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Barcelona – Real Madrid: El conejo de Troya, por Rodrigo Blanco Calderón

Para el juego de vuelta entre el Barca y el Real Madrid, por un cupo en la final de la Champions 2011, la lluvia acondicionó oportunamente el Camp Nou de acuerdo con las nuevas habilidades piscinísticas del equipo anfitrión. Los clavados, chapuzones e incluso el nado sincronizado no se hicieron esperar en un juego que fue francamente gracioso.

Mi partner de columna, en el artículo anterior, tildaba de épica la gesta de Messi & Co., durante estos partidos. Y confieso que tardé una semana en encontrar el costado épico a todo esto. Hasta que volví a ver esa gran película que es The Holy Grial de Monty Phyton. Una escena en particular me lo reveló todo: el Barca es ese conejo de Troya que los personajes de la corte del Rey Arturo han depositado a las puertas de un castillo, olvidándose de meterse ellos adentro. Un conejo risible y vacío. Sí, lo que ha hecho el Barcelona es épico, si asumimos que el autor de la Ilíada es Terry Gilliam y no Homero.

Juro que no hay pizca de ironía en lo que digo. Vi el juego en una fuente de soda del Centro Plaza en la que no había un solo fanático del Barca: sólo seguidores del Real Madrid, inocentes, que fueron a ver si se producía el milagro. Los muy tontos creyeron (creímos) que había algo de esos enfrentamientos que aún podía decidirse dentro de la cancha. Cuando, en el minuto 47, el árbitro eliminó el gol de Higuaín, cuando mandó a derribar aquella verdad del tamaño de una catedral, despertamos. Pedimos más cervezas, nos relajamos y empezamos a disfrutar y a reír con todo lo que sucedía en el terreno.

Al día siguiente, el Chigüire Bipolar titulaba de esta manera una de sus ficticias (en el fondo tan ciertas) noticias: “Barcelona anuncia la compra de tres árbitros estrellas”. Y entonces me dije, como Héctor Lavoe, que esta risa mía no es de loco. Si el Chigüire ya le ha dado el estatus de joda a todo este asunto, es que es cierto, demasiado cierto.

La UEFA Nostra

En la primera de estas notas, me regodeaba en el aire gansteril que el Real Madrid había adquirido gracias a José Mourinho. Su aspecto, sus declaraciones, su forma de sacar de quicio al contrario con planteamientos de juego provocadores, su césped de rápido crecimiento, me lo hacían parecer un Michael Corleone del fútbol. Concluidos los cuatro clásicos me doy cuenta de que soy un imbécil y Mourinho un niño de pecho. La UEFA Nostra ha dejado bien claro quién tiene todo el poder, si no que lo diga Mourinho que debe pagar una multa grosera de 50.000 dólares, más cinco juegos de suspensión, por denunciar lo que fue evidente: el abierto y determinante favoritismo del arbitraje por el Barca.

El público, tanto los seguidores del Barca como los que se declaran ni-ni (esa especie sibilina que afirma no saber de fútbol pero que igual le va al equipo de Guardiola), parece complacido con el castigo. Son como esas masas aturdidas por lo que en política se conoce como autoritarismo carismático. Ya en nuestro país hemos conocido esa sensación de impotencia: la celebración de un sistema autoritario e injusto que compone para la foto su mejor sonrisa de samaritano.

Dejado atrás, sin importar el costo, el escollo del Real Madrid, el imperio blaugrana amenaza con prolongar su magisterio, aún cuando este no se apoye en argumentos futbolísticos. Las masas (las marcas) aplauden. Es más que un club, es una dictadura filantrópica, una dictadura cool, una dictadura culé.

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