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Río no es París, por Arturo Almandoz

Por Arturo Almandoz Marte | 24 de noviembre, 2011

“Mobiliados em estilo moderno
Agua telefone elevadores
Modern Style
Grande terraço sistema yankee
Donde se descortina o belo panorama
De Guanabara”.

Oswald de Andrade, “Agente”, em Pau-Brasil (1924).

 

1. Cuando dictaba yo un curso en Salvador de Bahía, en el primer semestre de 2009, mi amigo David vino a verme por tres semanas; si bien no era la primera vez que visitaba un país subdesarrollado – puesto que habíamos estado juntos en Egipto en el 95 – sí era su primer encuentro con Latinoamérica y sus peculiares variantes del Tercer Mundo. Sabía yo desde antes de su llegada que no sería una estadía fácil, acostumbrado como ha estado David toda su vida a los servicios y paisajes desarrollados en la culta Europa de la que se siente tan orgulloso, y sobre todo de su nativa Inglaterra, la cual considera, con atávica soberbia victoriana, cuna de todo progreso y civilización.

Su primera reacción fue de deslumbramiento, casi en el sentido literal, con el tórrido sol de Bahía, del cual tuvo David que protegerse durante todo el viaje con un redondeado gorro tipo cazador, el cual ya conocía yo de viajes anteriores; aunque siempre me ha resultado desaliñado y cursi, ese bush hat es ciertamente la protección preferida por los ingleses middle-aged, como David, en sus adoradas caminatas, las cuales son, junto a la jardinería, los pasatiempos favoritos de esa sociedad archiurbanizada que se concibe empero con mucho de pastoral todavía. Como buen embajador de la misma, la siguiente reacción de David fue de fascinación con la imponente escala del océano que penetra la bahía de Todos los Santos, cortada por los morros de vegetación verde intenso; aunque no soy cultor del paisaje natural, pude deleitarme por algunos días con el embeleso que esa ignota geografía exuberante producía en la mirada de mi huésped, acostumbrada a las suaves colinas de tonos pastel predominantes en la campiña inglesa.

Más allá de lo pintoresco del Pelourinho, cuyas barrocas iglesias varias veces recorrimos, pronto comenzó a aflorar, tal como lo temía, el desencanto de David con las deficiencias del tejido urbano de Salvador; como buen europeo, él esperaba encontrar mejores servicios para el turista y mayores facilidades de comunicación, aparte de los ônibuses que, si bien no tan deficientes para mis estándares caraqueños, dejan mucho que desear en comparación con los rojos autobuses londinenses. La desazón era aguzada con frecuencia por los mosquitos, en previsión de los cuales no sólo había David tomado tabletas contra la fiebre amarilla prescritas por un doctor del NHS, sino que también comprara repelentes e insecticidas con los que rociaba cada noche mi apartamento de Graça, cuyas ventanas permanecieron clausuradas durante las tres semanas de la visita.

2. A mitad de esa excursión transatlántica que se tornaba algo decepcionante en términos urbanos, la visita a Río de Janeiro durante la Semana Santa estaba prevista como el clímax de la iniciación brasileña y latinoamericana de David; pero habiendo estado yo otras veces en la urbe carioca, temía de nuevo que, más allá del Pan de Azúcar y el Corcovado que le atraían, la otrora capital no satisficiera tampoco las expectativas de mi amigo inglés. Un malestar estomacal causado seguramente por el exceso de aceite y especias de la aromática comida bahiana, extrañas al más bien desabrido aunque grasoso menú anglosajón, conjuró para que el visitante no llegara en las mejores condiciones al aeropuerto de Galeâo, después del vuelo de más de dos horas, como casi todos los del país gigantesco.

Tras una noche de diarrea y vómitos de la que se recuperara en parte durante la mañana, en el primer mediodía que caminamos juntos por la afamada playa de Copacabana, David contempló con atención pero sin su habitual perspicacia la tropical comedia humana de la avenida Atlántica: las garotas y las no tan jóvenes exhibiendo los más diminutos hilos dentales y tangas; las parejas gay en desinhibidas manifestaciones de sexualidad y sospechosas combinaciones de edades, indicativas de la prostitución carioca de la que tanto nos hablaran en Salvador; los innumerables cuerpos de hombres y mujeres, turgentes y fláccidos por igual número, trotando sobre las icónicas aceras de mosaicos serpenteados diseñados por Burle Marx; todos se abrían paso por entre los ancianos, seguramente residentes de los edificios aledaños, llevados en sillas de rueda los más de aquéllos por enfermeros o parientes.

Aunque había muchos bares y restaurantes en los que se sentaban oleadas de turistas, David no encontraba un café o terraza de su gusto, donde pudiera sorber un té para su estómago convaleciente; seguramente debido al mismo malestar, mientras se quejaba de los penetrantes olores de fritura que se mezclaban con los desagües y cañerías que habíamos atravesado en Copacabana, rezongaba que esa ausencia de cafés no ocurriría en una capital europea. Y aunque su  orgullo británico no le permite con frecuencia referir ejemplos franceses, ejemplificaba con París por haber estado juntos nosotros allí, en la primavera del año anterior.

3. Quizás por tener frescas desde entonces nuestras memorias de los Campos Elíseos, pero también contrastando con nuestros previos recorridos juntos por Picadilly o Regent Street durante mis años en Londres, David se mostró poco impresionado con la monumentalidad de la avenida Rio Branco, de la que le había hablado yo en tanto exponente carioca de la cirugía parisina de Haussmann. Fue una de las obras públicas emprendidas durante la presidencia de Francisco Rodrigues Alves en la primera década del XX, de cara a conmemorar el centenario de independencia de Brasil un siglo antes, en medio del impulso modernizador para la expansión de la Cidade nova; con varios bulevares al estilo del prefecto del Sena, coordinados por el ingeniero André Paulo de Frontin, la entonces llamada avenida Central devino corredor emblemático de la Bela Época brasileña y de la Cidade maravilhosa que propulsara Francisco Pereira Passos como prefecto carioca. Ya para entonces Río de Janeiro superaba los 800.000 habitantes, lo que la convertía en la segunda capital más populosa de Latinoamérica, después de la millonaria Buenos Aires, donde estaban desplegándose los proyectos renovadores de mayor alcance urbano.

Tampoco se mostró David impresionado, en aquella visita al centro, por los rascacielos art déco de Cinelândia, donde los cariocas pudieron ufanarse de la modernidad hollywoodense que también despuntaba, desde los años veinte, en los hoteles y casinos de Copacabana y Botafogo; mientras yo le enfatizaba que mejor nunca visitara Caracas entonces, le parecía que la ominosa presencia de los buhoneros en las aceras deslucía el interés arquitectónico de los edificios, como también ocurría en los alrededores de la iglesia de La Candelaria y del Paço Real. Este último, sin embargo, capturó su interés y le disparó la fantasía, al imaginar los besamanos que allí tuvieron lugar cuando la corte portuguesa se mudó a Río después de las invasiones napoleónicas, señalado episodio que David no conocía y yo le referí en los patios del palacio.

Esa mudanza real consolidó la primacía de Río de Janeiro, originalmente un puesto colonial francés, en tanto capital sustitutiva de Salvador de Bahía, que lo había sido desde la temprana colonia hasta 1763. Una vez que la monarquía lusitana establecida en Río regresara a Lisboa, el príncipe regente proclamó la independencia de Portugal en el famoso “grito de Ipiranga”, de septiembre 7 de 1822, con lo que se estableció el imperio de Brasil a partir de la coronación de don Pedro I en octubre del mismo año; con constitución de corte absolutista otorgada por el primer monarca en 1824, el Imperio se consolidaría y prosperaría sobre todo desde el ascenso de Pedro II en 1840, quien superara conflictos nacionales e internacionales hasta la declaración de la República en 1889. Bajo la égida de monarcas ilustrados, sobre todo don Pedro II, no sólo se favoreció el progreso material, sino también cultural y humanístico, a través de la invitación al arquitecto Auguste Henri Grandjean de Montigny y otras figuras europeas para establecer academias en la nueva capital carioca; esta renovación era especialmente importante en un territorio que, a diferencia de Hispanoamérica, no había contado con universidades ni imprentas durante el período colonial.

Y aquí nos entroncábamos con otra anécdota de la historia brasileña que sí conocía David, por ser fanático de Wagner, y la cual me relató él a mí al pasar por el Teatro Municipal, originalmente mandado a construir por Pedro II con la intención de traer a Río un montaje de Lohengrin. Era un anhelo que, según David, el monarca había manifestado al mismo compositor en el primer festival de Bayreuth; por cierto que, al registrarse en el hotel, don Pedro había colocado “Emperador” en la casilla que la ficha reservaba a “ocupación”, exclamó mi amigo riendo, en lo que yo sabía era la primera reconciliación con su propio Río wagneriano.

4. Después de visitar una exposición de Roberto Burle Marx en el Paço Imperial, David y yo estábamos listos para dejarnos cautivar por el paisajismo del parque Flamengo que bordea la playa, donde otra muchedumbre incesante, menos voluptuosa que la de Copacabana, exhibía su culto por el cuerpo, los deportes y el paisaje natural. Tal como bien pueden apreciar los usuarios del parque del Este en Caracas, las orgánicas formas del diseñador nacido en São Paulo, pero carioca de corazón, epitomaron el modernismo brasileño, junto a las curveadas líneas y superficies de Óscar Niemeyer en Brasilia; además de la valoración de la flora y los materiales nativos, los maestros criollos supieron suavizar y colorear los códigos geométricos del funcionalismo de comienzos del XX, como reconocieron José Luis Sert y Le Corbusier, dos de las luminarias que más trabajaran en el coloso suramericano.

Tal como conversábamos el sábado santo por la tarde, mientras David compraba otro bush hat en Ipanema, la fascinación con la obra de Le Corbusier impregna la cultura artística y académica del Río vanguardista. Desde su primera visita en 1929, en la que propuso los famosos viaductos que eran edificios de habitación a la vez, los bocetos corbusieranos capturaron y moldearon el imaginario carioca de la modernidad que ya había encontrado en el rascacielos su primer símbolo, con mucha más penetración que el plan academicista que diseñaba Alfred Agache por aquellos mismos años. Pareciera como si, en la que sería su primera y fugaz visita, la luminaria suiza hubiese captado el paisaje que despuntaba en los versos de Pau-Brasil, de Oswald de Andrade: “Mobiliados em estilo moderno/ Modern Style/ Agua telefone elevadores/ Grande terraço sistema yankee/ Donde se descortina o belo panorama/ De Guanabara”. Con su retorno a mediados de los años treinta, al inicio del primer gobierno de Getulio Vargas – exponente de los hombres fuertes que Le Corbusier admiraba – continuó la fascinación que sus propuestas ejercieran sobre el público carioca, desde el ministerio de Educación y Salud hasta el céntrico aeropuerto Santos Dumont, que la urbe exhibe como herencia del modernismo de los CIAM. Y es una fascinación que se extiende hasta la actualidad en medios académicos e intelectuales, enmarcada en un culto más general a Francia en tanto potencia cultural y civilizadora.

5. Acaso con más intensidad que en otros países latinoamericanos,  la francofilia de Brasil se ha mantenido hasta el presente, a pesar de que la potencia europea no siempre la retribuye. Recuerdo que durante esa misma semana, la televisión transmitía la inauguración del año francés en Río con bombos y platillos, dedicado a estrechar los vínculos entre ambas naciones; sin embargo, en las noticias de pocos días después, se comentaba la nota de protesta que Brasilia había enviado a París por el número de deportados brasileños desde el aeropuerto de Roissy-Charles de Gaulle. Le comentaba yo a David que era otro ejemplo del doble discurso que los estados europeos con frecuencia mantienen con los latinoamericanos, donde principalmente quieren hacer negocio y firmar tratados favorables, reminiscentes del colonialismo de marras.

No obstante esos desaires, Brasil sigue embelesado con Francia, especialmente ahora que es una potencia emergente cuya locomotora continúa siendo São Paulo, mientras Río se sigue perfilando como vitrina cultural y turística, destino que le ha tocado desde que perdiera la capitalidad administrativa en 1960. En esa agenda geopolítica de Brasil y en esa competitividad espectacular de la Cidade maravilhosa se encuadra el afán de ésta por devenir sede olímpica y futbolística, aunque para ello debe superar las flagrantes deficiencias de servicios y la incontrolable inseguridad de las favelas, que se han dado el lujo de paralizar la metrópoli cuando se enfrentan entre ellas o con la policía.

De todos esos desafíos conversábamos David y yo mientras almorzábamos el domingo de resurrección, último día de nuestra estadía, en un acogedor restaurante de Copacabana cercano al hotel. Una pareja de ancianos cariocas, con modales dignos de personajes de Machado de Assis, en su aristocrático portugués cargado de shs que resuenan peninsulares y cortesanas, nos recomendó un bacalao en salsa de mariscos; el plato era una delicia y David, ya recuperado completamente del estómago, terminó reconciliado con Río, aunque distara de ser París en muchos sentidos.

 

Arturo Almandoz Marte 

Comentarios (4)

Alexandre Daniel Buvat
24 de noviembre, 2011

Como de costumbre una grata y bien escrita reseña sobre la historia de la arquitectura de cada ciudad y sus costumbres. Esta vez parecería que la aparición de su amigo David es un invento para contrastar Rio con otras partes, su diseño urbano, su comida, su desenfado y casi relajo sin que a nadie le importe y sus contrastes sociales y grados de inseguridad. Creo que faltó relacionarese con gente en la playa o en otras partes incluso universitarias, pues “David” se habría asombrado de tanto que te tocan y te dan aparente confianza las brasileras y los brasileros. Tambiíén hubiera sido digno de mención el desarrollo urbano y el paisaje en las afueras hacia el norte(?) con lagunas, morros y lujosos edificios, o visitar organismos públicos e institutos para constatar que casi no hay negros en cargos importantes, o el nivel de creencias y prácticas mágicas generalizado…En fin estoy rememorando vivencias de muy anteriores viajes y las cosas pueden haber cambiado en tanto tiempo

Alfredo Ascanio
24 de noviembre, 2011

Como diría un amigo brasileño:”Um visitante muito exigente ou muito suscetíveis”. Con este tipo de persona es muy difícil promover el turismo, que es en realidad es un nuevo modo de vida.

Arturo Almandoz
24 de noviembre, 2011

Efectivamente, “David” – entre real y sosías – es muy puntilloso, como advierte Alfredo; es a la vez una manera de poner en perspectiva una ciudad que tiene muchas otras posibilidades de exploración señaladas por Alexandre. Gracias a ambos por la revisión.

carlos sanabria
27 de agosto, 2015

Los vecinos garimpeiros,son una pesadilla.Las favelas,embriones de lo asocial.Buenos,El futbol,la bossa nova y los pilotos de la F1.

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