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Boardwalk Empire: los orígenes corruptos

Boardwalk Empire (HBO: 2010-) es una teleserie cinematográfica que habla de cómo el poderoso se mantiene en el poder. Es decir, no retrata el ascenso, sino la resistencia. En plenos años 20, Nucky Thompson se burla de la Ley Seca en una Atlantic City sedienta de excesos. Tesorero público y mafioso, protector de los desvalidos y asesino por persona interpuesta, líder republicano y traficante de alcohol y de influencias, el personaje encarnado por Steve Buscemi es sobre todo un estratega con una gran inteligencia emocional. Su telón de Aquiles es, por supuesto, el amor. El fraternal y el heterosexual. Aunque es capaz de gestionar con maestría los afectos de sus múltiples amistades y subalternos, se muestra en cambio ciego al odio que ha ido provocando en su hermano durante años. La primera temporada de la serie, además de ese incremento de odio, retrata cómo Nucky se enamora por segunda vez en su vida. La afortunada es Margaret Schroeder, una inmigrante irlandesa que ve en él tanto a su salvador como a su corruptor. Es ella el personaje que más crece durante esos doce primeros capítulos. Mientras que sus mutaciones, en el contexto de un alto número de subtramas que afectan tanto a los personajes de Atlantic City como a los socios y enemigos mafiosos de Nueva York y de Chicago, se hacen continuamente visibles; los cambios internos de Nucky Thompson son casi imperceptibles. La suya es la historia secreta que recorre –entre las grietas de las siete octavas partes sumergidas del iceberg– la temporada inicial, para revelarse –como una epifanía– en los dos capítulos finales.

Alrededor de Margaret y de Nucky y Elias Thompson encontramos varios círculos concéntricos de personajes interrelacionados. En el más lejano están el joven Al Capone o Arnold Rothstein, un sofisticado gángster neoyorquino, cuyas existencias imbrican los desmanes de Atlantic City en el contexto del dilatado nacimiento de un estado federal. Más cerca de los protagonistas, la exuberante y temperamental Lucy Danzinger, que ve perder su lugar como amante de Nucky, o la cabaretera Gillian Darmody, que fue protegida a los trece años por el entonces Comodoro de la ciudad (y preñada por él), establecen vínculos eróticos entre las criaturas de la ficción. El hijo de Gillian, Jimmy, interpreta el papel del joven ambicioso que anhela –aunque no se lo confiese ni a sí mismo– ostentar el poder de su jefe, Nucky, que antaño fue también amante de su madre. De modo que aunque la obra hable de la conservación del poder, su motor argumental va a consistir en protegerlo de potenciales usurpadores. Y de la Ley. El personaje más complejo y fascinante de la serie es Nelson van Alden, agente federal, ferviente religioso, obsesivo laboral, quien se contempla a sí mismo como incorruptible al tiempo que va probando las mieles de la perversión. No hay más que fijarse en los apellidos de este párrafo para darse cuenta que las energías que estimulan el deseo, la ambición, los celos o la venganza tienen que ver con el origen étnico, con la maraña migratoria que encontramos en el sótano de toda la ficción norteamericana contemporánea.

Si Gangs of New York (2002) es la génesis del mundo mafioso que Scorsese había explorado en sus obras maestras, Boardwalk Empire es el relato de los orígenes de la topografía que tres cuartos de siglo más tarde sería ocupada por Los Soprano. Es decir, admite ser leída como precuela. Sobre todo si se tiene en cuenta que quien figura como creador de Boardwalk Empire no es Scorsese –productor ejecutivo y firma invitada–, sino Terence Winter, guionista y productor de Los Soprano. La gran diferencia entre los protagonistas de ambas series es su relación con el hogar. Mientras que Tony tiene casa, esposa e hijos, Nucky vive en un hotel. Lo que para el primero es una carga presente, para el segundo es un fardo de ausencia. Porque Nucky Thompson extraña visceralmente tener una familia. Las imágenes de la Atlantic City que comparten ambas series –una como espacio principal y la otra como escenario esporádico– muestran en los años 20 a una pequeña ciudad en todo su (podrido) esplendor y en el siglo XXI a un (oxidado) complejo recreacional. Hemos pasado de primerísimo fordismo a unos Estados Unidos que han delegado a Asia la producción en cadena. Entre ambas obras se despliega el mundo literario de Philip Roth, quien ha hablado en sus novelas del cierre de fábricas en el mismo estado de New Jersey. Boarwalk Empire retrata el país que, después de los tiroteos de finales del siglo XIX abordado por Deadwood, camina hacia la gran depresión (Carnivàle), la segunda guerra mundial (The Pacificic), los felices sesentas (Mad Men), la canción triste y la corrupción en Miami de los años 80 y el duelo por los Estados Unidos de América (The Wire, Los Soprano, Breaking Bad) que, tal vez por sus orígenes corruptos, no pudieron llegar a ser.