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Despachos desde Guadalajara (III) – Sobre la brevedad y sus cultores

El contundente efecto de lo magro: Ahora que se acerca el final de la FIL descubrimos que, como un relato corto, a pesar de ser concisa ha sido pródiga, en cuanto a su panorámica de la literatura iberoamericana, de sus temas y de sus problemas

Por Michelle Roche Rodríguez | 4 de diciembre, 2010

El relato corto comienza a tomar protagonismo en los últimos días de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, desde los stands regados por el recinto ferial hasta los cuartos donde se desarrollan las discusiones al respecto

La intención inicial de esta entrega desde México era hablar de cómo las escritoras habían brillado de manera especial este año en el encuentro, pero la realidad es que fuera del homenaje a la mexicana Margo Glantz, ganadora de Premio FIL de Literatura y Lenguas Romances 2010, poca revisión se ha hecho del estado de la literatura de géneros.

La excepción, como todos los años, fue la entrega el miércoles pasado del premio Sor Juan a Inés de la Cruz a Claudia Piñeiro, por la novela Las grietas de Jara (Alfaguara, 2010). Piñeiro dijo lo que todas la mayoría en su situación de ganadora y vocera ocasional del género, que las mujeres “seguimos en la retaguardia de la literatura, a pesar del talento que muchas de ellas tienen”, pero no hubo una revisión profunda del desarrollo del género en los géneros literarios –y aquí sí: valga la redundancia.

La discusión literaria que empieza a ponerse candente por estos lados es la relacionada con el género del relato breve. El jueves presencié una mesa de antología sobre ese tema que tenía el (muy imaginativo) título de Encuentro Internacional de Cuentistas. Los invitados eran Fabio Morábito, autor ítalo-mexicano nacido en Alejandría (Egipto), la mexicana Ana Clavel, el catalán José María Merino y el argentino Ricardo Piglia. (Por cierto que las frecuentes alabanzas que Ignacio Padilla, moderador del evento, propinó al autor de la reciente novela Blanco nocturno (Anagrama) interrumpieron una jornada magistral en la que cada autor habló de su teoría particular del cuento y leyó algunos ejemplos de su literatura en el género de los sucinto, pero también recordaron que los mejores lectores son los mismos escritores).

Clavel, conocida por las colecciones de relatos tituladas Fuera de escena (1984) y Amorosos de atar (1992), leyó una “receta fantástica” para elaborar cuentos en la que recomendó una cola de sirena y mucha experimentación. Morábito, autor de La lenta furia, La vida ordenada y Grieta de fatiga—compendio por el que fue galardonado con el Premio Antonin Artaud de Narrativa en 2006— y para quien “la ficción inventó al ser humano”, hizo gala de su acostumbrado sentido del humor y leyó su teoría del cuento a través de relatos que mezclaban lo humorístico, lo anecdótico y la crítica literaria.

“Los humanos somos los únicos seres que interpretamos al mundo a través de las ficciones para ordenarlos a través de estructuras simbólicas”, recordó Merino.

Más que una dicharacho intelectual, la frase anterior me pareció honesta: sólo nuestra raza puede codificar el mundo en palabras que construyen ideas y, a su vez, realidades, por qué es tan difícil que la gente entienda la importancia de la cultura. Y con esta reflexión no quiero hacer alarde de erudición populista, sino preguntarme por qué es tan incómoda la figura del intelectual, no se diga para los políticos que ya esa relación es atávica, sino para los soldados de lo inmediato, lo cotidiano y lo farandulero.

Más tarde, mientras caminaba por la feria que es montañas y cerros de libros, pero principalmente encuentros literarios, pensaba en esa manera incapacidad de ponernos de acuerdo sobre el rol y la importancia del intelectual en nuestras ciudades y en especial, claro está, en el país.

En España, gracias a la Generación Nocilla, se está hablando de un nuevo tipo de intelectual que integra la visión del la cultura popular con la de la culta. Si esto es así desde el lado de los académicos y de los poetas como Agustín Fernández Mallo —autor justamente de la trilogía “Nocilla”—, ¿por qué a la cultura popular le sigue costando tanto integrar al sujeto culto a su cosmovisión?

“Los cuentos son, en cierto sentido, aquello que intercambiamos a cambio de nada”, enunciaba Piglia en el salón, “pero cuando uno cuenta un cuento, lo que sucede es que el otro también nos cuenta uno”.

Para el autor este cambalache de cuentos “no tiene nada que ver con el intercambio de conceptos y discusiones”, sino de sensaciones: “Los cuentistas nos diferenciamos de los demás escritores en que estamos siempre preocupados por saber hasta dónde se puede reducir una historia”.

Al reflexionar mientras me alejaba de los stands de la FIL, llevando un botín –la palabra no es una metáfora: fue casi una decena de tomos— de libros editados por Página de Espuma, sello español especializado en publicar lo mejor del relato corto en castellano, me pregunto si la lección de los cuentistas no debería ser la de todos los autores y más aún la de todos los humanos: reducirnos a nuestra mínima expresión, vivir con lo menos posible para que cada minuto, como la línea de un relato, sea contundente.

No bien terminé de articular tal pensamiento, recordé que apenas queda el fin de semana de feria y que el lunes, de nuevo, volveremos a tener un Latinoamérica a la que no le importan sus escritores. Entonces acepté, que hay cosas cuya mínima expresión no es suficiente.

Michelle Roche Rodríguez 

Comentarios (2)

Andreina
4 de diciembre, 2010

Gracias por traernos esas visiones desde la FIl en Guadalajara. Casi me senti en uno de los encuentros y cerca de escritores a quienes quisiera conocer. Un abrazo.

Michelle Roche
6 de diciembre, 2010

Andreina, gracias a ti por leer. Un abrazo, M

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