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¿”Los indignados” del salón de clases?, por Dani Rodrik

Por Prodavinci | 17 de diciembre, 2011

A principios del mes pasado un grupo de estudiantes abandonó el popular curso de introducción a la economía, “Economía 10” de Harvard, que imparte mi colega, Greg Mankiw. Su queja: el curso propaga ideología conservadora disfrazada de ciencia económica y contribuye a perpetuar la desigualdad social.

Los estudiantes forman parte de un grupo creciente de protesta contra la economía moderna que se imparte en las principales instituciones académicas del mundo. Por supuesto, la economía siempre ha tenido sus críticos, pero la crisis financiera y sus secuelas les han dado nuevos argumentos que parecen validar las acusaciones de larga data contra los supuestos poco realistas de la profesión, la cosificación de los mercados y el menosprecio por los problemas sociales.

Por su parte, Mankiw, se dio cuenta que los estudiantes que protestaban estaban “mal informados.” La economía no tiene ideología, replicó. Citando a John Maynard Keynes, señaló que la economía es un método que ayuda a las personas a pensar claramente y a encontrar las respuestas correctas, sin conclusiones políticas predeterminadas.

En efecto, aunque se puede perdonar el escepticismo de las personas si no han estado inmersas durante años en estudios avanzados de economía, el curso típico de dicha materia en un programa de doctorado genera una desconcertante variedad de recetas de política dependiendo del contexto específico. Algunos de los enfoques que los economistas utilizan para analizar el mundo favorecen el libre mercado, pero otros no. De hecho, mucha de la investigación económica se enfoca en entender cómo la intervención del gobierno puede mejorar el desempeño de la economía. Además, las motivaciones no económicas y la conducta social cooperativa son cada vez más parte de los temas de estudio de los economistas.

Como señaló alguna vez el gran economista internacional, Carlos Diaz-Alejandro, “a estas alturas cualquier estudiante universitario sobresaliente que elija sus supuestos….cuidadosamente, puede producir un modelo sólido que genere casi cualquier recomendación de política que haya preferido desde el principio.” ¡Y eso fue en los años setenta! Un aprendiz de economista ya no tiene que ser particularmente brillante para generar conclusiones de política heterodoxas.

No obstante, a los economistas se les acusa de tener una ideología limitada porque son sus propios enemigos a la hora de aplicar sus teorías al mundo real. En lugar de comunicar la amplia gama de perspectivas que ofrece su disciplina, muestran una excesiva confianza en remedios particulares- a menudo aquellos que se adaptan mejor a su ideología personal.

Consideremos la crisis financiera global. La macroeconomía y las finanzas no carecen de las herramientas necesarias para entender cómo surgió y se desarrolló la crisis. De hecho, la literatura académica estaba repleta de modelos de burbujas financieras, información asimétrica, incentivos de las distorsiones, crisis que cumplían a sí mismas y riesgo sistémico. Sin embargo, en los años previos a la crisis, muchos economistas minimizaron las lecciones de estos modelos y favorecieron los modelos de mercados eficientes y que se autocorregían, que en términos de política, resultó en una supervisión gubernamental inadecuada de los mercados financieros.

En mi libro, The Globalization Paradox, pensé en hacer el siguiente experimento. Si un periodista pregunta a un profesor de economía si es un bueno para el país establecer relaciones de libre comercio con el país X o Y. Estamos seguros que el economista, como la gran mayoría de los de su profesión, le dirá entusiasta que apoya la idea de libre comercio entre dichos países.

Ahora dejemos que el periodista entre encubierto como estudiante en el seminario universitario avanzado sobre Teoría del Comercio Internacional. El “estudiante” va hacer la misma pregunta: ¿“Es bueno el libre comercio”? No creo que la respuesta sea tan rápida y sucinta esta vez. De hecho, es probable que el profesor se quede desconcertado por la pregunta. ¿“A qué se refiere con bueno”?, preguntará. ¿“Y bueno para quién?”

Entonces, el profesor dará una larga y tormentosa exégesis que finalmente culminará en una afirmación muy condicionada: “Así pues, si la larga lista de condiciones que acabo de describir se cumple, y suponiendo que podamos cobrar impuestos a los beneficiarios para compensar a los perdedores, el libre comercio tiene el potencial de acrecentar el bienestar de todos.” Si quisiera profundizar, el profesor podría añadir que el efecto del libre comercio en la tasa de crecimiento de una economía no es claro, y que depende de un conjunto de requisitos totalmente distintos.

Una afirmación directa e incondicional sobre los beneficios del libre comercio se convirtió ahora en una aseveración adornada con todo tipo de peros. Extrañamente, el conocimiento que el profesor imparte voluntariamente con gran orgullo a sus estudiantes de posgrado se considera inapropiado (o peligroso) para el público en general.

La enseñanza de economía a nivel de licenciatura tiene el mismo problema. En nuestro afán por mostrar las perlas de la profesión en una forma pulcra –la eficiencia de los mercados, la mano invisible, las ventajas comparativas- nos alejamos de las complicaciones y matices del mundo real, que han sido reconocidas por la disciplina. Es como si los cursos de introducción a la Física asumen un mundo sin gravedad porque de esa manera todo es mucho más simple.

Aplicada apropiadamente y con una buena dosis de sentido común, la economía nos habría preparado para una crisis financiera y llevado por la dirección correcta para arreglar las causas. Sin embargo, la economía que necesitamos es como la del curso de seminario y no una de normas generales. La economía puede reconocer sus limitaciones y sabe que el mensaje correcto depende del contexto.

Los economistas no se vuelven mejores analistas del mundo real por minimizar la diversidad de los enfoques intelectuales de su propia disciplina. Tampoco los hace más populares.

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Project Syndicate

Dani Rodrik, profesor de Economía Política Internacional de la Universidad de Harvard, es autor de The Globalization Paradox: Democracy and the Future of the World Economy.

 

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