Artes

Borges, Averroes y los malentendidos

Samuel Sotillo: "La derrota de Borges no es, por supuesto, una derrota. Es sólo un malentendido. De allí su apología."

Por Samuel Sotillo | 11 de enero, 2011

En un conferencia dictada en Rímini, Italia, en el 2003, el medievalista y semiólogo italiano Umberto Eco nos habla de la “la capacidad casi adivinatoria de Borges”, quien “tal vez encontraba una sugerencia, un indicio en una entrada de enciclopedia, y de allí sacaba una serie de reflexiones que nos hacen creer que había leído y entendido a fondo textos que en realidad no había leído nunca”. La afirmación venía al caso de una de las historias de Borges, “La busca de Averroes”, parte de la colección El Aleph (Madrid: Alianza/Emecé, 1990) y que, según nos explica el mismo Eco, había sido leída previa a su presentación. Para el italiano, el relato de Borges podría leerse como una apología sobre las consecuencias de “la incomprensión entre las culturas”, lo que también podríamos interpretar como una apología rebuscada de un malentendido.

En su historia, Borges alude a las vicisitudes del sabio andaluz Abulgualid Muhámmad Ibn-Ahmad ibn Muhámmad ibn-Rushd (más tarde conocido simplemente como Averroes) en sus intentos por comentar la Poética de Aristóteles. El problema era simple. En sus estudios del texto aristotélico, Averroes había encontrado dos palabras oscuras cuyo significado era incapaz de descifrar. Me refiero a las palabras tragedia y comedia. Para el sabio musulmán, para quien la existencia del teatro era tan insospechada como la de los electrones, los protones y aun la de los glóbulos rojos que de seguro se le sulfuraban en las venas, tragedia y comedia eran como una broma pesada que el griego Aristú le jugaba desde su remoto refugio en el olvido. Y esa premonición de Borges es lo que destaca el italiano Eco.

Según Eco, las nociones de tragedia y comedia desarrolladas por los griegos desaparecieron durante ese “Tiempo de la Ignorancia” que nos describe el mismo Averroes (según el narrador Borges). Para el habitante del siglo XII, la época en la que vivió el filósofo musulmán, el significado moderno de la palabra teatro era totalmente desconocido. Añádase a esto que el mismo Averroes no tenía acceso a ninguna copia original de los textos griegos y que, para el caso de la Poética aristotélica, todo lo que había a su disposición era una traducción mediocre al árabe de una traducción mediocre al sirio del original griego. Sin una noción instrumental del teatro ni acceso a los textos griegos originales, Averroes se encontraba en una situación similar a la de esos seres bidimensionales que habitaban la Planilandia de Edwin Abbott Abbott, seres incapaces de entender otra oscura palabra, la altura. ¿Cómo es posible imaginar una dimensión que nuestros sentidos son incapaces de percibir y cuya existencia escapa nuestra realidad inmediata? El drama de Averroes era, en toda su ironía, precisamente ese: ¿cómo traducir una idea inexistente (para un musulmán del siglo XII), una palabra cuyo significado era tan ajeno a su realidad (socio-cultural) inmediata como la idea de la altura lo era para los planilandinos?

Por supuesto, lo sorprendente del argentino fue su capacidad de presentir ese drama, ya que, como explica Eco, lo “que Borges reconstruye es exactamente lo que había acontecido a Averroes”. ¿Cómo lo supo Borges?, nos preguntamos. La verdad, no sabemos. Lo que sí sabemos con certeza, al menos así nos aclara Eco, es que no fue sino hasta hace poco que las malas traducciones árabes que usara Averroes estuvieron disponibles. Igual sucede con las malas traducciones que hiciera el Obispo de Astorga, Hernán Alemán, de los comentarios aristotélicos del filósofo andaluz. En todo caso, como advierte nuevamente Eco, es poco probable que Borges supiera de o conociera todos estos textos. Lo que nos deja con la única explicación posible: la adivinación.

Volviendo a los malentendidos, Borges termina su relato de esta manera:

En la historia anterior quise narrar el proceso de una derrota. Pensé, primero, en aquel arzobispo de Canterbury que se propuso demostrar que hay un Dios; luego, en los alquimistas que buscaron la piedra filosofal; luego, en los vanos trisectores del ángulo y rectificadores del círculo. Reflexioné, después, que más poético es el caso de un hombre que se propone un fin que no está vedado a los otros, pero sí a él. Recordé a Averroes, que encerrado en el ámbito del Islam, nunca pudo saber el significado de las voces Tragedia y comedia. Referí el caso; a medida que adelantaba, sentí lo que hubo de sentir aquel dios mencionado por Burton que se propuso crear un toro y creó un búfalo. Sentí que la obra se burlaba de mí. Sentí que Averroes, queriendo imaginar lo que es un drama sin haber sospechado lo que es un teatro, no era más absurdo que yo, queriendo imaginar a Averroes, sin otro material que unos adarmes de Renan, de Lane y de Asín Palacios. Sentí, en la última página, que mi narración era un símbolo del hombre que yo fui, mientras la escribía y que, para redactar esa narración, yo tuve que ser aquel hombre y que, para ser aquel hombre, yo tuve que redactar esa narración, y así hasta lo infinito. (En el instante en que yo dejo de creer en él, “Averroes” desaparece.)

La derrota de Borges no es, por supuesto, una derrota. Es sólo un malentendido. De allí su apología.

Samuel Sotillo 

Comentarios (5)

María Eugenia
11 de enero, 2011

los semiotistas marean y Borges es su “aguja de marear cultos” para hacer que el lector se embarque en pos de significados elusivos.

María Eugenia
11 de enero, 2011

Yo también malentendí esta valiosa reseña de Sotillo, quizá por estar ausente de mi cultura, metida en la anglosajona de USA

jorge sanguino
11 de enero, 2011

Parece ser, que la vida no es nada del fuego que se cosume, ni del aire, que acompaña,ni el tiempo que regresa, la vida es una palabra que acompaña no a todos por igual. No entender lo que el otro dice, no me obliga a nada, ese otro no todo el tiempo tiene que parecerse a mi.LA TRAGEDIA Y LA COMEDIA, SON PARTE DE LA MISMA OBRA, Que hoy se dice es vida,en busca de otra vida.

Néstor Luis González
16 de enero, 2011

Interesante que se escriba sobre ese cuento. Lo leí hace como un año y me quedé pegado con lo de tragedia y comedia, pero no me parece tan ilógico que a Borges se le haya ocurrido. En cualquier enciclopedia o libro de texto sobre literatura griega, uno puede notar que los orígenes de estas dos palabras son casi los mismos orígenes del teatro. Si se quiere pensar en un filósofo (lo más reciente posible) que no conociera esos conceptos sería Averroes, porque pese a desarrollar un pensamiento a partir de Aristóteles, su concepción del mundo seguía siendo musulmana, y por lo tanto alejadísima de conceptos que surjan a partir de una práctica de infieles como el teatro.

Samuel F. Sotillo
17 de enero, 2011

Gracias por los comentarios… María Eugenia, es cierto, la intención de la reseña comparte ese sentido de vértigo que describes, pero eso es la literatura, entre muchas otras cosas, una sensación de vértigo compartido. Claro, la mía también puede ser un ejercicio de mala escritura… Jorge, es una suerte que ese compañero de viaje que tu describes no sea igual para todos, sino la vida sería bien aburrida… Nestor, lo interesante es que Borges adivinara que Averroes no lo sabía…

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