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COP 16. Backstage de la Cumbre Mundial de Cancún

En el capítulo anterior

Cada año vengo durante cinco días a la Riviera Maya a impartir un curso de Gestión Ambiental de Playas. Recuerdo nítidamente que una de las últimas veces, en agosto de 2009, fui a dormir entre el bullicio de los miles de turistas bailando en la playa, en las calles y discotecas, como es habitual en esa zona turística de México. Al otro día, cuando bajé al lobby del hotel, el paisaje era desolador. Los visitantes caminaban por las calles con tapabocas, apurados por llegar al aeropuerto. Aquellos que no pudieron huir de forma inmediata, se alejaban de los lugares públicos aterrados. En el aire flotaba una mortal amenaza: la gripe A (H1N1).

Según los pronósticos más conservadores, la gripe A (H1N1) causaría millones de muertos en el corto plazo, obligando a las autoridades sanitarias de todo el mundo a postergar gastos urgentes y comprar la mayor cantidad de Tamiflus disponible en el mercado.

Hoy, a más de un año de aquel evento, podemos respirar tranquilos. Fue solo un simulacro para probar la capacidad de respuesta de nuestros gobiernos y la vulnerabilidad síquica de la población ante la posibilidad de una epidemia de dimensiones planetarias. La gripe A (H1N1), como todos sabemos hoy, resultó ser un fiasco, una construcción mediática, un revoltillo de intereses. En términos de salud pública fue prácticamente inocua, más inofensiva que la gripe común…

Aquellas imágenes me dejaron la sensación de haber vivido, en el propio set de filmación, la escena de una película de ciencia ficción. Lo que no podía imaginar en ese momento era que, en mi siguiente visita, tendría la oportunidad de participar en otra película, esta vez con una producción muchísimo más costosa y con un reparto de actores de altísimo nivel.

Escena 1. Nos vemos en Cancún

Mi visita a la Riviera Maya, en diciembre pasado, coincidió con la reunión de la COP 16 en Cancún. La COP es un encuentro de carácter mundial que congrega a ONG de todo el planeta, al IPCC, a organismos de cooperación, entre muchos otros, para discutir las estrategias globales que se deben aplicar para enfrentar el cambio climático de origen humano.

Así es que, por pura coincidencia, compartí el viaje con varias delegaciones de algunos gobiernos, ONG, organismos de crédito y de cooperación. Todos viajaban juntos en un ambiente de camaradería y entusiasmo, independientemente de que unos volaran en primera clase y otros en turista. Todos juntos y hermanados: el capital y la sociedad civil, las corporaciones y el movimiento ambientalista, los gobiernos más ricos y los más pobres. Todos unidos por un objetivo superior.

En condiciones normales, el viaje en automóvil de Cancún a Playa del Carmen puede hacerse en media hora por una autopista ancha y no demasiado transitada. El día de mi arribo, el trayecto duró más de tres horas por una carretera congestionada de vehículos y, al llegar a la ciudad, los miles de asistentes a la cumbre pululaban por las calles, demandando servicios en cantidades que superaban ampliamente la capacidad de abastecimiento de esa zona turística.

Desde el primer día fue evidente la opulencia de aquel evento. En 2009, la gente había huido despavorida hasta convertir Playa del Carmen en un paisaje posnuclear; hoy, más de 20.000 delegados, preocupados por el calentamiento global, se hacinaban en el aeropuerto, en las calles, en los hoteles, en las playas y en los restaurantes.

Sería muy antipático hacer un cálculo de la huella ecológica que dejaría esta cumbre. Para que el lector tenga una idea de su impacto ambiental, comentaré solo un dato que ilustra la desmesura del encuentro: las autoridades locales tuvieron que duplicar la flota de camiones para recoger las miles de toneladas adicionales de residuos que se generarían en esos días.

Escena 2. Por los vientos que no soplan

Al segundo día, la congestión del tráfico había disminuido un poco. Terminé de dictar mi clase y decidí ir hasta Cancún para presenciar alguno de los debates de la COP 16. No pude siquiera acercarme al lugar donde se llevaba a cabo. Un dispositivo militar con un poder de fuego realmente intimidatorio, compuesto por tanques y ametralladoras antiaéreas, custodiaba el perímetro. Viendo aquello, era evidente que el final del planeta era un hecho y los líderes del mundo exigían, con mucho tino, medidas de seguridad acordes con el estado de emergencia ambiental que vivimos.

Como un guiño publicitario, el gobierno mexicano instaló un aerogenerador gigantesco cerca de la entrada que, contraviniendo las normas de seguridad más elementales, fue colocado sobre la carretera principal. Para decepción de los participantes, el molino no giraba, pues según pude averiguar, su instalación no contó con un estudio de impacto ambiental y, menos aún, con un mapa de vientos que justificara su localización y asegurara una puesta en escena un poco más creíble.

Escena 3. La fiesta inolvidable

Este año, los organizadores que me invitaron resolvieron que mi curso se llamaría “Gestión Ambiental de Playas y Cambio Climático”. Es el mismo curso que dicto todos los años, pero para este, el agregado “Cambio Climático” parecía más apropiado y a tono con la ocasión. El despliegue publicitario era impactante y el curso que dicto fue fagocitado por el tsunami marquetinero presente en toda la Riviera: gorras, camisetas, llaveros, lápices, bolígrafos, bolsitos, afiches, stickers y demás artículos promocionales “celebrando” el cambio climático. Pensé en oponerme al cambio de nombre, pero la amabilidad de mis anfitriones y el clima festivo me harían quedar como un espía pagado por las transnacionales del petróleo.

Una tarde, luego del curso, aproveché para caminar por la playa. Me encontré con algunos participantes del COP 16 y tanteé los ánimos con mucha diplomacia. Percibí en nuestras conversaciones la certeza de que esta cumbre no serviría para nada, al igual que las anteriores. Pero eso no les quitaba el entusiasmo ni la alegría. Incluso, la certeza de que el planeta estallaría en mil pedazos, por obra y gracia del ser humano, parecía ser una buena razón para aprovechar los últimos días, así que, de forma espontánea y con el espíritu que caracteriza a los militantes ecologistas, se organizó en unas pocas horas un Mundial de Fútbol-Playa, un evento paralelo con bastante aceptación entre los participantes y que los ayudaría a olvidarse por unas horas de cataclismo final.

Escena 4. Lapsus linguae

Seguí mi recorrido por la playa. Dos Piñas Coladas muy bien servidas me aligeraban la vida y hacían crecer en mí un fuerte sentimiento de indulgencia. Decidí intervenir en una conversación que se llevaba a cabo a unos pocos metros. Un militante ambientalista que demostraba su compromiso con fe religiosa, hablaba con otros correligionarios sobre las emisiones de C02 con un frenesí que a cualquier madre preocuparía. Me giré y, con rostro conciliador le pregunté si la abundante evidencia científica del aporte natural al cambio climático no les haría revisar su estrategia. Es decir, algunos de los astrofísicos más importantes del mundo han demostrado ya que el proceso de calentamiento de la tierra se debe en gran parte a erupciones solares y a rayos cósmicos. Según estas evidencias, posiblemente el componente de emisiones antrópicas (provocadas por el ser humano) sería menor que el estimado hasta ahora y, por tanto, la estrategia a seguir tendría que cambiar: más que reducir nuestras emisiones, deberíamos concentrar nuestros esfuerzos en adaptarnos a ese cambio. La diferencia no es trivial –insistí–. Si las causas del calentamiento del planeta son nuestras propias emisiones, el objetivo será reducir estas emisiones drásticamente. Pero esta estrategia tendrá severas consecuencias sobre los países más pobres y con expectativas de desarrollo. Esta estrategia condicionará la matriz energética de los países en desarrollo y profundizará su dependencia tecnológica. Por otro lado, si aceptamos que la causa del calentamiento del planeta es esencialmente natural, los esfuerzos de la cumbre deberían concentrarse en transferir recursos a las regiones más vulnerables del planeta para adaptar sus infraestructuras, reducir los riesgos y evitar desastres.

Se habían dado cuenta de que era un infiltrado. Con la voz grave y una mirada vacía, me contestó: “yo sí creo en el cambio climático”.

Escena 5. El día que se extinguieron los osos en el polo sur

Persuadido de no poder entrar al evento principal, me conformé con visitar las instalaciones abiertas a todo público. Se trataba de una feria de pueblo muy colorida, que albergaba stands muy variados: ONG, Coca-Cola, Nissan, Ford, organizaciones de indígenas, instituciones del gobierno mexicano, entre muchas otras. Me llamó la atención un stand en el que se concentraba gran cantidad de gente. El stand lucía un cartel de varios metros de largo con una frase del presidente del IPCC, Rajendra Pachauri: “No coma carne, ande en bicicleta y sea un comprador frugal; es así como puede ayudar a frenar el calentamiento global… La carne es un producto muy intensivo en carbono”.

Me paré al final de la cola de personas que esperaban pacientemente a que les regalaran un sándwich vegetariano a cambio de escuchar el sermón de un predicador místico-ambiental que les alertaba sobre los perjuicios atmosféricos del consumo de carne. La prédica era larga y cada tanto el hombre exigía respuestas afirmativas del público. Cuando llegó mi turno para el sándwich, el hombre me entregó la folletería correspondiente y me explicó los detalles.

Se trataba de un grupo vegano, una organización religiosa llamada Quan Yin Method, cuya guía es la Maestra Suprema Ching Hai, una vietnamita rubia que aparece retratada con muchas celebrities que iluminados por la sabiduría milenaria de esta oriental, comprendieron que debían dejar de comer carne por el bien del planeta. Pensé que si Paul McCartney, Pamela Anderson y El Hombre Araña son algunos de sus discípulos, alguna verdad reveladora yacía oculta en las hojas de la lechuga.

El predicador me explicó con lujo de detalles cómo las emisiones de gas metano de la industria cárnica son la verdadera causa del calentamiento global y no el CO2 -como supone el IPCC-. En su discurso se mezclaban planteos religiosos, ciencias atmosféricas y del cuidado de la salud. Particularmente convincente me resultó el argumento de que los osos ya se extinguieron del polo sur y ahora están desapareciendo los del polo norte.

El predicador me preguntó cómo era la situación en Uruguay y le contesté: “en mi país hay más de tres vacas y más de nueve ovejas por habitante; el consumo de carne per cápita es el más alto del mundo”. Por suerte ya me había dado el sándwich.

Escena final: Humo blanco

Al inicio de la cumbre las posiciones de los bloques parecían algo difíciles de conciliar:

– Los principales emisores de gases de efecto invernadero del primer mundo tenían una posición firme: “No bajamos ninguna emisión y se terminó la discusión”.

– Pero el tercer mundo contestó firme: “Entonces deriven recursos hacia nuestros pobres países”

Al final, como corresponde a un guión que tendrá secuela, se optó por un final más o menos feliz y se llegó a un consenso. El documento final va en una dirección inequívoca: “¡Frenemos a los chinos!”