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La buena y la mala desigualdad, por Gary Becker

El Premio Nobel de Economía Gary Becker sobre la desigualdad

Por Gary Becker | 6 de abril, 2011

La revista “The Economist”, en su edición del 20 de enero tiene una excelente discusión sobre  diversos asuntos relacionados con la desigualdad dentro de un país y entre países. Pienso que lo más importante cuando uno juzga a la desigualdad y sus cambios en el tiempo es si la desigualdad tiene efectos positivos o negativos.

Mucha gente, en especial los académicos e intelectuales, encuentran la frase “buena desigualdad” discordante ya que ellos difícilmente pueden pensar en algo relacionado con la desigualdad como “bueno”. Sin embargo, cuando uno piensa un poco sobre el tema resulta claro que algunos tipos de desigualdades económicas tienen un alto valor para la sociedad. Por ejemplo, sería muy difícil motivar a las grandes mayorías a ejercer mucho esfuerzo, incluyendo el creativo, si todos tuviesen los mismos ingresos, status, prestigio y otros tipos de reconocimientos. Por ejemplo, muchos menos individuos terminarían la secundaria y la universidad si no esperaran que su educación adicional tuviera como resultado ingresos más altos, mejor calidad de vida, más prestigio y mejores oportunidades para casarse.

En mi primer viaje a China en 1981 visité varias fábricas en Beijing. Todos los empleados de las fábricas recibían prácticamente el mismo sueldo y era muy difícil que los despidieran por hacer un mal trabajo o por ausentarse. Esto era un igualitarismo extremo en la compensación, cuyo único resultado era que nadie trabajaba duro, a pesar de que los trabajadores chinos son reconocidos por su laboriosidad y energía. El panorama era más o menos el mismo en cada una de las fabricas que visité, y la diferencia de pago entre ellas era mínima. La parte urbana de China era entonces muy igualitaria, pero también era muy pobre debido a que la productividad de las fábricas era muy baja. El milagro económico de China se ha basado en gran parte en permitir mayor desigualdad en los pagos e ingresos  para  así motivar a la gente a obtener mejores niveles de productividad tanto en el área urbana y la rural.

La mala desigualdad es el reverso de la buena desigualdad: es cuando la desigualdad trae como consecuencia reducciones en la eficiencia y en la productividad. Alrededor del 80% de la grandísima población de China para el año 1981 vivían en áreas rurales; en aquel entonces era imposible para alguien que hubiese nacido en  dichas zonas adquirir un permiso legal para vivir en una ciudad, a pesar de que los ingresos de una granja eran por lo general menos de la mitad de los ingresos de alguien que residía en el área urbana. El resultado de esto fue una gran desigualdad entre las áreas rurales y las áreas urbanas, lo cual disminuyó el índice total de eficiencia y producción. La desigualdad urbano-rural no ha parado de aumentar durante los últimos 30 años de expansión debido al rápido crecimiento de los ingresos en el área urbana y al poco desarrollo de las áreas rurales. Las personas nacidas en las granjas aún se encuentran en desventaja debido a que las escuelas rurales tienden a ser de muy baja calidad, además de que, aunque ahora es un poco más fácil, sigue siendo complicado conseguir los permisos legales para residir en la ciudad.

La desigualdad de los ingresos ha aumentado mucho  en los Estados Unidos y en otros países a partir de los años 70. Esto es consecuencia,  en gran medida, a la globalización y al progreso tecnológico que incrementa la productividad de trabajadores cada vez más educados y capaces. Mientras que el universitario norteamericano promedio ganaba 40% más que el graduado de secundaria promedio para el año 1980, ya para el año 2000 la prima era de 70%. El lado positivo de esta desigualdad en los ingresos basados en la educación es que aumentaba el interés de las personas jóvenes, en especial de las mujeres, por ingresar y terminar la universidad. El lado negativo es que varios niños suficientemente capaces no pudieron aprovechar las ventajas que les daba tener educación universitaria ya que sus padres no los prepararon apropiadamente para ser exitosos en la escuela, o porque asistieron a malas instituciones, o debido a que no tenían suficiente dinero para pagar la universidad. Como resultado, los ingresos tanto de los individuos graduados, como aquellos que abandonaron la secundaria, se estancaron, mientras que los ingresos explotaron para aquellos que lograban graduarse de la universidad, y más aún para aquellos con estudios de postgrado.

A pesar de que la desigualdad creció muchó en varios países desarrollados y en vías de desarrollo durante los últimos 30 años, la desigualdad en los ingresos en el mundo realmente disminuyó significativamente. Esto se debió a que los ingresos per cápita en los países en vías de desarrollo con grandes poblaciones como Brasil, China, India e Indonesia crecieron mucho más rápido que los ingresos per cápita de los países ricos del oeste como Japón. La pobreza mundial disminuyó enormemente, así como también lo hizo la brecha de ingresos entre los países pobres y ricos, lo que ha significado una gran disminución en la mala desigualdad del mundo.

Una fracción considerable del incremento en la desigualdad de los ingresos y riquezas desde mediados del 90 en los Estados Unidos y otros países fue consecuencia de una explosión en los ingresos en el sector financiero antes de la crisis. La mayoría de las personas están dispuestas a tolerar grandes ingresos y grandes cantidades de riquezas cuando sienten que en verdad la gente se los ha ganado; algunos ejemplos claros de estos casos serían Steve Jobs, Bill Gates y Warren Buffet. Sin embargo, la gente puede sentirse justificadamente infeliz como consecuencia de los grandes pagos a gerentes que han dirigido compañías erróneamente, o por los grandes bonos y opciones sobre acciones otorgados a ejecutivos que tomaron riesgos irrazonables y luego fueron rescatados por la Reserva Federal y el Tesoro Americano, y por otros grandes pagos puntuales por trabajos que (quizás injustificadamente) no parecían ser particularmente valiosos socialmente.

La controversia sobre la desigualdad surge principalmente porque algunos tipos de desigualdad no son fácilmente clasificados como buenos o malos. Por ejemplo, ¿Tendría un aumento en la tasa de impuesto sobre la renta marginal del 35% al 45% de individuos que ganen más de US$500.000 un gran efecto sobre qué tanto y que tan duro trabajan, o sobre sus esfuerzos para reducir legalmente (e ilegalmente) los ingresos que reportan a las autoridades fiscales? Aquellos que apoyan este tipo de incremento de impuestos negarán que tenga un gran efecto; mientras que los que se oponen afirmarán lo contrario. La evidencia está muy lejos de ser determinante, pero estudios realizados por Edward Prescott, Richard Rogerson y otros autores (“The Impact of Labor Taxes on Labor Supply”: an International Perspective”) sobre la relación entre la cantidad de trabajo y la tasa de impuestos sobre los ingresos, han demostrado que las tasas de impuestos por lo general tienen fuertes efectos negativos sobre el nivel de esfuerzo. Sin embargo, esta evidencia no explica cuánto afecta un mayor impuesto al esfuerzo y a otros comportamientos de las personas que ganan altos salarios.

Algunos autores han destacado una considerable relación negativa entre la desigualdad social y económica, y la salud de la población (para un trabajo influyente realizado recientemente véase MG Marmot’s,  “Understanding Social Inequalities in Health”, 2003). No tengo duda de que los individuos que tratan pero fallan al escalar la ladera de los ingresos y el prestigio pueden sufrir stress y otros inconvenientes causantes de mala calidad de vida y salud. Por otro lado, el stress y la salud de aquellos que lo logran tienden a mejorar gracias a su éxito. Los datos sobre la felicidad y la calidad de vida muestran clara y contundentemente  que las personas con mayores ingresos son más felices y más saludables que otros. Es menos claro que, si al reducir el grado de desigualdad en la calidad de vida y estatus, manteniendo los salarios y ranking social de la gente pobre, aumentaría significativamente el nivel general de salud. Soy escéptico, pero la evidencia no es aún determinante.

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Lean también: Desigualdad en ingreso y riqueza, por Richard Posner

Traducción: Daniel Pereira (@dpereiraa)

Gary Becker  es Premio Nobel de economía

Comentarios (1)

Jorge
7 de abril, 2011

Interesante distinción, y en el fondo permite derribar esas magnitudes absolutas que a algunos tienden a aplicar a ciertos conceptos.

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