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π= 3.1415926535897932384626433832, por Héctor Abad

Tengo un amigo que, cuando no tiene tema para escribir su artículo semanal, soluciona el problema de su momentánea aridez mental con un tópico infalible: un artículo en contra de la religión. Le basta empezar y la mano se le va calentando; termina su diatriba casi sin darse cuenta y recibe su dosis semanal de vituperios y alabanzas. Conozco articulistas monotemáticos que llevan nueve años escribiendo cada semana sobre Uribe (a favor o en contra) y todavía no se han cansado. Otros asuntos fijos de almas que no sabría si calificar de minuciosas o de rutinarias son el medio ambiente, las negritudes, la corrupción, la guerrilla, el secuestro, las drogas… Cada loco con su tema. Aunque en vano, intento que mi tema sea no tener tema. Nada es gratis y ya sé que lo que gano en variedad lo pierdo en profundidad; al no especializarme en nada y al no tener profesión, seré siempre un diletante.

Hace varios años leí un hermoso libro, De Pi a Pa, escrito por un brillante profesor colombiano, Antonio Vélez, y publicado por la editorial Lengua de Trapo. De los ensayos que componen ese libro lleno de ideas curiosas y estimulantes, tal vez el que más me maravilla es uno cuyo tema es el misterioso número π. Cada vez que no encuentro un tema adecuado para mi columna, saco una que tengo guardada desde hace tiempos y es la siguiente: el número tres, un punto, y los primeros 3998 decimales del número π. De tal manera, y sin muchas complicaciones, completo los cuatro mil caracteres con espacios de mi artículo dominical. Pero no quiero arriesgar mi puesto con el bisnieto Fidel del fundador don Fidel. Entonces mejor trato de decir por qué es tan fascinante el número π, si se lo piensa después del brillante ensayo de Vélez.

Para empezar, π es un número con varios atributos matemáticos de sonido poético: es “irracional”, lo cual quiere decir que “tiene la propiedad de no poderse expresar como cociente de dos enteros”, y además es “trascendente” lo cual, definido por Vélez, quiere decir que no es “raíz o solución de ecuaciones polinómicas con coeficientes enteros”. Si el lector no entiende muy bien esto último quizá se consuele un poco pensando que yo tampoco. Lo que sí entiendo es que el número π es, por lo que se sabe, infinitamente aperiódico e irregular. Hasta el momento se le han calculado miles y miles de millones de decimales y lo que se encuentra es que todos los dígitos se repiten en cantidades parecidas. En los primeros 800 millardos de dígitos se ha encontrado que cada número aparece 79 mil 999 millones y pico de veces, es decir cada uno un décimo de las veces.

Muchos escritores y poetas se vanaglorian —con una altivez que a mí me parece despreciable— de su torpeza para las matemáticas. Decir que uno es bruto para los números, y sentirse orgulloso, es como decir con arrogancia que a mucho honor no sabemos leer y escribir. Aun sin ser grandes especialistas, siento más respeto por poetas como Szymborska, Foster Wallace o Enzensberger que han escrito con propiedad sobre los números. Y el principal motivo de humildad de los letrados debería estar en el hecho de que en números como pueden estar contenidos todos los poemas y todos los libros que se han escrito y que se escribirán en el futuro.

Parafraseando a Vélez, si uno codifica el Quijote reemplazando cada letra por un número de dos dígitos (la A por el 01, la B por el 02… la Z por el 29 y el espacio en blanco por el 00) su primera frase, “En un lugar” se convertiría en el número N=0615002415001324080120. Y bien, en alguna parte todavía inexplorada del número esa secuencia está presente. Y también la secuencia de todas las frases contenidas en todos los artículos de este periódico, y en todos los Espectadores que han salido desde su fundación en 1887. Y la Constitución, y las Leyes. Y también cualquier cosa que el lector esté pensando en este momento. “En π está encerrada toda la sabiduría del universo”.