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Los verdes en el poder, por Alfredo Tarre Vivas

El fin de semana pasado ocurrió un hecho histórico en la política alemana. Por primera vez desde su fundación en 1980, el partido verde, Bundnis 90/Die Grünen, ha logrado convertirse en la segunda mayor fuerza política en un estado federal (Land) y debido a que la primera, el partido demócratacristiano, la CDU, no goza con los votos suficientes para elegir al gobernador (Ministerpräsident), lo harán ellos en coalición con los socialdemócratas, la SPD, que alcanzaron el tercer lugar. Dicho sea de paso, no se trata de un Land de pequeña o mediana importancia, se trata de Baden Württemberg, uno de los estados más grandes y más poblados del país, el tercero para ser exacto, y probablemente el segundo más rico. Primera vez en la historia de este estado tradicionalmente conservador que no gana el partido demócratacristiano. Las causas del triunfo de uno y la debacle del otro son bastante obvias. La bandera de los verdes siempre ha sido la ecología, y por lo tanto una de sus principales metas es la desaparición de las centrales nucleares en Alemania. Con la catástrofe de Fukushima y un comprensible despertar del ya antes latente sentimiento anti-nuclear de la gran mayoría de los alemanes, el partido verde se benefició enormemente. El sábado pasado marcharon unas 120.000 personas en Berlín exigiendo el cierre de las centrales, en Hamburgo fueron 50.000 y en Colonia y Múnich 40.000 en cada ciudad, la manifestación en la capital estaba liderada, entre otros, por la cúpula del partido verde. Cuando formaron parte del gobierno federal entre 1998 y 2005, en coalición con la SPD de Schröder, los dos partidos ya le habían puesto fecha al cierre de las centrales, la nueva coalición CDU/FDP, decidió revisar esa fecha y sólo después de la catástrofe japonesa hablaron de reconsiderar esa decisión. Demasiado tarde.

Otra causa de la debacle de la CDU en Baden Württemberg es menos conocida fuera de Alemania y es un conflicto propio del estado en el que se llevaron a cabo las elecciones, su nombre es Stuttgart 21, un multimillonario proyecto de reconstrucción del centro de la capital de Baden Württemberg con vista a una reestructuración de las vías de tren de gran parte del estado, un proyecto que ha despertado el rechazo furibundo no sólo en los locales sino en el país entero por su costo aberrado, por lo que significaría para el centro histórico de la ciudad, y por los cambios que ha ido experimentando desde el momento en el que fue aprobado (el precio prácticamente se ha duplicado). Un día antes de que comenzaran las obras marcharon en Stuttgart más de cien mil personas en protesta. La policía reaccionó de manera particularmente violenta considerando que no se trataba de un choque entre manifestantes violentos y las fuerzas de orden sino de una manifestación bastante pacífica con un porcentaje muy importante de niños y gente mayor. Las imágenes de un manifestante de unos cincuenta años con un ojo guindándole en la cara luego de que le dispararan agua a muy alta presión le dieron la vuelta a Alemania. Para muchos, las elecciones regionales simbolizaban un referéndum en el que se decidía si las obras debían continuar o no. Tanto así que la noche del triunfo verde muchos ciudadanos celebraron la derrota de la CDU derrumbando las barreras que protegen la obra en el centro de la ciudad. Los verdes se pronunciaron siempre en contra del proyecto a menos que se hiciera un referéndum consultivo que jamás se llevó a cabo.

Por último, la abstención de Alemania ante la resolución de la ONU autorizando la intervención militar en Libia le salió cara al gobierno federal. Lo que en principio pareció ser una maniobra electoral, terminó de hundir al partido. Y es que difícilmente puede ganarle la CDU el pulso a los verdes en materia de pacifismo. Si bien estos últimos apoyaron la intervención en Kosovo y en Afganistán, siguen simbolizando el pacifismo entre los partidos alemanes. Pocos electores han olvidado que la canciller Angela Merkel se pronunció a favor de la invasión de Estados Unidos y aliados a Irak, y eso sin resolución del consejo de seguridad de las Naciones Unidas que legitimizara el uso de la fuerza. Por ahí no iba a robarle votos a los verdes, aunque varias de sus figuras más importantes se mostraron a favor de la intervención por considerarla una necesidad humanitaria. Es posible que la CDU con esta decisión haya perdido algunos votos de sus propias filas por su carácter contradictorio.

En todo caso, los verdes lograron un triunfo histórico, un triunfo en el que hace treinta años nadie hubiera creído.

Hace unos meses vi la retransmisión de un programa de debate político que se llevó a cabo en Viena en 1978. Los invitados eran Rudi Dutschke, Daniel Cohn-Bendit, un politólogo de la Universidad de Múnich y un periodista del diario conservador alemán Die Welt. El tema a discutir: el ’68 diez años después. Como muchos deben saber, los invitados a los que he llamado por su nombre fueron los líderes estudiantiles más conocidos en Alemania y Francia, respectivamente, durante los años sesenta. Dutschke moriría un año después del debate debido a las consecuencias de los dos tiros que le pegaron en la cabeza en abril del ’68. Cohn-Bendit es hoy en día diputado por los verdes franceses en el parlamento europeo. Los dos fueron activos en la fundación del partido verde a finales de los setenta. Los dos son estupendos oradores y hombres muy inteligentes, Dutschke extraordinariamente inteligente, Cohn-Bendit, en aquel momento, un poco más provocador e irreverente, a veces difícil de tomar en serio, pero mucho más lúcido de lo que aparentaba. El primero vivía en aquel momento en Dinamarca ya que en Alemania no se le permitía trabajar en ningún centro educativo, el otro vivía en Frankfurt (el gobierno francés le había deportado) y era desempleado y dependiente de los 900DM que le otorgaba el gobierno por encontrarse en dicha condición. El debate es de un altísimo nivel. En aquel momento, 1978, los verdes eran una fuerza insignificante en la política, un partido a punto de nacer, una mezcla de hippies, socialistas, ecologistas, pacifistas y radicales que nadie se tomaba muy en serio. De hecho, durante todo el debate, que dura más de tres horas, sólo le dedican unos diez minutos que a mí me llamaron mucho la atención. Primero cuento el momento en la entrevista en la que aparece el tema de los verdes y luego explico por qué me pareció interesante. Les preguntan a los dos ex-líderes estudiantiles qué quedó de aquella época y si sería correcto hablar de un fracaso. Estoy seguro de que muchos lectores habrán tenido alguna vez esta conversación con sus padres o amigos. Le recuerdan a Dutschke una frase suya tan bonita como representativa de los años sesenta, “Vamos a construir un mundo que este mundo todavía no ha visto”. Dutschke comienza por argumentar que de hecho el mundo ha cambiado y que en su momento se habían cansado de aclarar, parafraseando al conocido socialdemócrata berlinés Eduard Bernstein, que la meta no era lo importante, sino el camino, el movimiento. Le da vueltas al asunto hablando de una cantidad de cambios tangibles que ya para aquel momento habían experimentado las sociedades occidentales y que eran consecuencia directa de las revueltas de los sesenta. Dice, con razón, que no puede decirse “el viejo mundo” triunfó, porque ya en el ’78 ese viejo mundo había cambiado una barbaridad comparado a lo que era en el ’60. El entrevistador, un conocido socialdemócrata austríaco, le dice (parafraseo) “Sí, pero hay un hecho incontrovertible, ustedes no están en el poder. Cohn-Bendit está desempleado, tú estás escribiendo una disertación en una universidad danesa”, y entonces Cohn-Bendit toma la palabra y por primera vez habla de un movimiento que se está formando: los verdes. Allí comienza la parte del debate que me causó más impresión y sin duda alguna la parte más relevante para este artículo. Se trata de la reacción del politólogo y el periodista ante la mención de lo que en aquel momento era todavía un movimiento. Los dos descartan cualquier tipo de potencial político del partido que estaba por formarse, lo consideran un chiste. Para aquel momento los movimientos que luego se unirían para formar el partido habían sacado un 3% en las elecciones regionales de Hamburgo. Cohn-Bendit y Dutschke afirman que ese 3% es más que una mera casualidad, y que la posibilidad de pasar el 5% necesario para entrar en el parlamento es bastante grande.  En el momento en el que Cohn-Bendit hace por primera vez mención del partido, el politólogo dice “¡Ah, Dios! Eso no se puede tomar en serio…”, inmediatamente después el francés le pide hacer una apuesta a que entrarían en el parlamento regional de Hessen. Algunos candidatos ganaron el mandato directo, pero el partido no sacó el 5% necesario para ser admitido. En las próximas elecciones lo lograrían. Con la irreverencia que ya he mencionado, Dany el rojo dice algo como “cuidado… las encuestas en Hessen no pintan nada mal, imagínense que lleguemos a un 6%, que es lo que tienen los liberales y forman parte del gobierno, si eso pasa tal vez tendrán a Dany de ministro del interior. ¡Y abrimos todas las cárceles!” No se asusten, lo dice en broma, y al menos los dos líderes estudiantiles así lo entienden.

Es verdad que el partido se ha moderado considerablemente desde su fundación, muchos de sus seguidores más radicales han dejado sus filas. Pero sigue siendo un partido con una estructura bastante democrática, en el que sigue habiendo espacio para la autocrítica y el debate interno, y que sigue representando una alternativa con respecto a los otros partidos importantes en Alemania. Dejaron de ser un partido destinado a la oposición para convertirse en uno que hasta cierto punto podrá implementar sus políticas a nivel regional y nacional.

Siempre vuelvo a la entrevista y sonrío cuando el politólogo de Múnich interrumpe a Rudi Dutschke para decirle, “No puedo creer que llevemos tanto tiempo hablando de esto (los verdes), si me permite que se lo diga, me parece que siguen viviendo en una ilusión, igual que hace diez años”.