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Cuatro falacias sobre la crisis económica, por Jagdish Bhagwati

Las actuales crisis gemelas en las finanzas y la economía real, lo que los americanos llaman Wall Street y Main Street, y las interminables discusiones sobre la reforma financiera y las perspectivas de recuperación económica, han dado lugar a varias falacias que es necesario abordar y descartar.

Falacia 1: La crisis produciría una “caída libre”.

Una caída libre significa exactamente eso. Pero, sin duda, la economía mundial e incluso en los Estados Unidos o la Unión Europea – a los que se aplicó esta predicción extrema (Joseph Stiglitz, por ejemplo, escribió un libro titulado “Caída libre”) – no han caído como la manzana de Newton. Los animados debates en cuanto a si las economías de uno o ambos se enfrentan a una recesión en forma de “L” o de “V” han dado paso a la realidad de una considerable volatilidad, tanto para los indicadores de ingresos como financieros, en torno a una leve tendencia al alza.

Falacia 2: A través de la expansión monetaria, EE.UU. está manipulando la tasa de cambio del dólar de la misma manera que acusa a China de manipular la tasa de cambio del renminbi.

Los dos casos son diferentes. Si se concede la premisa de que existe una insuficiencia en la demanda agregada global, la supuesta subvaluación del renminbi chino puede, de hecho, ser vista como una política de empobrecer al vecino, que desvía demanda mundial inadecuada hacia productos chinos a expensas de otros los países.

Por otro lado, el debilitamiento del dólar es un efecto secundario de la expansión monetaria de EE.UU., realizada después de que países como China y Alemania se negaran a gastar más para aumentar la demanda mundial, y después de que no quedara lugar para un estímulo fiscal adicional. Esto es completamente diferente de una política de debilitamiento del dólar para desviar la demanda mundial inadecuada hacia los productos estadounidenses.

Falacia 3: Los desequilibrios mundiales actuales seguirán afligiéndonos.

Los economistas inevitablemente generalizan a partir de la situación actual; así, por ejemplo, se piensa que los actuales excedentes de cuenta corriente de China y Alemania y el déficit de Estados Unidos están aquí para quedarse. Pero la historia nos presenta abundancia de casos de países con superávits que se convirtieron en países deficitarios. Uno de mis maestros cuando era yo estudiante en Oxford, Donald MacDougall, que había sido asesor del Primer Ministro Winston Churchill, escribió un libro titulado The Long-Run Dollar Problem (El problema a largo plazo del dólar) en el que sugiere que el dólar era lo que el Fondo Monetario Internacional llamaba una “moneda escasa”. Sin embargo, cuando se publicó el libro el problema había desaparecido.

Inicialmente, el superávit chino surgió de manera inadvertida, no deliberada. Lo mismo ocurrió con el déficit de EE.UU., que fue el resultado de la falta de financiación de la segunda guerra de Irak con nuevos impuestos, decisión basada en el craso error de cálculo de que la guerra terminaría en seis semanas.

Hoy en día, los mismos chinos se dan cuenta de que sus excedentes obtienen minúsculos beneficios cuando se invierten en bonos del Tesoro de EE.UU. Por eso están dispuestos a gastar sus ingresos del comercio exterior en infraestructura nacional, eliminando así cuellos de botella serios para un mayor crecimiento, como los que ha habido en la India.

Como resultado, las importaciones chinas aumentarán – y por lo tanto el superávit se reducirá – por dos razones. En primer lugar, los salarios se destinarán en parte a productos importados. En segundo lugar, la inversión en infraestructura requiere de equipos pesados que suelen ser suministrados por Caterpillar, General Electric, Siemens y otros proveedores, sobre todo occidentales. Por otra parte, una enorme presión en los EE.UU. para llevar a cabo una consolidación fiscal, que se refleja en la última propuesta de presupuesto del presidente Barack Obama, debería limitar la demanda de importaciones en EE.UU. , reduciendo aún más el desequilibrio bilateral.

Falacia 4: Hay que olvidar la gestión keynesiana de la demanda.

Algunos críticos del gasto de estímulo keynesiano de Obama, entre ellos el economista Jeffrey Sachs, afirman que lo que necesita EE.UU. es gasto para mejorar la productividad “a largo plazo”. Pero esto es un non sequitur. Como keynesiano, creo que el que el estado pague a la gente por cavar agujeros y luego llenarlos podría incrementar la demanda agregada y producir más ingresos. Sin embargo, Keynes no era tonto. Sabía que el gobierno podría llegar a obtener grandes ganancias si el dinero se destinaba a inversiones que mejoraran la productividad y no en actividades de aumento de los gastos que significaran un “despilfarro directo”.

La pregunta, entonces, es simple: ¿qué inversiones ofrecen las mayores ganancias económicas? Pero también significa un dilema: cuando los puentes se derrumban, los edificios de las escuelas están en mal estado, los maestros están mal pagados y no tienen incentivos para ser eficientes, y se requiere dinero para muchos otros ámbitos, no es fácil decidir dónde se debe gastar un dinero de por sí escaso.

Sin embargo, hay una consideración “estructural” que no se entiende bien. Dada la necesidad de reducir el déficit en el futuro y la necesidad de aumentarlo ahora con el fin de reactivar la economía, el problema que enfrenta Obama es cómo pasar de manera sencilla de marcha atrás a marcha completa. Es evidente que la lección es que los gobiernos tienen que dan menos peso a gastos que no pueda recortar en el futuro.

Pensé en todo esto cuando vi a un rascacielos sin terminar en Osaka. Reliquia de la caída que siguió al auge inmobiliario de Japón de hace dos décadas, se hizo conocida como la Torre de la Burbuja.

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Jagdish Bhagwati es profesor de Economía y Derecho en la Universidad de Columbia e Investigador Senior en Economía Internacional en el Consejo de Relaciones Exteriores.

Copyright: Project Syndicate, 2011.
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