Actualidad

Las viejas palabras, por Juan Gabriel Vásquez

Por Prodavinci | 22 de enero, 2012

El naufragio del crucero Costa Concordia parece quedarnos muy lejos, a pesar de que en el barco viajaban no pocos colombianos; los medios nacionales se ocuparon brevemente del suceso, pero el interés quedó reducido a las impresionantes fotos de ese buque gigantesco escorado sobre el flanco de estribor mientras los equipos de rescate intentan hacer lo suyo.

No lo digo con sorpresa: es normal y acaso predecible que el naufragio de un crucero en el Mediterráneo se haya quedado en eso, una catástrofe entre tantas que nos llegan de lejos en este mundo donde todo se sabe al instante (y es cada vez más difícil imponer una jerarquía a la información que recibimos, decidir qué es importante y qué es banal, en qué vale la pena invertir nuestra atención y qué es una redomada pérdida de tiempo: pero todo esto es tema de otra columna). Sea como sea, yo no he podido apartarme de la noticia desde el viernes pasado: la he seguido con una fascinación que ni siquiera yo hubiera podido prever. ¿Por qué?

Los hechos son éstos: el viernes 13, el crucero Costa Concordia acababa de zarpar del puerto italiano de Civitavecchia, en el mar Tirreno, cuando los pasajeros sintieron un golpe fuerte y las luces del barco se apagaron durante unos segundos. Eran las 9:30 de la noche. Las primeras informaciones no dieron demasiada importancia al golpe, pero el buque empezó muy pronto a inclinarse. Ahora, cinco días después, sabemos que se trató de un error humano, que la evacuación fue defectuosa, que las labores de rescate comenzaron tarde, que los muertos son once y que aún hay desaparecidos. Y sabemos además que Francesco Schettino, capitán del buque con 30 años de experiencia, está detenido y acusado de homicidio culposo y abandono de pasajeros. Schettino, según se sabe por una conversación telefónica que mantuvo con la Capitanía del Puerto, huyó del barco accidentado, mintió al decir que todavía se encontraba a bordo y, tras recibir la orden de regresar para coordinar el rescate, se montó en un taxi y fue a esconderse en un hotel cercano. El Costa Concordia, mientras tanto, se hundía en el mar.

Según me aclaró una vez un viejo marinero que conocí en Barcelona, en ninguna parte de la ley marítima se dice que el capitán deba hundirse con su nave, como asegura el cliché al que nos han acostumbrado las novelas y el cine. Pero eso no quiere decir que la figura del capitán no esté rodeada todavía de un aura especial: después de todo, un barco en el mar es un universo autónomo donde muchas cosas pueden salir mal y donde el don de mando (también el moral) no es una cosa sin trascendencia. El error humano del que se habla se le achaca al capitán Schettino: su acercamiento a la costa fue imprudente; su manejo técnico de la situación, equivocado. Pero un cierto liderazgo lo hubiera redimido, por lo menos ante los ojos de los suyos. El abandono de los 1.000 tripulantes y de los 3.200 pasajeros, la mentirosa huida en taxi para esconderse en un hotel, tienen a la prensa europea hablando de honor y de deshonra, de valor y de cobardía, sin que nadie se sonroje. Quizás por eso me ha obsesionado el asunto: por el uso de viejas palabras que ya parecían carecer de todo sentido, o que lo han perdido realmente y sólo a veces, durante unos días, misteriosamente lo recuperan.

 

Prodavinci 

Comentarios (6)

Alfredo Ascanio
22 de enero, 2012

Un Capitán muy irresponsable. Tenía que haber afrontado las circunstancias.

fernando
22 de enero, 2012

¿En manos de quienes estamos?: aviones, barcos,autobuses, teleféricos etc., etc.Es en esos lugares que SE EXIGE la presencia del Estado para requerir que los estandar establecidos por las reglas de control se cumplan; no para que se nos obligue a escuchar sandeces por parte de sus órganos

Alexandre Daniel Buvat
22 de enero, 2012

En efecto, si hoy alguien dice “lo juro por mi honor” nos dará risa por falso y anticuado y porque el viejo sentido de eso que llaman honor, se ha perdido incluso en japón donde los que defalcan al fisco, o son responsables de tragedias nucleares, ya no practican el Hara Kiri, sino que a duras penas presentan una excusa…..Asumir responsabilidad, avergonzarse, decirse honorable solo son eqúívocos pasajeros y tan formales y falsos como eso de su excelencia honorable presidente o monseñor pederasta…

Boris Muñoz
22 de enero, 2012

Tengo entendido que la ley italiana establece 12 años de prisión para un capitán que abandona su barco sin los motivos debidos. La fuente es la corresponsal en Italia de la National Public Broadcast de Estados Unidos. Lo escuché con mis propios oídos. Así que no es un asunto de supuestos atavismos como el honor, sino de consecuencias penales concretas en la ley italiana.

roque
22 de enero, 2012

¿Cuál es el mensaje de esta nota? ¿La cobardía del capitán y la ausencia de moral que nos ofrece la actualidad o el llamado de atención que representa la presencia de colombianos a bordo?

Nahir Márquez
23 de enero, 2012

Hace muchos años en el mar Báltico, junto a importantes amigos, viví un suceso parecido al del “Concordia”. Afortunadamente, las consecuencias no fueron las misma y después de muchas horas en cubierta fuimos rescatados y llevado a puerto. En esos momentos en los que la vida da vueltas y crees estar viviendo los últimos instantes, términos como el honor y la valentía podrían adelgazarse. Allí, todos somos sólo seres humanos apostando por seguir con los aojos abiertos; y en el mejor de los casos sólo nos alcanza la respiración para rezar. Quién sabe lo que se disparó denro del capitán, quizás miedo, sólo miedo. Cualquier juicio sobra…

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