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Desmitificando la economía china, por Justin Yifu Lin

China tuvo una civilización avanzada y próspera durante milenios hasta el siglo XVIII, pero luego se degeneró y pasó a ser un país muy pobre durante 150 años. Ahora ha resurgido para convertirse en la economía más dinámica del mundo desde el lanzamiento de su transición a una economía de mercado en 1979. ¿Qué motivó estos cambios fatídicos?

En mi libro reciente Demystifying the Chinese Economy (Desmitificando la economía china), sostengo que, para cualquier país en cualquier momento, el cimiento para un crecimiento sostenido es la innovación tecnológica. Antes de la Revolución Industrial, los artesanos y agricultores eran la principal fuente de innovación. Al contar con la población más grande del mundo, China fue un líder en innovación tecnológica y desarrollo económico a lo largo de gran parte de su historia porque tenía una gran masa de artesanos y agricultores.

La Revolución Industrial aceleró el ritmo del progreso occidental al reemplazar la innovación tecnológica basada en la experiencia por experimentos controlados realizados por científicos e ingenieros en laboratorios. Este cambio de paradigma marcó el advenimiento del crecimiento económico moderno, y contribuyó a la “Gran Divergencia” de la economía global.

China no logró experimentar un cambio similar debido, principalmente, a su sistema de revisión de la administración pública, que enfatizó la memorización de clásicos de Confucio y ofreció poco incentivo para que las elites aprendieran matemáticas y ciencia.

La Gran Divergencia tenía un aspecto positivo: los países en desarrollo podían utilizar transferencias de tecnología de los países avanzados para lograr un ritmo más rápido de crecimiento económico que los países que estaban en la vanguardia industrial. Pero China no supo explotar ese beneficio del retraso hasta que la transición de una economía dirigida comenzó en serio.

Luego de la toma del poder por parte de los comunistas en 1949, Mao Zetung y otros líderes políticos anhelaban revertir rápidamente el retraso de China y adoptaron un gran impulso para construir industrias avanzadas que requerían grandes inversiones en bienes de capital. Esta estrategia le permitió a China hacer ensayos con bombas nucleares en los años 1960 y lanzar satélites en los años 1970.

Pero China seguía siendo una economía pobre y agraria; no tenía ninguna ventaja comparativa en las industrias que requerían grandes inversiones en bienes de capital. Las compañías en esas industrias no eran viables en un mercado abierto y competitivo. Su supervivencia requería protección gubernamental, subsidios y directrices administrativas. Estas medidas ayudaron a China a establecer industrias modernas y avanzadas, pero los recursos estaban mal asignados y los incentivos eran distorsionados. El desempeño económico era deficiente. La prisa fue enemiga de la perfección.

Cuando comenzó la transición de mercado de China en 1979, Deng Xiaoping adoptó una estrategia pragmática y de doble tracción, en lugar de la fórmula del “Consenso de Washington” de privatización rápida y liberalización comercial. Por un lado, el gobierno siguió ofreciendo protección transitoria a las empresas en los sectores prioritarios; por otro lado, liberalizó la entrada de empresas privadas e inversión extranjera directa en sectores que empleaban mucha mano de obra y que eran consistentes con la ventaja comparativa de China pero que habían estado reprimidos en el pasado.

Esta estrategia le permitió a China lograr simultáneamente estabilidad y crecimiento dinámico. De hecho, los beneficios del retraso han sido impresionantes: 9,9% de crecimiento anual promedio del PBI y 16,3% de crecimiento comercial anual en los últimos 32 años -un logro estelar que conlleva lecciones valiosas para otros países en desarrollo-. Ahora China es el mayor exportador del mundo y su segunda economía más importante, y más de 600 millones de personas salieron de la pobreza.

Sin embargo, el éxito de China tuvo sus costos. Las disparidades de ingresos aumentaron, en parte debido a que se perpetuaron las políticas distorsivas en varios sectores, entre ellas el predomino de los cuatro grandes bancos estatales de China, las regalías prácticamente inexistentes en el sector de la minería y los monopolios en las principales industrias, como las telecomunicaciones, la energía y los servicios financieros. Como estas distorsiones (un legado de la transición de doble tracción) resultan en disparidades de ingresos, terminan reprimiendo el consumo interno y contribuyen al desequilibrio comercial de China. Estos desequilibrios permanecerán hasta que China termine su transición de mercado.

Confío en que, a pesar de los vientos de frente que soplan desde la crisis de la eurozona y el derrumbe de la demanda a nivel mundial, China pueda continuar su crecimiento dinámico. En 2008, el ingreso per capita de China estaba en el 21% del nivel de Estados Unidos (medido en paridad de poder adquisitivo), y era similar al ingreso per capita de Japón en 1951, al de Corea del Sur en 1977 y al de Taiwán en 1975. El crecimiento anual del PBI promedió el 9,2% en Japón entre 1951 y 1971, el 7,6% en Corea del Sur entre 1977 y 1997, y el 8,3% en Taiwán entre 1975 y 1995. Dadas las similitudes entre la experiencia de estas economías y la estrategia de desarrollo china posterior a 1979, es probable que China pueda mantener un crecimiento del 8% en las próximas dos décadas.

Algunos piensan que el desempeño de un país tan único como China, con más de 1.300 millones de habitantes, no se puede replicar. Estoy en desacuerdo. Todos los países en desarrollo pueden tener oportunidades similares para sostener el crecimiento rápido durante varias décadas y reducir la pobreza drásticamente si saben explotar los beneficios del retraso, si importan tecnología de los países avanzados y si modernizan sus industrias. En una palabra, no hay nada que reemplace el hecho de entender la ventaja comparativa.

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Justin Yifu Lin, economista jefe y vicepresidente sénior para Economía del Desarrollo en el Banco Mundial, fundó el Centro de China para la Investigación Económica en la Universidad de Pekín. Su último libro es Demystifying the Chinese Economy (Cambridge University Press.).