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David Letterman, voz del pueblo; por Umberto Eco

De vez en cuando leo en los diarios acerca del buen trabajo que desempeña David Letterman como anfitrión de programas de debate o charla en Estados Unidos —tan bueno, de hecho, que el Late Show With David Letterman ahora puede ser visto en todo el mundo, Italia incluso—. Es evidente que estos periodistas tan fascinados con Letterman nunca vieron la personalidad fantástica que era Johnny Carson, en su programa ya entrada la noche (un presentador que, creo, fue la inspiración para Maurizio Constanzo, anfitrión del primer programa italiano de debates). Carson fue anfitrión de The Tonight Show en NBC de 1962 a 1992: era un gran programa, rebosante de ironía y sofisticación: comparado con Carson, Letterman parece rutinario y acartonado en su actuación.

La última vez que vi su programa, Letterman estaba hablando con un invitado acerca de la crisis en Oriente Medio y pidió al hombre que le explicara por qué, salvo las insurrecciones recientes de la Primavera Árabe —los pueblos árabes aceptan la vida bajo dictadores o jeques que se enriquecen con las reservas locales de crudo mientras oprimen económica y políticamente a sus pueblos—.

¿A qué se debe, preguntó Letterman, que esos pueblos acepten tal destino? Después de todo, allá en 1620, los Padres Peregrinos sintieron que sus derechos de puritanos estaban siendo oprimidos en Inglaterra, de forma que equiparon el Mayflower y emigraron a América, estableciendo en Nueva Inglaterra el primer núcleo de un país democrático.

El entrevistado pareció tan aturdido por la pregunta, que tuvo problemas hasta para dar la más obvia de las respuestas: que había relativamente pocos peregrinos (creo que eran 102) y que tenían a su disposición un continente que estaba casi vacío —en tanto que hay mil millones de musulmanes en el mundo actualmente, y los que están oprimidos pueden, en el mejor de los casos, emigrar sólo a países y ciudades densamente poblados que no están en condiciones de recibir tales cantidades de refugiados—.

Yo hubiera añadido que los Padres Peregrinos eran un grupo bastante sofisticado de personas que provenían de Inglaterra, donde, desde hacía algún tiempo, ya había existido una noción de los derechos políticos de los ciudadanos. ¿Cómo puede ser realista pensar que el mismo destino espera a las enormes poblaciones de árabes emigrantes hoy en día? No tienen idea de a dónde pueden ir —y, lejos de contar con un Mayflower, lo más que pueden esperar es ponerse en manos de inescrupulosos marineros traficantes—. Lo que es más, no están en conflicto con sus creencias religiosas ni tienen la menor idea de lo que es una democracia al estilo occidental.

Al escuchar la entrevista de Letterman, mi quijada se desplomó. ¿Puede acaso este personaje tan famoso, cuyas entrevistas tienen el potencial de ayudar a la gente a obtener alguna comprensión del mundo en el que vivimos, realmente tener idas tan infantiles acerca de lo que ocurre más allá de las fronteras de Estados Unidos?

No obstante, Letterman estaba expresando una actitud mental común entre los estadounidenses —no entre sus intelectuales sino entre esas masas inmensas que habitan en el centro del país—, donde los diarios locales informan extensamente acerca de un becerro nacido con dos cabezas, mientras presentan una cobertura vaga acerca del resto del planeta. Lugares donde The New York Times no puede ser entregado o sólo puede ser encontrado en unos cuantos lugares de alto nivel y al doble de su precio normal. Lugares donde, hace años, las llamadas de larga distancia e internacionales sólo podían hacerse a través de una operadora; lugares donde, cuando alguien pidió una vez a una joven operadora que lo comunicara con un número de teléfono en Roma, se le preguntó a cuál Roma deseaba hablar —porque hay una en Georgia, una en Nueva York, una en Indiana y una en Tennessee, para no mencionar otras que no puedo recordar—. Al descubrir que había también una Roma en Italia, la operadora sólo pudo expresar su total asombro.

Hace unos años, en una conferencia en Florencia, una persona que trabajaba en el Pentágono o en la Casa Blanca (no recuerdo), después de haber disfrutado de una excelente cena de pescado, fue informado que el pescado venía del Mediterráneo, y procedió a preguntar si el Mediterráneo era un mar salado.

A veces me pregunto cómo los políticos estadounidenses promedio (quienes ocasionalmente llegan tan alto en sus carreras como George W. Bush) pueden cometer tantos errores con respecto a Europa, África y Asia. Quizá simplemente debamos preguntarle a Letterman.