Artes

Adaptarse o morir (The walking dead)

Jordi Carrión sobre la teleserie The walking dead

Por Jorge Carrión | 28 de diciembre, 2010

En los últimos años, la adaptación audiovisual de cómics se ha convertido en moneda de uso corriente. A las películas de Batman, Spiderman, X-Men y el resto de superhéroes de Marvel y DC se le han añadido otras, sin carácter serial y con una fuerte marca de autoría en su origen, como V de Vendetta (2006), 300 (2007), Watchmen (2009), Kick Ass (2010) o Scott Pilgrim contra el mundo (2010). Por lo general, la transformación resulta insatisfactoria para los lectores del cómic adaptado. No tanto en lo que respecta a la duración y, por tanto, a la capacidad de profundizar en las historias secundarias y en la psicología de los personajes (argumento habitual cuando se trata de discutir la adaptación de novela, gráfica o no, a cine: la película no deja de ser un resumen), cuanto a lo que refiere a la libertad, a la irreverencia, a la provocación que encontramos en los tebeos y que casi siempre se matiza o se neutraliza en las versiones cinematográficas. El final feliz de Kick Ass, con el friki redimido e integrado gracias a su heroicidad popularizada por internet, sería un ejemplo paradigmático de ello. Con el traslado de The Walking Dead al lenguaje teleserial, no obstante, el problema se plantea en otros términos. Porque el gore se mantiene en ambos formatos, porque la televisión ya puede retratar de forma naturalista las vísceras en descomposición y la carne que se cae a pedazos, y las diferencias son divergencias, marcas que hacen que los dos productos sean cada vez más diferentes.

The Walking Dead se viene publicando, mensualmente, en los Estados Unidos desde 2003 y ya ha alcanzado las ochenta entregas. La primera temporada de la teleserie de AMC, de seis episodios, ha evidenciado diferencias fundamentales, desde su inicio, respecto al cómic en que se inspira. Es decir: ha hecho énfasis en un desvío esencial. Por tanto, pese a la existencia de un material de origen, que consiste en una situación (apocalipsis zombie), una comunidad de personajes (varias familias y personajes solitarios, reunidos por las circunstancias excepcionales en un campamento nómada), una estética (gore y documental) y ciertas líneas argumentales (marcadas por la tensión entre el campo, más o menos seguro, y la ciudad de Atlanta, invadida de muertos vivientes, y por el sentido del deber del protagonista), la serie de televisión ha apostado por un sinfín de variantes sustanciales. La mayoría de ellas responden a una voluntad de aumentar la tensión episódica y de proyectar líneas argumentales para el futuro: el piloto, por ejemplo, termina con el protagonista, Rick Grimes, encerrado en un tanque y rodeado de zombies; después de haber creado un vínculo entre el personaje y un padre y un hijo supervivientes y de haber subrayado la tensión del triángulo amoroso en que se inscribirá el futuro desarrollo de la historia. Ésta habla, justamente, de la adaptación a un nuevo contexto. El tránsito entre dos estados (la vida y la muerte, la vida sin zombis y la vida con zombis, el cómic y la teleserie) es solventado mediante el coma en que se sumerge Grimes antes de que se inicie la ficción. Cuando se despertó, las viñetas eran secuencias. Cuando se despertó, el mundo se había metamorfoseado radicalmente. Todo se había perdido. Comenzará entonces la odisea en grupo de quienes no pueden regresar a casa. Porque ya no existe la noción de hogar. Los créditos que abren cada capítulo nos recuerdan precisamente eso, con su sucesión de despobladas naturalezas muertas y sus fotos rotas de los protagonistas: la normalidad es un atributo de un mundo perdido, irrecuperable, fracturado. A partir de ahora todo va a ser excepción.

Si el vector que une, transversalmente, Watchmen, Kick Ass y Scott Pilgrim –tanto los cómics originales como sus versiones audiovisuales– es el descrédito del héroe épico, la miserable y no obstante gloriosa humanidad de los superhéroes y una reelaboración de lo que entendemos por masculinidad heroica, con personajes que –pese a ciertos destellos y a ciertas memorables acciones puntuales– son caracterizados como mediocres, anodinos, prosaicos o triviales, The Walking Dead, en cambio, posiciona como protagonista a un héroe de la vieja escuela. Un pistolero. Lo que no es extraño si tenemos en cuenta que las historias de zombies se pueden leer como remakes de westerns. Rick Grimes es uno de los escasos protagonistas teleseriales valiente, íntegro, fiel, con una sólida ética. En un mundo televisivo dominado por Tony Soprano, Vic Mackey, Patty Hewes, House, Jack Bauer o Dexter, Rick Grimes está en minoría (con una selecta compañía: la de Olivia Dunham). También lo está si lo comparamos con el resto de protagonistas masculinos de las teleseries de AMC: el impostor Don Draper, el asexuado Will Travers, el extraviado Walter White. Mientras la masculinidad y los valores tradicionales siguen en crisis, el agente de policía Rick Grimes –siempre tocado con su sombrero de vaquero–, gracias al fin del mundo, defiende la familia, la ley, el orden, las armas, la fe, lo humano. Lo que no es tan extraño si tenemos en cuenta las masacres, la anarquía, el caos, la indefensión, el vacío metafísico, los zombies.

Jorge Carrión 

Comentarios (4)

Javier
29 de diciembre, 2010

Esto es muy preciso: “el agente de policía Rick Grimes –siempre tocado con su sombrero de vaquero–, gracias al fin del mundo, defiende la familia, la ley, el orden, las armas, la fe, lo humano. Lo que no es tan extraño si tenemos en cuenta las masacres, la anarquía, el caos, la indefensión, el vacío metafísico, los zombies.”

Este es el ingrediente reaccionario por el que abandoné la serie al tercer capítulo. Grimes es el John Wayne posmoderno que viene a salvarnos de los malvados (inmigrantes?terroristas?musulmanes?) zombies. No es casualidad que se encuentren en Atlanta.

No, gracias, me quedo con el anarquismo antimesiánico de V (la escena de la marcha de la gente enmascarada al parlamento fue como un deja vu del 11 de abril). Precisamente es la figura del héroe “Grimes” la que es deconstruida en Watchmen, por cierto, esta última toma casi cada cuadro de la novela original y le quita la grasa al libro dejando sólo el lomito, cambiaron el final y hasta me pareció mejor resuelto que el del libro.

En cuanto a los zombies me quedo con Romero, la imagen de la gente encerrada en el centro comercial mientras los zombies luchan por meterse no tiene precio. De su última película rescato sus dudas y preguntas descarnadas sobre el uso y abuso de los medios, su crítica ácida de esta especie de reality-show en el que se convierte el mundo. Los protagonistas encerrados en un panic-room con cámaras al final nos da una metáfora de una especie de cueva de Platón en la que hemos decidido meternos y ver al mundo por la aproximación que nos dan los medio de él y no por la experiencia cercana y real. Nada de eso lo verás en Walking…

The Walking dead es la domesticación de los zombies, su asimilación por el showbusines para quitarles su carga de crítica, sátira, humor y hasta suspenso y convertirlos en un producto inocuo más, unos hello-kitties sangrientos y con la ropa deshilachada.

joaquin ortega
29 de diciembre, 2010

una lectura al dedo!!!

excelente

J

keint
7 de enero, 2011

Pues aunque estoy de acuerdo con el tópico de Watchmen y su esfuerzo por humanizar al superhéroe, me parece que en esta teleserie la implantación de un héroe clásico es mucho mas productiva, por el ejemplo y mensaje que da ya que en el fin del mundo defender los valores morales de los cuales ninguno esta exento es una forma de arraigar el verdadero sentido del ser humano, y viendo claramente esa fue la razón por la cual muere Rorschach en Watchmen por no perder la noción de lo correcto, la libertad. Pienso que en Watchmen se enfoca de forma correcta al héroe, pero cabe destaca que en The Walking dead no es un héroe enmascarado que protege a los indefensos incluso contra su voluntad, sino es un hombre que tiene familia y debe protegerla y procurar criar a un hijo en un mundo lleno de anarquía, poner otra opción sobre la mesa no es más que equilibrar la balanza. excelente nota.

Gabriel Payares
9 de enero, 2011

Celebro la nota de Jordi. Interesantes temas que discutir.

En lo personal creo más bien que el Rick Grimes de la teleserie habla de la necesidad mediática de un retorno al héroe bajo control: un héroe retrógrada, conservador, que defienda inquebrantablemente el status quo que la situación desatada por el holocausto zombi ha puesto en tela de juicio. A diferencia del Grimes del cómic, cuyo liderazgo se va trocando por locura y finalmente por un sentido de pragmatismo monstruoso, afecto a las ejecuciones sumarias y propenso a la “tiranía buena”, el Grimes televisivo es anacrónicamente noble, recto, y -cosa curiosa dado el título de esta nota de Jordi- inadaptable, inflexible al cambio. Su perpetuo atuendo con sombrero de cowboy nos lo dice: pase lo que pase con el mundo, el orden seguirá siendo el orden, los malos serán malos y los buenos, buenos. Un mensaje contrario a lo que exploran, por ejemplo, los filmes del más grande director del subgénero, George A. Romero, quien precisamente plantea el cambio radical en el universo para obligar a los supervivientes a cambiar, a replantearse sus roles, sus filiaciones, y así -algo que Romero ha dicho muy abiertamente, además-, exponer la monstruosidad humana en contraste con la de los zombis que los asedian: no son estos últimos quienes ejercen la anarquía y el horror, sino los supervivientes entre sí mismos. Recuerden The Night of the Living Dead, por ejemplo.

Por otro lado, me gusta el nexo con el Rorschach de Watchmen, quien a mi modo de ver es un personaje útil en esta lectura. Pero no es precisamente un personaje libertario, sino todo lo opuesto. Es un fanático, vamos, un fascista. No en balde Rorschach asume ese nombre y esa máscara: porque la suya es la lucha por imponer los valores del conservadurismo en un mundo que hace rato ha cambiado, que se le antoja caótico y desarticulado, y que por lo tanto no tiene lugar para una persona inflexible como él. Para Rorschach sólo existe la verdad -la suya- o el caos; y ante tal perspectiva, prefiere la muerte al pacto.

Rorschach es esclavo de sus propias perspectivas, y de hecho, es muy semejante al Grimes que nos muestra la teleserie: ambos usan hasta el final el uniforme de héroe (Rorschach incluso lo ha confundido con su verdadera apariencia), ambos se niegan a formar parte de un mundo que les demanda adaptabilidad, cambio, transición. Por eso Rorschach muere como muere: es anacrónico y retrógrada, y esa es precisamente su tragedia. Rorschach es un mártir de sí mismo. Grimes, en cambio, se ofrece como un héroe victorioso -de momento-.

El que se opte en las ficciones televisivas por este modelo de héroe, lejos de una aproximación positiva al cambio y a la transformación del imaginario, delata precisamente la vuelta al cómic de los 50, controlado y amansado por el sello de “Approved by the Comics Code Authority”, que imponía normas como que el mal podía hacerse presente sólo si era justamente castigado al final. El “gore” del The Walking Dead de Fox no es más revolucionario que su mensaje final: incluso en el fin del mundo, nos hará siempre falta un buen policía que nos diga qué hacer.

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