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Tres modelos (por ahora) de participación política en la red, por Diego Beas

La participación política en Internet no es un fenómeno nuevo. Al menos no tan nuevo como algunos piensan. En 1998, en el clímax del gobierno de Bill Clinton, cuando la oposición le  acechaba e intentaba procesarle por cualquier vía, atestiguamos la primera acción política de  importancia lanzada desde Internet. Una pareja de empresarios californianos hartos de la persecución moralina que se hacía del presidente desde el Congreso y los medios de comunicación, lanzaron inadvertidamente una iniciativa después de enviar un correo electrónico a sus amigos más cercanos solicitando que se pusiera fin a la cacería. El correo, destinado a unas cuantas decenas de personas, rápidamente se multiplicó y alcanzó a cientos de miles. Así nació MoveOn, el primer experimento de política organizada en la red.

Desde entonces han surgido tres modelos de participación política en Internet claramente diferenciados entre sí que apuntan hacia la conformación de una nueva esfera pública; hacia la renovación no solo de la relación entre ciudadanía y gobierno, sino también de medios de comunicación y gobierno, medios de comunicación y ciudadanos y, finalmente, entre ciudadano y ciudadano.

Yes We Can

A cuatro años del lanzamiento del movimiento que aupó a Barack Obama a la presidencia de Estados Unidos varias cosas quedan claras. La importancia del modelo que introdujo se enmarca principalmente en el plano electoral. Obama estableció las bases de cómo se estructura una campaña en la era de las redes. Lo hizo por medio de una estrategia de disrupción en tres ámbitos específicos que hasta entonces nadie se atrevía a tocar.

1) Medios de comunicación tradicionales. Se pueden circunvalar, demostró Obama. Los nuevos canales de distribución permiten prescindir de los mass media —evitando los perniciosos pactos implícitos que los candidatos hacen con ellos— para difundir un mensaje.

2) La estructura de partido. Su maquinaria  —y el ecosistema de intereses que gira en torno a ella— ya no está en el centro de la acción política. La plaza pública se descentraliza y se conforma mediante dinámicas sociales y de comunicación muy distintas a las de antaño.

3) El apoyo de las bases. Obama redefinió su significado; demostró que en la era de las redes es posible formar rápidamente un movimiento político transversal conformado por ciudadanos participativos —y no por las bases, o clientes, tradicionales de los partidos—.

Con estos tres principios Obama montó una maquinaria electoral virtualmente perfecta que le permitió tomar por asalto al statu quo de su partido y, contra todo pronóstico, asegurar la nominación.

La primavera árabe (o el efecto implosión).

El fermento de las revoluciones árabes se ubica en las antípodas de los cambios descritos en Estados Unidos. La corrupción, la incompetencia de los gobiernos y, sobre todo, la falta de vías de participación política institucionales fueron lo que provocaron que en pocos meses cientos de miles de ciudadanos del norte de África y Oriente Próximo se lanzaran a las calles. Túnez, inicialmente, reaccionó a la inmolación de un vendedor de frutas callejero. A partir de allí un efecto dominó fue surtiendo efecto hasta invadir al resto de la región y provocar la ola de cambios más importante en varias
décadas.

En otras palabras, el profundo descontento social estalló al hacer contacto con herramientas de comunicación que no solamente permitieron saber lo que de verdad sucedía (Al Jazeera jugó un papel fundamental en ello), sino también organizar horizontalmente y de manera descentralizada (Facebook y Twitter) a cientos de miles de ciudadanos. ¿El resultado? Por ahora, dos regímenes (y medio) decapitados y la puesta en marcha de procesos de refundación nacional impensables hasta hacía muy poco.

#spanishrevolution

El impacto de las tecnologías de la información en la política llega a Europa desde un movimiento surgido enteramente de la sociedad civil. Un movimiento aideológico, apartidista, asindical y profundamente político —de ahí en parte la torpe reacción de la clase política ante su surgimiento—. Su importancia no se debe medir ni por la cantidad de personas en las acampadas ni tampoco por el número de votos que modificó el 22-M —imposible de cuantificar en realidad—. Su importancia radica en haber demostrado ya que la política no se practica solamente desde donde nos han contado que se practica.

Súbitamente el movimiento del 15-M arrebató de las manos de los políticos profesionales la potestad de su ejercicio y reclamó un ámbito de participación para la propia ciudadanía. El reclamo va en contra de sus métodos, sus pactos, su incompetencia; contra la expropiación de facto de la esfera pública; a favor del ensanchamiento de espacios de participación política que hoy día permiten los nuevos canales de comunicación.

La originalidad y diferencia fundamental del movimiento reside en que es el primero que utiliza las libertades y garantías de un sistema democrático para exigir cuentas y reclamar estos espacios. Podríamos llamarlo el primer movimiento político de perfeccionamiento democrático surgido de la red.

Sea para fines electorales, para hacer implosionar a un régimen autoritario o para corregir los fallos de una democracia establecida, las tecnologías de la información han comenzado a mostrar los efectos de una esfera pública conectada en red. Lo que hemos visto hasta ahora no es más que la primera ola de consecuencias.