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La ciencia del disparate

Artículo escrito por el periodista Tommaso Kosch, publicado en El País (España). Un extracto a continuación:

Coja un bolígrafo y tome nota. Aquí va la receta para que sus días sean mejores. Ante todo, por la mañana, debería usted prepararse un café. Su aroma contribuye a un despertar más agradable, según el Instituto Nacional de Ciencia y Tecnología avanzada de Tsukuba (Japón). Una vez llegado al trabajo es altamente recomendable que trate mal a sus compañeros y saque pecho. Su cartera se lo agradecerá: los arrogantes cobran hasta un 18,31% más, o así lo afirma el Mendoza College of Business de la Universidad de Notre Dame (EE UU). De tanto mirar por encima del hombro, habrá sido un día cansado. No se preocupe: antes de irse a la cama solo le queda un último esfuerzo. Hay que cambiar la bombilla de su cuarto: New Scientist le advierte de que una luz roja o naranja es la mayor aliada del sueño.

Los estudios citados tienen un elemento en común: han sido publicados en los meses estivales de los últimos dos años. “Se les llama serpientes de verano porque se cuelan en esa temporada. Una de las razones es el interés de las empresas en sacar estudios que defiendan una tesis que les favorezca”, asegura Javier Armentia, divulgador científico, director del Planetario de Pamplona y expresidente de la Sociedad para el Avance del Pensamiento Científico. Además,  otro estudio, publicado por el DailyTelegraph, dice “En verano el público está más dispuesto a leer temas ligeros“, afirma Marc Abrahams, editor del Anuario de las búsquedas improbables.

Abrahams distingue sin embargo entre investigaciones veraniegas inútiles y otras que, además de sacar una sonrisa, cuentan con fundamentos científicos sólidos. Entre los segundos se escoge cada año el premio Ig Nobel, en una gala de la que Abrahams es creador y presentador. En el 1999 el doctor Len Fisher había merecido el Ig Nobel de la Física por calcular la manera y la inclinación ideal para mojar un bizcocho en el té sin que se ablandara demasiado rápido y una cucharita tuviese que rescatar sus restos del fondo de la taza. “Tal vez contribuyó a que la gente entendiera que la física está por todos lados”, afirma convencido Abrahams.

“Si el resultado de una investigación que causa risas, es más probable que te acuerdes de ello”. La sonrisa es sin embargo una de las armas que tienen los bulos para convencer al lector ignaro. Y no es la única. “La inmediatez de las redes sociales favorece la difusión rápida de un estudio, aunque no sea verídico”, afirma Armentia. Fue exactamente lo que pasó a principios de mes con una investigación, supuestamente llevaba a cabo por la agencia AptiQuant, cuyo titular era Los usuarios de Internet Explorer tienen un coeficiente intelectual más bajo que los de los demás navegadores. Hasta la BBC y la CNN se dejaron arrastrar por el huracán de tuits y acabaron rebotando la noticia, falsa.

¿A qué puede agarrarse el lector para defenderse de estudios poco fiables? “Hay que mirar quién está detrás y qué interés tiene. El sentido común también ayuda a rechazar tesis demasiado disparatadas. Preguntar a un experto de ese ámbito es otra solución”, argumenta el divulgador español. Abrahams también considera imprescindible buscar otras opiniones. Y lo aclara con un símil: “Es como llegar a una plaza llena de gente. No basta con preguntar solo a una mujer cualquiera para saber qué está pasando”. Aunque si la señora en cuestión tuviera unas caderas especialmente marcadas se le podría hacer más caso: son más inteligentes, al menos según un estudio de la Universidad de Pittsburgh publicado, vaya casualidad, este verano.

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