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A Carmelo Lauría

El día de hoy ha sido verdaderamente extraordinario.

Para mí era el día del clásico, del enfrentamiento entre el Barça y el Madrid. Y hasta hace poco, eso es lo que fue. Lo que no es poca cosa, ya que como amante del fútbol, será una noche que recordaré siempre.

Pero terminada la manita, y después de haberme ido a tomar la última, llego a casa y me encuentro con un mensaje que dice que murió Carmelo Lauría.

A pesar de que nos separaban cuatro décadas, creo que llegué a conocerle al menos un poco. Gracias, entre otras cosas, a una amistad de terinta años con mi padre y al vicio del tabaco, hablamos mucho más de lo que hubiera sido normal en la entrada de restaurantes, en balcones o en la calle, y creo que me tenía aprecio. Era un estupendo conversador, un depósito infinito de anécdotas, un narrador oral nato, exagerado y arbitrario, particularmente inteligente y con una cultura, sobre todo en materia de historia, extraordinaria. Los que lo conocían mejor que yo se burlaban de él por la frecuencia con la que usaba la frase “yo estaba ahí”. Pero la verdad es que aunque no haya estado siempre, estuvo mucho, y poca gente debe haber vivido la política en Venezuela como él. Me hablaba de importantes eventos de la historia reciente como quien habla de la reunión en la que estuvo ayer, llamando a los personajes por su nombre de pila y dando por hecho que yo sabía de quién me estaba hablando. En el sesenta por ciento de los casos yo no tenía ni la menor idea, pero eso no le restaba interés a lo que contaba. Tampoco le interesaba mucho lo que yo tuviera que decir, que no era mucho, yo estaba ahí para escucharle, o más bien, para que él pudiera contar y contar. Sus ojos se fijaban con frecuencia en un punto perdido, en el espacio que nos separaba o en la pared detrás de mí, en esos momentos daba la impresión de estar más allá que acá, viviendo más en los recuerdos que en el presente, como si estuviera viendo detalles que antes había pasado por alto. Y cuando volvía parecía haber llegado a una conclusión nueva de lo ocurrido. Hablaba de sus errores sin complejos ni demasiado arrepentimiento, daba la impresión de pensar que las cosas no hubieran podido ocurrir de otra manera. La situación actual del país lo atormentaba, entre otras cosas, supongo, porque no estaba acostumbrado a tener tan poco poder para cambiar las cosas.

Pedazo de personaje, el Carmelo. Un pedazo de historia de Venezuela. Además, amante del buen fútbol, el juego del Barcelona le habría dado un gusto enorme. No sé si volveré a cruzarme con gente como él.

Estoy seguro de que muchos lo odian y tendrán sus razones. Pero de la manera en la que yo le conocí, no puedo tenerle más que cariño y respeto.

Soy ateo y hoy eso me entristece porque me gustaría que él leyera lo que escribo.

Todos mis sentimientos a Silvia, Anibal y el resto de su familia.