suspicacia esta nueva religión que se obstina en presentarse, sobre todo a últimas fechas, como una variante más del cristianismo.

De hecho, Romney parece el más interesado en difundir esta versión, como si la Iglesia de los Santos de los Últimos Días no fuese sino una senda paralela al protestantismo histórico. Semejante maniobra, a tono con su estrategia general de fingir lo que no es —un cristiano ultraconservador—, olvida que ninguno de los reformistas se presentó jamás como un profeta o que los dictados del Libro de Mormón, de una fantasía desbordada, son considerados por su Iglesia idénticos a los evangelios.

En esta simulación constante se advierte claramente quién es Romney: un político dispuesto a cualquier cosa —incluso al travestismo religioso— con tal de obtener el poder. Toda su biografía, desde sus años como empresario hasta su periodo como gobernador de Massachussets, se encuentra sujeta a un feroz proceso de manipulación que aspira a transformarla en otra cosa: lo que los auténticos cristianos ultraconservadores quieren escuchar.

Así, el Romney empresario se empeña en mostrarse como un supremo defensor del libre mercado, un escéptico del estado y un arriesgado creador de oportunidades de trabajo, cuando Bain Capital liquidó miles de empleos y benefició especialmente a sus accionistas —él mismo en primer término—, del mismo modo que el Romney político busca ser percibido como un conservador de pura cepa cuando, entre otras cosas, impulsó una cobertura sanitaria idéntica a la del odiado Obama.

Romney es, en este sentido, el mejor discípulo de Joseph Smith. Siguiendo su estela, no le preocupa alterar documentos, reescribir la historia, insertarse en una tradición que no le pertenece, falsear su pasado o presentarse como un devoto redentor. Que para lograr su objetivo esté dispuesto a asimilarse con quienes persiguieron y asesinaron al fundador de su Iglesia es la mejor prueba de que se trata de un digno sucesor del profeta.